Castilla y Portugal hacia 1327
Leonor de Guzmán y Ponce de León
María, infanta de Portugal
Alfonso salió de Madrid después de que hubiera muerto su tío el infante Felipe, y el 20 de febrero de 1327 se encontraba en Sevilla, la ciudad le recibió con grandes honores. Cuenta la crónica que: “(…) rescebieron al Rey con grand placer et con muchas alegrias.” (1) La divisó desde lejos, blanca y hermosa al lado del río, podía ver una torre con unas bolas refulgentes que parecían de oro, era el antiguo minarete que su bisabuelo Alfonso el décimo había querido que se respetase por su gran belleza. Estaba encantado, nunca le habían acogido con tanta magnificencia y elegancia, sonreía y miraba todo con entusiasmo. Le sorprendió la luminosidad que había, frente a la luz castellana, menos brillante, a la que estaba acostumbrado.
Los caballeros y ciudadanos más principales desmontaron de sus caballos y llevaron al rey bajo un palio de tejido de oro, y caminaron con él. Ya dentro de Sevilla, vio que las calles tenían toldos de seda y oro, y las paredes de las casas lucían tapices y colgaduras de seda. El suelo estaba cubierto de plantas olorosas. La comitiva se dirigió a Santa María, donde oraron y dieron gracias por aquel día en que, por fin, había rey y estaba con ellos. Después se encaminaron al alcázar, en cuyas estancias mejor acomodadas posaría. En la gran sala todo estaba preparado para servirse una cena con variados manjares. Entonces, en invierno se solía hacer dos comidas: un almuerzo a medio día, y una cena antes de que anocheciera.
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Torre del Oro, almohade, s. XIII, Sevilla. De Martinvl - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=64048909 |
Pudo ser en marzo, cuando vinieron los embajadores de Portugal a visitarle a Sevilla, pero la crónica lo atrasa al regreso de Alfonso de la conquista de Olvera. Aunque hay pruebas de que, los tratos para el posible matrimonio de Alfonso con la hija del rey portugués, ya se estaban produciendo, porque Juan Manuel ha escrito a su suegro a finales de abril, sobre los rumores que le han llegado de lo que sucedía en Sevilla, y teme que abandone a su hija. Jaime II le responde el 6 de mayo: “E nos non creemos en ninguna manera quel Rey de Castiella fiziesse lo de que vos dubtades de lexar la reyna vuestra filla e nieta nuestra. Porque en esto faria desonrra muyt grant a vos qui sodes de la su casa de Castiella e a nos esso mismo e ahun que seria obra muy mala.” (2)
Pero en efecto, Alfonso de Portugal había ofrecido en matrimonio a su hija María al castellano. Este era un casamiento que ya le había presentado cuando era menor de edad, pero el asunto se había desechado, dado el parentesco tan cercano que existía entre los dos, pues eran primos por parte de padre y madre. Actualmente, también proponía el casamiento de su heredero Pedro de Portugal con Blanca, la hija del infante Pedro de Castilla y de la infanta aragonesa María, que ahora se encontraba en el reino de Aragón. Esa parte de la propuesta era económicamente muy sustanciosa para el rey castellano.
Vivía en la ciudad de Sevilla Enrique Enríquez el mozo, que era de la familia real, (nieto del infante Enrique, un hermano de Alfonso X), y le invitó a comer en sus casas que estaban en la collación de Santa María. Era el barrio donde se hallaban los ricoshombres y los más nobles, muchos de ellos descendientes de los conquistadores que habían venido en 1248 con el rey Fernando el III, y recibieron grandes dotaciones. Enrique estaba casado con Juana Guzmán, de las familias de los Guzmán y los Ponce de León, y se encontraba con ellos la hermana de esta, Leonor, una joven de 17 años. El rey se quedó prendado de su atractivo físico.
La campaña contra el reino de Granada fue un éxito. Se sentía muy contento de su primera expedición, e hizo planes de volver para ir avanzando en este propósito. Según la crónica, al regreso de la toma de Olvera se encontró que habían vuelto los mensajeros de Portugal, que le reiteraban el acuerdo de matrimonio con la infanta María, y Alfonso respondió que iba a estudiar el trato con sus consejeros y contestaría. (3) Sin embargo, según la documentación del Archivo Real da Torre do Tombo de Lisboa, por esas fechas, Alfonso otorgó poder de procuración a sus embajadores para recibir por palabras de presente a la infanta María de Portugal. (4)
Animado por sus hombres de confianza, había tomado la decisión de repudiar a Constanza Manuel y casarse con la infanta María de Portugal. En estos primeros años de su reinado Alfonso es muy joven y, posiblemente, se deja llevar por sus consejeros. El paso de los años le dará una seguridad basada en su propio criterio. La oferta del rey portugués era muy conveniente, facilitaba una alianza con el país vecino, y la boda de su prima Blanca con el primogénito Pedro, le brindaba recobrar para el realengo sus importantes territorios en la frontera con Aragón, como dote de María.
Conscientes de que esa resolución indignaría a Juan Manuel y querría llevarse a su hija de Valladolid, le aconsejaron que diera órdenes al concejo de la ciudad para que la trasladaran al alcázar de Toro, donde el alcaide la guardaría muy bien. Para Constanza Manuel, que todavía en mayo aparecía como reina en algunas reales provisiones del rey, fue un mazazo inesperado, la trasladaban al alcázar de Toro, una fortaleza mucho más austera que las casas reales de Valladolid, donde además iba a estar encerrada. Ya le llegaban rumores de que su esposo iba a repudiarla y planeaba casarse con la infanta de Portugal. Al profundo dolor por la muerte de su madre, se unieron después las tristes noticias del rey. ¿Qué podía hacer una niña de once años en este tiempo de tribulación, frente a las decisiones de un monarca de dieciséis? ¿A qué aferrarse en este torbellino de adversidades? Ser hija del noble más importante de Castilla, y nieta del rey de Aragón, no la librarían de vivir aquel trance.
La nueva situación la hacía prisionera en un alcázar, áspero y frío, sólo estaría su aya Teresa, algunas damas y sirvientes. No podía regresar a su hogar con su padre y tener su apoyo y seguir viendo aquel entorno tan familiar desde muy pequeña. De repente su vida cambiaba radicalmente y se enfrentaba a un futuro solitario e incierto.
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Vista de la ciudad de Toro, fotografía: José Luis De la Parra, https://www.guiarepsol.com/es/viajar/vamos-de-excursion/24-horas-en-toro-zamora/ |
Cuando llegó a Toro le asombró cómo estaba encaramada sobre un cerro rojizo al lado del río Duero y el potente alcázar mirando a un barranco sobre él. La villa estaba toda cercada de murallas y era grande y bulliciosa, las gentes la miraban sorprendidos al verla tan joven, aunque estuvieran acostumbrados a visitas de los reyes y nobles, porque desde hacía mucho tiempo había sido favorecida por ellos. Su ultima señora, María de Molina, la abuela de Alfonso XI, la había privilegiado con sus dones y su presencia, y había iniciado la construcción de los conventos de Santo Domingo (después San Ildefonso) o el de Sancti Spíritus el Real. Alfonso le había concedido una feria franca de quince días a partir del 15 de la fiesta de Santa María de agosto, lo que le daba mucha vida.
Atravesaron toda la villa que a aquellas horas estaba muy animada. Constanza pensó que ella no viviría aquel bullicio y ajetreo, porque estaría prisionera sin haber cometido ningún delito. Al pasar por la iglesia de Santa María la Mayor pidió a los hombres del concejo de Valladolid que la acompañaban, poder entrar con su aya, las damas y las otras mujeres a orar un momento. Desmontaron de los caballos y varios de ellos las acompañaron hasta el interior, donde ella rezó frente a una Virgen a la que el Ángel San Gabriel anunciaba la buena nueva, la imagen de María con aspecto sorprendido tiene su mano derecha sobre el vientre, Constanza sonrió ante la escena. Llegaron a la puerta del alcázar y la joven sintió un escalofrío, era entrado el otoño y comenzaba a hacer frío.
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Madonna Pietra degli Scrovegni, acuarela, gouache y goma arábiga, 1884, María Spartali Stillman, Galería de Arte Walker, Liverpool, Inglaterra, Source 2nd upload: https://www.pinterest.com/pin/484137028666579864/Source 1st upload: http://bertc.com/subone/g94/stillman.htm, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=607536 |
En breve comprobaría cómo eran las gélidas noches de invierno en aquella fortaleza. La llevaron a la zona de sus aposentos, que era la parte mejor acondicionada. Constanza dio orden de que extendieran sus alfombras y colgaran sus tapices en la zona donde ellas estarían más a menudo, una gran sala con chimenea, escabeles y algún sillón y en el dormitorio que compartiría con el aya Teresa, que ya se había convertido en una amiga, y las otras damas. La actividad alegró a las dos mujeres, pues aunque no habían dado muestras de tristeza o desánimo ante la situación que se les presentaba, ambas guardaban en su interior un sentimiento de dolor, que quedó mitigado al enfrentarse a las tareas que exigía acomodar su nueva morada.
Una de las últimas cartas de la infanta Constanza de Aragón a su padre, Jaime II, es, precisamente, sobre el acuerdo de matrimonio que están tratando el rey de Castilla y el de Portugal. Aquella noticia alteró profundamente su ánimo. Durante todo el verano Juan Manuel permanece en Garcimuñoz, porque la enfermedad de su esposa se había agravado, y a mediados de agosto falleció, cuando tenía veintisiete años. La todavía reina de Castilla, Constanza Manuel, no había podido desplazarse a estar con ella en sus últimos días. Todos los pesares, sufrimientos y disgustos que había tenido desde hacía tiempo, habían contribuido a que su salud se quebrantara más. En cambio su hermana Blanca, ahora priora del monasterio de Sigena, también doliente de tuberculosis, vivirá hasta haber cumplido cuarenta y cinco años.
Fue enterrada en el mismo Garcimuñoz, en la iglesia del monasterio de San Agustín, que un año antes habían empezado a construir en tierras donadas por el matrimonio. Años más tarde, sus restos deberían ser trasladados al que iba a ser el panteón familiar de los Manuel, la iglesia del convento de San Juan y San Pablo de Peñafiel, según ordenará Juan Manuel en su testamento. Pero no sabemos si esta manda del noble se cumplió, porque no hay noticias de su traslado ni existen rastros de su posible tumba. Del convento de San Agustín de Garcimuñoz donde inicialmente fue inhumada, quedan algunas ruinas y nada de su posible sepultura.
Jaime II, bastante enfermo y achacoso, sabía de la precariedad económica de su hija María, monja en el monasterio de Sigena, por lo que le asigna una pensión anual para solucionar sus problemas. Precisamente por esas fechas recibía en Barcelona la noticia de la muerte de su hija Constanza, el rey reacciona con su habitual resignación ante este tipo de sucesos. Por su parte, Juan Manuel vivía una etapa en la que se mezclaban el dolor, la indignación, la furia y la venganza. Había muerto su esposa, no tenía un hijo varón (que era uno de sus mayores deseos), veía que su hija mayor iba a ser repudiada, con la deshonra y la ofensa que eso significaba para su apellido, además estaba encerrada en un alcázar del rey. El noble dispuso que todas sus principales fortalezas fueran abastecidas y preparadas de forma abundante para largos asedios. Se disponía a hacer guerra al rey de Castilla. Aunque también este será un tiempo en el que se dedicará a escribir El Libro de los Estados en el castillo de Garcimuñoz.
Notas
(1) Crónica del rey D. Alfonso el onceno, cap. LIII, p. 99, ed. F. Cerdá y Rico, Madrid, 1787.
(2) Giménez Soler, A., Don Juan Manuel, biografía y estudio crítico, doc. CCCCXXXIV. Zaragoza, 1932.
(3) Crónica del rey D. Alfonso el onceno, cap. LXIII, p. 113.
(4) Vizconde de Santarem, Corpo diplomático portuguez, volumen 1, p. 115 a 124, París, 1846.
Las relaciones de Aragón, Castilla y Portugal por una boda
Entonces hubo una abundante actividad diplomática entre los tres reinos vecinos. En octubre, el rey de Portugal Alfonso IV envía embajadores a Aragón para explicar las conversaciones sobre el matrimonio de la infanta portuguesa y el rey de Castilla. Jaime II se niega a aprobar lo que considera una afrenta a la Corona de Aragón, y a continuación le manda su embajador para tratar de impedir ese acuerdo, pero no lo conseguirá.
Desde Sevilla, Alfonso XI había encomendado una misión secreta para comprobar la actitud del rey portugués con respecto a ese casamiento, y poder publicar en Castilla el repudio de Constanza, al mismo tiempo que el matrimonio con la infanta María, pero Alfonso IV no aceptó que se hiciera simultáneamente, y le requirió para que se publicara primero el repudio, y después las gestiones matrimoniales. En los archivos portugueses hay documentación de que ya el 18 de octubre de 1327, los procuradores del rey Alfonso XI, van a “recibir por palabras de presente” a la infanta María con las condiciones que se estipulaban en la procuración que llevaban. Así que desde esa fecha, estaba confirmada la boda. También se trató el casamiento del infante Pedro, heredero de la corona portuguesa, con Blanca, la hija de María la infanta aragonesa, y nieta de Jaime II.
Este vivía ya sus postreros días, se hallaba en el Palacio Mayor Real de Barcelona, y con él se encontraba su cuarta esposa, Elisenda de Montcada, que le acompañó en los últimos cinco años. Había dispuesto ser enterrado junto a su amada esposa, Blanca de Anjou, en el monasterio de Santes Creus en Tarragona.
Hay una extraña correlación entre el amor y la felicidad de un matrimonio, y la decisión de ser enterrados en el mismo lugar. Es notorio que Jaime II y Blanca de Anjou fueron una pareja unida y feliz; él no tuvo amantes ni bastardos una vez que se casó con ella, y ella le acompañó infatigable, alegre y coqueta, a todas partes. Fue a la mujer que más quiso. A su primera desposada, Isabel de Castilla, la repudió antes de casarse con ella; con María de Lusignan, su tercera mujer, tuvo una relación fría y distante; y Elisenda de Montcada fue una buena compañera más joven que él.
La muerte del rey de Aragón afectó mucho tanto a Juan Manuel, como a su hija Constanza, y se unió a los golpes que habían sufrido aquel año. Su sucesor, Alfons IV, que acababa de quedarse viudo de Teresa de Entenza, fallecida de postparto, será también un apoyo para el noble castellano, aunque no tendrá el mismo carácter enérgico de su padre y buscará acuerdos y soluciones consensuadas.
En los palacios de la reina madre Isabel de Aragón en Coímbra, se recibió la noticia con tristeza. Aunque la entereza y resignación de aquella dama, la habían acompañado toda su vida, y más ahora a su edad, retirada ya de los altibajos de la política. Fue allí en su palacio, donde el 26 de diciembre se celebró el tratado del casamiento de María y Alfonso.
Al conocer que el repudio de su hija y la boda del rey con la infanta portuguesa eran firmes, Juan Manuel se desnatura (rompe los vínculos de vasallaje) del rey castellano, y se apresta a realizar guerra contra él. Así comenzará un periodo de enorme violencia y furia entre los dos. El soberano, sin embargo, tendrá paciencia con Juan Manuel, más que con otros personajes de su reinado, y acabará llegando a una avenencia con él. Mientras tanto quedaba mucho tiempo de enfrentamiento por delante.
Estando en Córdoba, Alfonso XI decidió acometer una de sus primeras obras, mandó construir un alcázar al lado del Guadalquivir, sobre lo que quedaba de la fortaleza musulmana, muy cerca del puente romano y de la mezquita catedral. En el nuevo se planificó una gran zona como palacio con todo lo necesario para que los reyes pudieran acomodarse allí cuando pasaran por la ciudad, además de los espacios defensivos, patios y huertos. También se instalarían unos baños, que con el tiempo utilizará Leonor de Guzmán, porque en aquellas fechas hacía muy poco que Alfonso la había conocido, y aún no tenían la relación que más adelante tendrán. En las primeras estancias del rey en Sevilla se veían y el rey intentaba seducirla, pero la joven se dejaba desear. La crónica cuenta que: “(…) et el Rey sabiendo que era y en Sevilla, trabajóse por la aver; et como quier que ovo grave de acabar, pero ovola.” (1)
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Alcázar y estanques en los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba, octubre 2023, fotografía: Jorge de Santaella. |
Alfons IV de Aragón, a quien Juan Manuel había recurrido pidiéndole apoyo, tratará de mediar entre el rey castellano y su vasallo y conseguir la paz, pero Alfonso XI le responde diciéndole lo mucho que tiene el noble por merced de los reyes de Castilla y sin embargo daña gravemente su tierra, y no respeta la verdad y lealtad que debería guardarle. Alfonso ya estaba demostrando la actitud que tomará en todo su reinado, autoridad real fuerte, exigencia de fidelidad y cumplimiento de un código estricto. Aunque en este caso, él esté reteniendo en un alcázar como prisionera a una desposada con la que no va a casarse, y utilizándola como arma contra su padre.
Desde el Real de Escalona cercando la villa de Juan Manuel, el rey firma los documentos del tratado de casamiento que se había celebrado en Coimbra el 26 de diciembre por sus embajadores ante el rey portugués, para el matrimonio con la infanta María de Portugal. También la carta de arras por las que le donaba Guadalajara, Talavera y Olmedo.
Es interesante comprobar como la infanta María de Aragón desde Sigena, pide a su hermano Alfons IV que llame a su reino a su vasallo, Jaime de Jérica, que está ayudando a Juan Manuel en la guerra contra Castilla, para que no lo haga. Y el aragonés le responde que aunque él le había pedido que no lo hiciera, el señor de Jérica tiene comprometida y jurada su ayuda al noble y debe respetar esa palabra. (2) La infanta aragonesa seguía muy de cerca los sucesos de Castilla, desde donde recibe regularmente correspondencia, y hay ocasiones en que viaja hasta allí para controlar la situación de las propiedades de su hija Blanca. No está de acuerdo en que se apoye al noble contra Alfonso XI.
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Damas hilando, utilizando la rueca y devanando hilo, iluminación de Evangelios de las ruecas, pergamino, s. XV, anónimo, Ms. 654, f. 1, Chantilly. Bilioteca y Archivo del castillo. |
Mientras tanto, Constanza Manuel seguía encerrada en el alcázar de Toro. Continuaba con sus costumbres de bordar y tejer para el ajuar futuro, junto a su aya y las otras damas, una compañía imprescindible en aquel encierro obligado. A veces ella leía en voz alta en un Libro de Horas o algún texto de su padre, que se había traído de Valladolid. Un capellán venía todos los días a oficiar misa en una sala del alcázar, donde había una capilla con un pequeño altar y una desnuda cruz, las mujeres seguían con devoción las oraciones del clérigo, que también les traía consuelo con sus palabras amables e incluso algunas noticias de la villa. Mientras había luz suficiente, Constanza y todas las mujeres cosían, a veces cortaban las piezas de algún brial de lana, de un pellote, o de una hopalanda o arreglaban los gabanes para el invierno que ya era inminente. Cuando había que encender las candelas y las velas, la joven tocaba el laúd para contentar a Teresa y algunas de las damas cantaban o recitaban romances.
Cuando entró el profundo invierno, el frío era estremecedor en Toro, allá arriba expuesta a los vientos del norte y las fuertes heladas se sentían hasta en el interior de la fortaleza. Ni las chimeneas ardiendo todo el día lograban calentar aquellas enormes estancias de altísimos techos. Los días más luminosos, Constanza insistía en subir a arriba de la torre en que habitaban, se ponía un gabán oscuro y una capucha forrados de piel y miraba en torno suyo, a un lado veía el río Duero, cómo se acercaba hasta el barranco donde se encontraba, por otro la iglesia de Santa María la Mayor, más alejado el gran convento de Sancti Spíritu y parte de las casas de la villa. Al poco tenía que bajar porque la temperatura cortante entumecía su cara y sus manos. Pero en verano lo hacía todos los días y también pedía a los oficiales del alcázar que le permitieran subir a otras torres de las ocho que tenía el recinto y podía ver mejor la vida de Toro, sus casas y los campanarios de otras iglesias y la vega con sus huertas y el ganado.
La vida se iba haciendo más llevadera de lo que Constanza había temido, porque todas ellas tenían buena voluntad, eran pacientes, activas y animosas ante aquella situación. No era extraño que un rey, o un noble, padre, hermano, esposo o hijo, dispusieran el encierro de una mujer. Cuando no era esperando un matrimonio hasta edad núbil, era por limitar su libertad o castigo a ella o a su familia. En el caso de Constanza, está claro que no tenía nada que ver con ella, era la represalia del rey por la conducta de su padre.
No se ha conservado correspondencia de Constanza en este tiempo, que seguro que la hubo con Juan Manuel; sin embargo más adelante veremos una carta, que tiempo después, muestra su tristeza y dolor durante esta etapa, por la sinrazón de su enclaustramiento. La crónica sólo hace referencia a ella cuando el rey toma decisiones que la afectan directamente como su encierro y salida de Toro, y más adelante en el momento que decida impedir su partida, cuando necesitará cruzar Castilla para acudir a su boda en Portugal. La joven está sufriendo las resoluciones del rey, y pagando con creces la revuelta de su padre, cuya actitud en estos momentos, no se sabe si combate a Alfonso por el daño a su hija, o por su propio orgullo herido en lo más hondo de sus pretensiones.
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Una visión de Fiammetta, (musa de Boccacio), la modelo es María Spartali Stillman, óleo sobre lienzo, 1878, Dante Gabriel Rossetti, Colección Andrew Lloyd Webber,
- page: Palettes of Vision, file: [1], Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=625682 |
Llegaba la fecha de celebrar la boda de la infanta María de Portugal con Alfonso, por lo que desde el Real de Escalona envió a su almojarife Yuçaf de Écija, a por su hermana Leonor, que estaba en las casas reales de Valladolid, para que fuera ella la que recogiera a la infanta en la frontera y se llevara a cabo la ceremonia en Castilla. Pero en Valladolid, ocurrió un extraño suceso, que muestra la trama de Juan Manuel, y los antecedentes de un ama de la infanta, que años después provocará dificultades en el reino de Aragón.
Según la crónica, (mandada escribir por Alfonso XI a su apreciado Fernán Sánchez de Valladolid, y por tanto muy favorable al rey) en casa de la infanta estaba su ama Sancha Carrillo, que era viuda de Sancho Sánchez de Velasco, un importante alto cargo del rey Fernando IV. Esta dama hizo un enredo que impidió la salida de Leonor.
Era Sancha una mujer con mucho poder en Castilla, “(…) et esta Doña Sancha era de tal condición que siempre cobdiciaba bollicios et levantamiento en el regno: et en el tiempo de las tutorías fizo por ello todo su poder.” Al saber que Yuçaf de Écija iba a llevar a la infanta a donde estaba el rey, hizo una fabulación, y habló en secreto con algunos ciudadanos y les dijo que era para casarla con el conde Alvar Núñez, el principal consejero de Alfonso, y dado el poder de este ricohombre, que acabaría por dominarle. (3)
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Libro del Caballero Zifar, manuscrito, vitela y papel, Folio 96r Español 36, ca. 1301-1400, ¿Ferrán Martínez? BnF, Gallica. http://archivesetmanuscrits.bnf.fr/ark:/12148/cc349700 |
Se reunió mucha gente en un tumulto, incluso labriegos y “gente menuda”, y decidieron no dejar salir a la infanta cuando iba a partir con el almojarife. Ambos se refugiaron en las casas reales, los cercaron y pidieron a Leonor que les entregara a Yuçaf para matarlo. Mientras tanto, según cuenta la crónica, Sancha Carrillo mantenía dos posturas, decía en público que aquello le pesaba mucho, y en secreto a los cabecillas les instigaba a matar al judío, y estos querían derribar una pared y entrar en los aposentos.
A la infanta se le ocurrió una fórmula para salvar aquella situación: pidió que se presentaran cuatro de ellos para hablar, y les propuso “con gran mesura” que les dejaran ir seguros al alcázar viejo, y luego ella les entregaría a Yuçaf. Estuvieron de acuerdo y al mismo tiempo que unos cerraban las puertas de las murallas y ponían guardas en ellas, Leonor marchó con el almojarife al alcázar, que mandó cerrar en cuanto estuvieron dentro.
Como no quiso entregarles a Yuçaf, cercaron el edificio. Algunos empezaron a ser conscientes de lo que estaban haciendo frente a la infanta y a un hombre, que era el tesorero y de gran confianza del rey, así que fueron a hablar con Sancha Carrillo, le razonaron todo lo que aquello significaba y le preguntaron qué hacer. Ella les animó a mantener cercado el alcázar. Además les propuso ir a buscar al prior de la Orden de San Juan, Fernán Rodríguez de Valbuena, y a Pero Rodríguez, que estaban en las ciudades de Toro y Zamora alzadas, (este era el movimiento contra Alvar Núñez de Osorio como consejero del rey, que estaba preparando Juan Manuel, muy amigo del prior y enfrentado al conde Alvar) y que se pusieran de acuerdo con ellos, para evitar las consecuencias de aquellos hechos.
Vinieron pues el prior y el caballero, acompañados de algunos hombres de los concejos de esas ciudades. Hubo una reunión entre todos, incluida Sancha Carrillo. Acordaron quitar el cerco del alcázar y poner más guardia en las puertas de la ciudad.
Alfonso tuvo noticias de todo lo que estaba sucediendo en Valladolid, y decidió dejar el cerco de Escalona y dirigirse allí. (4) Llegado con sus gentes y los de los concejos de Medina del Campo, Olmedo y Arévalo, encontraron las puertas cerradas y que no les dejaban entrar. Algunos trataron de acceder por el monasterio de las Huelgas, que había mandado construir la reina María de Molina, y al verlo los de dentro le prendieron fuego. Alfonso ordenó a su gente que se sacara el enterramiento de su abuela para evitar que se quemase. La situación fue complicándose y el monarca se encontró, por un lado con los argumento del conde Alvar Núñez, y, por otro, lo que le decían un gran grupo de caballeros frente al conde. El rey optó por decirle que se fuera de su lado, lo que él hizo de muy mal talante. Por fin Valladolid abrió las puertas al rey, que fue a ver a su hermana y comió con ella. También, según sostiene la crónica, pudo comprobar cómo el conde Alvar Núñez le había engañado y además estaba quedándose con gran cantidad de rentas que no le correspondían.
De la actuación de la dama Sancha Carrillo, hay que concluir que, como conocedora de lo que pasaba en Toro y Zamora, urdió todo desde el principio para sumar Valladolid al alzamiento. Dada las relaciones entre el prior de la Orden de San Juan y Juan Manuel, ambos dos intrigantes, eran ellos quienes habían preparado la trama y difamación para la caída en desgracia del conde Alvar. En cualquier caso, la crónica deja claro que era una mujer entrometida y maquinadora.
Notas
(1) Crónica del rey D. Alfonso el onceno, cap. XCIII, p. 166. Ed. F. Cerdá y Rico, Madrid, 1787.
(2) Giménez Soler, A., Don Juan Manuel, biografía y estudio crítico, doc. CCCCLXI.
(3) Crónica del rey D. Alfonso el onceno, cap. LXXI, pp. 129, 130, 131.
(4) Ibidem, cap. LXXII, pp. 131 a 135.
Las bodas de las infantas:
María de Portugal con Alfonso XI, rey de Castilla, Alfaiates 1328
y Leonor de Castilla con Alfons IV, rey de Aragón, Tarazona 1329
Aquel verano, Alfonso XI y su hermana la infanta marcharían a Ciudad Rodrigo para realizar el casamiento del rey con su prima la infanta María de Portugal, pero antes se dirigieron a Palencia. Desde allí mandaron venir a Juana Núñez de Lara, que era viuda de Fernando de la Cerda, (un nieto de Alfonso X) para que les acompañara a la celebración. Juana era la dama más nobles de Castilla, tenía mucho carácter y había sabido dirigir sus propiedades con gran acierto, pues el heredero era muy niño cuando accedió al señorío.
La infanta Leonor cruzó la frontera acompañada de un séquito en el que iban la señora de Lara, obispos, ricoshombres y nobles de Castilla escoltándola, y se dirigió a Sabugal, donde se encontró con el rey Alfonso IV, que estaba con su esposa la reina Beatriz, la reina madre Isabel, y la infanta María, también acompañados de los ricoshombres y notables del reino. Después de permanecer con ellos tres días, se fueron todos a Alfaiates, donde se realizaron las bodas. De aquel lugar, así como de Ciudad Rodrigo y Sabugal se había apropiado Portugal en 1296, tiempos de la tutoría de Fernando IV en que aprovechando las circunstancias, el rey Dionís I, junto con el rey de Aragón, hacían la guerra a Castilla apoyando a Alfonso de la Cerda, (hermano mayor de Fernando de la Cerda y nieto de Alfonso X) y de paso para apoderarse de tierras de la frontera. (1) Las villas y castillos se le habían entregado sin resistencia. En el caso de Alfaiates él lo repobló, fortaleció sus murallas y el castillo. Este era una obra del poderoso Alfonso IX, cuando el lugar pertenecía al antiguo reino de León.
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Castillo de Alfaiates, Sabugal, Portugal, arquitectura militar románico-gótica, s. XIII-XIV, De CorreiaPM - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=15297465 |
La villa estaba muy engalanada para el recibimiento de casas, y sus vecinos habían cubierto las calles con plantas aromáticas como romero, lavanda y tomillo. Las banderas y pendones de los reyes de Portugal y de Castilla ondeaban en las torres del castillo y en las puertas de las murallas, el tiempo era espléndido, soleado, todo acompañaba para el encuentro.
En la sencilla iglesia románica de San Sebastián (hoy iglesia de la Misericordia) tuvo lugar la ceremonia de boda entre los dos jóvenes. María llevaba un brial de seda azul muy claro con perlas alrededor de los bordes del escote y de las mangas, y debajo una camisa blanca de algodón muy fina que asomaba por la escotadura y en las muñecas en la que había una larga botonadura. Aquellas ropas resaltaban aún más su aspecto inocente y su blancura. Alfonso resultaba esbelto con sus calzas oscuras y su jaqueta de seda roja, en la cabeza se cubría con un birrete adornado de los castillos y leones bordados en oro, emblemas de Castilla y de León.
Fue un ambiente distendido y alegre, en buena parte por la personalidad de aquellas mujeres. La reina madre Isabel, excepcionalmente acogedora, amable y dulce, era abuela de los dos integrantes de la pareja; la reina Beatriz, castellana que se había criado en Portugal desde los cuatro años al lado de Isabel y su esposo, había adquirido buena parte de las cualidades de la anterior reina, y por su carácter era natural, paciente y amable, y además de ser madre de María, era tía de Alfonso. La infanta Leonor y su hermano se sentían en familia, lo que ya no tenían en Castilla, rodeados de su abuela, sus tíos y su prima.
La joven novia, con quince años, marchaba a unas tierras desconocidas, un entorno extraño y un idioma ligeramente distinto, aunque llevaba compañía de algunas damas y hombres portugueses que le harían más fácil los primeros tiempos. Tendría que adaptarse a todas aquellas novedades, y a un esposo que era su primo por parte de padre y madre, ambos tenían los mismos abuelos, aunque ya sólo quedaba la reina Isabel. Probablemente ser parientes tan cercanos le daba una cierta seguridad y esperanza de una buena y profunda relación conyugal, aunque sus expectativas irían frustrándose con el tiempo. Venía acompañada por un pequeño séquito de notables que la ayudarían en su nuevo hogar, entre ellos estaba su aya Sancha Yáñez, y el canónigo de Lisboa, Pedro Alfonso de Espiño como consejero y mayordomo mayor, era un clérigo recto que más tarde será nombrado obispo de Astorga y que la apoyará incondicionalmente.
La infanta María de Portugal recibía “(…) por sus arras e por su donadio para en toda su vida los sus Alcaçares e Castiellos e Villas de Guadalfajara de Talavera e de Olmedo com todos sus terminos derechos rendas jurisdiciones e pertenencias (…).” (2)
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María de Borgoña, óleo sobre tabla de roble, 1490, Michael Pacher, Colección de Heinz Kisters, Kreuzlingen, Suiza, https://commons.wikimedia.org/wiki/ |
Después de la ceremonia se dirigieron a Fuenteguinaldo, lugar pasada la frontera y ya en Castilla, donde pernoctaron, y los reyes firmaron el casamiento de Pedro el heredero portugués, que en ese momento tenía ocho años, y Blanca de Castilla que acababa de cumplir nueve, y era la hija de la infanta María de Aragón y del infante Pedro de Castilla. El acuerdo se basaba en que el rey Alfonso IV daría a Blanca en Portugal, unas propiedades equivalentes a las que la novia tenía en Castilla, y estas pasarían al rey castellano como ajuar de María, la ya reina de Castilla y de León.
El rey portugués y la reina Isabel dejaron Fuenteguinaldo y marcharon a sus tierras, mientras Alfonso y María, acompañados por Leonor y la reina Beatriz se fueron a Ciudad Rodrigo, y permanecieron allí unos días porque María enfermó. Beatriz había sido madre aquel año, había tenido a su última hija, Leonor, y querría transmitir confianza a María en los primeros días de su matrimonio. Mientras tanto, Alfonso tomaba importantes decisiones sobre el conde Alvar Núñez.
Juan Manuel, Sancha Carrillo, Fernán Rodríguez de Valbuena y otros caballeros habían observado el ascenso vertiginoso de Alvar, que a parte de haber sido nombrado conde y señor de Ribera y Cabrera, había obtenido la tenencia de numerosos castillos de realengo y otras propiedades, y era su principal consejero. Ya vimos cómo comenzaron a maquinar contra él y levantaron Toro, Zamora y Valladolid. En algún momento de la revuelta de Valladolid, Alfonso le había echado de su presencia y el conde se retiró enfurecido.
El rey decidió mandar ajusticiarlo, Ramir Flores se ofreció a acabar con el conde, el monarca ordenó que trajeran su cadáver ante él, que se sentó en un estrado y lo juzgó. Lo condenó, ya muerto, por traición, y todos sus bienes pasaron a propiedad real.
Al poco se despedían madre e hija, y esta iniciaba su camino de reina de Castilla y de León al lado de Alfonso XI, y Beatriz regresaba a Portugal. No muy lejos de allí, en el alcázar de Toro, Constanza Manuel permanecía con su monótona y solitaria vida, no veía el final de aquel tiempo recluida contra su voluntad y la de su padre. Ya tenía doce años y su tiempo de encierro la habían hecho adquirir mayores cualidades y madurez. Tenía una gran paciencia, aceptación ante las adversidades y valentía. Seguía bordando despacio con detenimiento sobre lino, la ropa que iba necesitando y la del ajuar para un futuro matrimonio, y ya había alcanzado una gran maestría y buen gusto en todo tipo de adornos. Con el telar sabía tejer con delicadeza tapices y colgaduras. A veces miraba el arcón donde tenía guardadas numerosas labores y se preguntaba si las disfrutaría al lado de algún buen esposo.
No habían acabado los tratados de bodas, porque en Salamanca, a donde se dirigieron los reyes, llegó un embajador de la corona de Aragón para proponer el casamiento de la infanta Leonor con el rey Alfons IV (esta es una etapa en que los tres monarcas de los reinos ibéricos se llaman Alfonso, y que en Aragón y Portugal coinciden el cuarto de ese nombre), y en Medina del Campo se firmó un acuerdo de matrimonio que se llevaría a efecto en Tarazona. Para Leonor era un buen ofrecimiento, sería reina de Aragón, como en principio había estado destinada con su primer compromiso con el infante Jaime, frustrado por la decisión de este. Ella se había criado en la casa real aragonesa, conocía bien a Alfons desde niños y sabía que sería un magnífico esposo, porque era bueno y de fácil carácter, por lo que la noticia le agradó mucho.
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Patio de las Doncellas, Real Alcázar de Sevilla, De Cat from Sevilla, Spain - Patio de las doncellas.jpg, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=129748689 |
María viajaba con Alfonso cuando este no se iba a asuntos que tuviera que resolver rápidamente. Pasaron la fiesta de Navidad en Sevilla, a ella también le gustó la ciudad luminosa del sur y los alcázares con su huertos llenos de naranjos cuajados de frutas alegres y coloridas. A primeros de año regresaron a Castilla, porque tendrían que ir a celebrar el casamiento de Leonor en Tarazona.
Acompañaron a los reyes y a Leonor, un gran séquito de obispos, los ricoshombres de Castilla, los maestres de las órdenes, oficiales, músicos, mimos y juglares. Cuando llegaron a Logroño vinieron el arzobispo de Zaragoza, Pedro de Luna y ricoshombres de Aragón para recibirla y escoltarla hacia su reino. Traían magníficos presentes de boda: ricas telas, perlas, copas, mulas y otros regalos. En Alfaro fue Juan de Aragón, hermano del rey, que había sido arzobispo de Toledo, quien la recibió y la obsequió de parte de Alfons, con coronas, telas de oro y seda y de lana, copas, perlas, mulas, pieles de armiño y de marta y otros objetos valiosos.
En Ágreda se reunieron las dos casas reales acompañados por los ricoshombres de Aragón, Cataluña y Valencia, para al día siguiente ir a Tarazona, y allí en la iglesia de San Miguel, (hay autores que hablan de que fue en la iglesia del convento de San Francisco) una antigua mezquita convertida en iglesia después de la conquista por los cristianos, se celebró el casamiento de la infanta Leonor con el rey Alfons IV de Aragón.
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Retrato de una dama, óleo sobre tabla de roble, 1465-1470, Petrus Christus, Gemäldegalerie, Berlín, https://es.wikipedia.org/wiki/Retrato_de_muchacha |
Este supo escoger muy bien el lugar de la boda, Tarazona había sido la sede del enlace de otra Leonor y otro Alfonso, una pareja real ya legendaria, Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet, hija de Leonor de Aquitania y Enrique II de Plantagenet. (3) Él había dejado tras de sí el triunfo de la batalla de Las Navas en 1212 contra los almohades, que llevó la frontera con los musulmanes mucho más al sur de Toledo, y ella, fundadora con el rey, de las Huelgas, uno de los monasterios del Císter más importantes de Castilla, que se convirtió en panteón real, y entre otras iniciativas, promotora de la construcción de la catedral de Cuenca, con influencias normandas en su fábrica.
En ese momento de grandes expectativas, había todas las posibilidades de que fuera un matrimonio bien avenido, incluso feliz. Ambos se conocían desde pequeños, ella había vivido nueve años en los palacios reales de la casa de Aragón, sabía el idioma, Alfons tenía buen carácter y era bondadoso. Sólo existía un detalle que había que cuidar con esmero, Alfons tenía tres hijos de su primera esposa: Constanza de diez años, Pedro, el heredero de la corona, de nueve años, y Jaime de ocho.
La futura reina recibió como arras la ciudad de Huesca y las villas de Calatayud con sus aldeas, Játiva, Castellón, Burriana, Montblanc, Tárrega, Morella, Murviedro y Alcira, con sus rentas, derechos y pertenencias. El rey ordenaba a los procuradores y ricoshombres que acatasen, respetasen e hicieran pleitesía y homenaje ante la reina Leonor. (4)
Tarazona les esperaba con gran regocijo, una celebración de esta importancia daba vida y alegría a la ciudad, que estaba engalanada con colgaduras y banderas. Ya habían llegado los oficiales de la casa real para tener todo preparado cuando acudieran los reyes de Aragón y de Castilla y el variado séquito que les acompañaba. La iglesia tenía los estrados para los monarcas con doseles de color rojo oscuro, los escudos de las dos coronas, y toda ella se había adornado con guirnaldas de ramas de pino y enebro de los bosques cercanos.
Eran los primeros días de febrero de 1329, y hacía mucho frío en la ciudad. Leonor eligió para la ocasión un hermoso brial de brocado en lana carmesí con hilos de oro, debajo llevaba una blusa de lana de color crema adornada con encajes, y se cubría con una capa forrada de piel de marta, lucía una diadema de oro con piedras preciosas sobre un ligerísimo velo de cendal claro y transparente y de su cuello colgaba una cadena de oro con una bella cruz. La novia estaba resplandeciente a sus veintiún años, y Alfons, que tenía unos treinta, vestía unas calzas gruesas de color rojo oscuro y una jaqueta de lana, más claro, del que asomaba una hermosa camisa blanca también de lana, y se cubría con una capa forrada de armiño. Llevaba un birrete marrón claro.
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Cortejo de boda, Histoire d'Olivier de Castille et d'Artus d'Algarbe, manuscrito, f. 113r, Philippe Camus, s. XV, BnF, français 12574, http://archivesetmanuscrits.bnf.fr/ark:/12148/cc43760d |
Además de Juan, Pedro y Ramón Berenguer, hermanos del novio, había venido María desde el monasterio de Sigena, acompañada de su hija Blanca que tenía nueve años, y que en aquella ocasión se marcharía con los reyes de Castilla para ser trasladada a Portugal y realizar los esponsales con Pedro, el heredero de aquella corona. (5)
También se hablaría de algunos acuerdos económicos que ya habían sido tratados anteriormente y que concernían a la infanta aragonesa, y de cuándo esta se incorporaría a su señorío del monasterio de las Huelgas de Burgos. (6) La reina Leonor y la infanta María se saludaron con afecto, sus vidas ya se habían cruzado con anterioridad, y ahora de nuevo se encontraban, pero con destinos diferentes: Leonor volvía a Aragón como reina, y María, como monja, regresaría en breve a Castilla al monasterio cisterciense de las Huelgas. La infanta estaba contenta de que su hija se casara con el futuro rey portugués, con el que llegaría a ser reina. Mientras que Leonor, recién casada, llevaba todas las esperanzas de una vida al lado de Alfons.
La celebración debió de realizarse en el palacio o alcázar de la Zuda, un edificio de época musulmana, que desde su conquista cristiana era utilizado como residencia de los reyes. El banquete estuvo muy animado, era una curiosa mezcla de las lenguas cristianas que se hablaban en la península, que entonces no eran demasiado diferentes: el catalán, el aragonés, el castellano y el portugués, porque a parte de la reina María, habían venido unos embajadores de Portugal para los acuerdos de apoyo mutuo que se firmaron en esos días. En un estrado estaban las dos parejas de reyes, y a continuación se encontraba una mesa con los altos cargos eclesiásticos, los infantes y ricoshombres de ambos reinos. Parte de ellos, según su categoría, tenían sus asientos en zonas más alejadas en otra sala, comunicada por un gran pórtico abierto, por lo que ambos grupos podían verse. Cuando entraban, los anunciaban trompetas y añafiles, mientras comían lo amenizaron músicos y juglares con violas, vihuelas y cítolas y les acompañaban, malabares, mimos y enanos, que habían ido con María y Alfonso. (7)
En la cancillería del rey aragonés aparecerán pagos a todos ellos, pues el monarca anfitrión corría con el gasto que se hubiera realizado en la boda. El 14 de febrero en Zaragoza, mandaba pagar trescientos sueldos a los trompetas Pericó y Guillemó Ferrández, al atabalero Bonanat y al añafilero Joan Fernández, todos de Valencia. Al mes siguiente, el 10 de marzo en Teruel, ordenaba diversos pagos de sueldos a Arnaldot y Antoni, juglares del rey, de cuarenta sueldos a Alfonso, mimo del monarca de Castilla, de veinte sueldos a Abaval, enano, y de cien sueldos a los juglares del castellano. (8)
Llegó el momento de las despedidas, los reyes y María de Aragón y su hija, todos, iniciaban una nueva etapa en sus vidas, esperanzadas y llenas de posibilidades para el futuro las dos nuevas parejas, y probablemente las únicas que lo hicieron con un velo de tristeza en los ojos, fueron la infanta María y su hija Blanca. Esta era muy niña, y aún le quedaba la adaptación a un ambiente muy distinto al que dejaba atrás. María, por su parte, no sabía cuando podría volver a verla, y regresaba al monasterio Sigena, y más tarde iría a las Huelgas.
La reina María tomó bajo su protección a Blanca y la llevaría consigo primero a Castilla y luego hasta la frontera de Portugal. (9) Dio orden a los que transportaran los arcones con los objetos de la pequeña sobre mulas que viajarían en la comitiva. Blanca iba a vivir un tiempo en el monasterio de las Huelgas hasta que vieran a los reyes de Portugal, y estos se hicieran cargo de ella como desposada del infante Pedro. Alfonso XI y María de Portugal se habían casado hacía pocos meses, quedaba mucho tiempo por delante para ir conociéndose y hacer su relación, y se fueron hacia Ágreda. Leonor y Alfons IV también comenzaban su camino juntos, y se dirigieron hacia la cercana Zaragoza, al palacio de la Aljafería.
Notas
(1) Benavides, Antonio, Memorias del rey Fernando IV de Castilla, Tomo I, p. 36, Madrid, 1860.
(2) Caetano de Sousa, A., Provas da Historia Genealogica da Casa Real Portugueza, Tomo I, p. 243, Lisboa Occidental, 1739.
(3) Cerda, J. M., Matrimonio y patrimonio, las arras de Leonor Plantagenet, reina consorte de Castilla, p. 68, Anuario de Estudios Medievales, 46/1 enero-junio 2016.
(4) Archivo de la Corona de Aragón, Cancillería, pergaminos, Alfonso IV, carp. 234, apéndice n.º 3, Fondo Histórico de Aragón.
(5) Crónica del rey D. Alfonso el onceno, cap. LXXXI, pp. 146 y 147, edición F. Rico y Cerdá. Madrid, 1787.
(6) Zurita, Jerónimo, Anales de la Corona de Aragón, libro VI, cap. LXXVIII. Ed. Canellas López, A., Ed. electrónica Iso, J. J., Coord. Yagüe, M. I. y Rivero, P. 2003, Libros en red. https://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/2448
(7) Cingolani, Stefano Maria, Entretenimientos, fiestas, juegos y placeres en la corte aragonesa en el siglo XIV, p. 235. En la España medieval, volumen 39, 2016, Universidad Complutense.
(8) Trench Ódena, Josep, Documents de cancellería i de mestre racional sobre la cultura catalana medieval, docs. 483, 485, 493 y 560. Institut d’Estudis Catalans, Barcelona, 2001.
(9) Crónica del rey don Alfonso el onceno, cap. LXXXI, pp. 146 y 147.
María, reina de Castilla, en las Cortes de Madrid
La pareja castellana llegó a Soria, y allí permanecieron varios días, pues el rey quería poner orden, porque hacía poco tiempo que los de la tierra habían matado a Garci Lasso de la Vega y a algunos de sus hombres. Fue un asunto confuso y oscuro, en el que se mezclaron odios y venganzas por sus actuaciones, y repulsa porque venía a llevarse gente para la guerra contra Juan Manuel. Y también relacionado con las acciones de los Lasso de la Vega en las propiedades de Blanca, la heredera del infante Pedro de Castilla. El tutor, junto con sus hijos, había invadido y saqueado sus tierras en numerosas ocasiones (1) desde que la infanta se había ido con su hija al reino de Aragón, en lugar de defenderlas y pagarles regularmente las rentas, de las que se quedaba con parte de lo que recaudaba. Es posible que Juan Manuel estuviera implicado con algunos de sus vasallos moviendo los hilos de la encerrona a Garci Lasso, al igual que había estado en la trama contra el conde Alvar Núñez Osorio.
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Portada de El Conde Lucanor, Juan Manuel, edición de Gonzalo Argote de Molina, 1575,
https://www.cervantesvirtual.com/obra/el-conde-lucanor--1/ |
En su libro de El Conde Lucanor dice: “(…) parad mientes en todos los agoreros ó adivinos ó que facen ciertos encantamientos é destas cosas cualesquier, y verédes que siempre ovieron malos acabamientos: y si no me creedes, acordadvos de Alvar Nuñez y de Garcilaso, que fueron los omes del mundo que mas fiaron en agüeros y en estas tales cosas, y verédes cual acabamiento ficieron.” Resulta asombroso que el maquinador de la caída y ejecución de Alvar Núñez y probablemente de la muerte de Garci Lasso, achaque su “acabamiento” a que ambos creyeran en agüeros, cuando habían sido víctimas de las malas artes del gran magnate.
Hacia la primera quincena de abril, María y Alfonso se encontraban en Madrid, donde él había convocado reunión de Cortes. Es prácticamente seguro que la reina asistió, como mínimo, a la apertura de las sesiones y a su clausura, aunque la crónica tiende a no hablar de ella, pero María tenía que cumplir un papel institucional. Eran unas Cortes importantes, porque el rey dará cuenta de lo que ha sucedido hasta entonces, reorganizará su casa, escuchará las quejas de los representantes de la ciudades y explicará su política, la intención de que sus reinos estén en paz y que haya justicia, y solicitará apoyo económico, “servicios y moneda”, para sostener la guerra que quiere hacer contra el reino de Granada.
En esta estancia Alfonso enfermó gravemente y pensaban que iba a morir. La dolencia debió de durar todo el mes de junio, porque deja de haber documentos firmados por él entre los primeros días de junio y el 3 de julio. El mismo rey cuenta lo que ha tenido, cuando el 9 de julio escribe una carta a su adelantado mayor de Murcia, Pero López de Ayala, diciéndole:
“Fagovos saber que yo fuy muy flaco de terçiana doble, pero, loado a Dios, so ya terminado et fuera de peligro, et enbiovoslo dezir porque so çierto que vos plazera. (…) ca pues yo so terminado et fuera de peligro, loado a Dios, tanto que aya librado en estas Cortes asi commo a mi conplia, luego me yre de camino para la frontera.” (3)
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Alcázar de Madrid, grabado, 1534, Jan Cornelisz Vermeyen,
- [1], Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3431100 |
Tampoco se habla de ella, pero es indudable que la reina María estaba con él durante todo este tiempo alojados en el alcázar, muy preocupada temiendo por la salud de su esposo. Las reuniones de Cortes fueron largas y el rey estuvo enfermo durante su celebración, porque dice que cuando acaben se marchará a la frontera. María y Alfonso permanecieron en la villa de Madrid desde mediados de abril hasta finales de agosto.
Ella ya estaba ocupándose de sus señoríos, concretamente de Guadalajara, villa que tenía como arras de su matrimonio. Ese año había dado privilegio con los derechos de pastos y aprovechamiento de leña, y donado la aldea de Antanzón al matrimonio formado por su camarera mayor Elvira Rodríguez y Fernán Rodríguez Pecha, camarero del rey desde 1326, y que en un futuro lo será del infante Pedro. (4)
La reina Leonor y su hijastro Pere
Leonor se quedó embarazada muy pronto, lo que dio gran alegría a los nuevos esposos, y tuvo su primer hijo, Fernando, en aquel diciembre del mismo año en que se habían casado. Probablemente las relaciones familiares serían satisfactorias, los hijos del primer matrimonio tenían su propio servicio y oficiales y todavía no había razones para que hubiera problemas. Aunque el primogénito Pere ya era un niño irascible y autoritario.
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El nacimiento de la Virgen, óleo sobre lienzo, 1660, Bartolomé Esteban Murillo, Museo del Louvre, París,
- http://www.louvre.fr/llv/oeuvres/detail_image.jsp Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=11751207 , |
No mucho después debieron de empezar a surgir las tensiones. La crónica de Alfonso XI en los sucesos de Valladolid de 1328 presenta a la infanta como inteligente y mesurada, supo llevar la situación con habilidad y encauzó el problema. Por eso resulta extraño que, según la mayoría de los historiadores que hablan de ella, la adjetiven de autoritaria, ambiciosa y maquinadora. Es difícil encontrar el equilibrio para analizar su presencia en el reino de Aragón, porque muchas de las fuentes son parte interesada, como la crónica de Pere, escrita si no por él mismo, por alguien mandado y dirigido por él. Y Jerónimo Zurita en sus Anales de la Corona de Aragón, aunque utiliza esta crónica del rey Pere muy a menudo, tiene una visión más distanciada, y dice de Leonor: “Mas aunque era notorio que el rey (Pere) no deseaba cosa más que la ruina y perdición de su madrastra que fue una princesa muy excelente y de gran valor, por todas las vías posibles procuraba desheredar a sus hermanos, (…).” (5)
Hay que tener en cuenta los objetivos y los caracteres de los que intervienen en ese momento, y las circunstancias que les rodeaban. El rey Alfons era un hombre equilibrado, de buen carácter, y con un deseo personal de mantener a su alrededor un ambiente sereno y de armonía, que trataba de gobernar sus reinos con esa actitud. Alcanzó una relación neutral y amistosa con Castilla, y sus contactos con Alfonso XI eran fluidos y positivos. Él, que había conquistado Cerdeña con mucho valor y gran éxito, era ahora objeto de grandes presiones. Por un lado, su heredero, iracundo, duro y vengativo, a quien en alguna ocasión tiene que limitar en su cargo de procurador general del reino, por aplicar una justicia demasiado rigurosa y extralimitarse con su autoridad ante las protestas de caballeros y ciudadanos. No le importaban los medios a utilizar para obtener sus objetivos. (6)
Sus hombres de confianza y una parte de la nobleza le apoyaba. Por otro, su nueva esposa, y los hijos que tenía con ella, que le pedía los dotara bien para que tuvieran un buen futuro. Y frente a esos deseos enfrentados, sus propios consejeros y los grandes nobles y ciudadanos de sus reinos. Era un hombre con una salud frágil, como varios de sus hermanos, al parecer con una enfermedad crónica adquirida en la conquista de Cerdeña. En general gobernará con acierto, a pesar de las situaciones que se van produciendo, y su reinado será muy corto, lo que no le permitió realizar sus planes.
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Desfiladero de Gorropu, Cerdeña, De Unukorno - Trabajo propio, CC BY 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=44694047 |
La reina tendrá dos hijos, Fernando en diciembre de 1329 y Juan al año siguiente. Como madre quería lo mejor y lo máximo para sus hijos, deseaba que se les dotara suficiente para tener autonomía. Pero eso chocará frontalmente con otros intereses. Jaime II había dejado un estatuto en 1319, en el tiempo en que el infante Jaime había renunciado a la corona, que blindaba la integridad del reino, ya que no podía donarse ninguna de sus partes. Sin embargo, “(…) tenía una reserva que él y sus sucesores pudiesen dar a sus hijos y nietos y a las personas que les pareciese, lugares y castillos o otros heredamientos.” Por su parte Alfons, poco después de acceder a la corona, y ya habiendo concertado el matrimonio con la infanta Leonor, hizo otro estatuto que juró en secreto y ante ciertos testigos, en Daroca el 20 de agosto 1328, de no enajenar ninguna propiedad de los reinos, castillo, ciudad, ni lugar por tiempo de diez años.
Pero también hizo una reserva que “(…) en evidente necesidad y utilidad de sus reinos pudiese dar o enajenar lo que le pareciese y hacer las concesiones y mercedes que bien visto le fuese dentro de los diez años a los infantes sus hijos”. Este estatuto, pero no su reserva porque no le convenía, será esgrimido por el infante Pere contra Leonor y sus hijos, para que las donaciones que el rey les había hecho no fueran válidas. (7) Siempre actuará así, manipulando las normas a su conveniencia, y mintiendo sin escrúpulos.
Era claramente lesiva para los hijos que pudiera tener, ya que sin la reserva, ¿no podrían recibir donaciones? En seguida, Leonor observó el carácter imperioso y avasallador de su hijastro, la reina era consciente de la posible precariedad en que quedarían sus hijos, cuando Alfons desapareciera, ¿Qué harían unos infantes sin patrimonio? Por eso acudió al papa, y este pidió a los obispos de Lérida y Valencia, y al patriarca de Alejandría el infante Juan de Aragón, hermano de Alfons, que tenía gran autoridad moral en el reino, que aclarasen con el rey si su voluntad en aquel juramento incluía y afectaba a las donaciones a su esposa y a sus hijos pequeños. (8) Si no había tenido intención de incluirlos, los prelados podrían levantar ese juramento para ellos, y no incurrir el monarca en perjurio. Alfons juró que no era su intención incluirlos cuando hizo el juramento en Daroca.
El primogénito Pere no quería que sus hermanastros obtuvieran patrimonio en el reino. Más adelante mantendrá también una actitud beligerante con su hermano Jaime, y hay serias dudas de si le mandó matar, porque se había levantado contra él y estorbaba sus planes. (9)
La reina se había llevado caballeros y damas de su confianza, aparte de que conocía a numerosos personajes del reino, y muchos de ellos simpatizaban con ella. De hecho, algunos apoyarán sus reclamaciones, y la secundarán en sus iniciativas frente a su hijastro, e incluso, en su momento, la ayudarán a defenderse de Pere, como fue el caso de Pedro de Jérica, uno de los hombres más leales y verdadero caballero en toda su trayectoria vital, que fue muy intensa y sirviendo a diferente rey, ya fuera Alfonso XI o Pere.
La primera donación hecha por el rey a su hijo Fernando fue la de diciembre de 1329, mediante una carta de concesión. Le nombraba marqués de Tortosa y le donaba las ciudades de Albarracín y Tortosa, los castillos de Orihuela, Callosa, Guardamar, Alicante, Alpuente, Elda, Mola, Novelda y Aspe. (10)
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Vista de Albarracín, Teruel, De FRANCIS RAHER - P4190772.jpg, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=44293127 |
Entre las damas que acompañaron a Leonor estaba Sancha Carrillo (también se la identifica como Sancha García Carrillo, o Sancha de Velasco, pues estuvo casada con Sancho Sánchez de Velasco). Ya la encontramos en los sucesos de Valladolid, donde tuvo un relevante papel como fabuladora de una historia falsa, y urdidora de la trama que se formó, y desembocó en tumultos. El rey Alfonso XI tuvo que intervenir para acabar con la situación.
Pere en su crónica, que la hace abuela, “havia”, no sabemos si figuradamente, cuando era una dama de la reina, dice que era la instigadora de los deseos de su madrastra, a la que acusa de perseguirle y de querer envenenarle. Lo que no cuenta es lo que él estaba dispuesto a hacer contra ella en cuanto muriera su padre.
Leonor empezó a ocuparse de las posesiones de su hijo como tutora, y esto se plasmará en la resolución de los asuntos que correspondían a esos lugares. En el caso de Orihuela, en su carta de marzo de 1330, perdonaba a los oficiales los excesos o delitos que hubieran cometido hasta el 24 de octubre de 1329. Y poco después confirmaba todos los privilegios que tenía la villa de señores anteriores. (11)
En cuanto a Albarracín, una villa que le gustaba mucho y en la que vivirá largas temporadas, se interesará por los pastos de los ganados, de los que más tarde veremos que ella tendrá una buena cabaña, en nombre de Fernando que era el dueño, “(…) su madre la reina Leonor recordó a las autoridades de Albarracín el 8 de enero de 1331 las franquicias fiscales que disfrutaba la citada Orden.” (se refiere a la Orden de Montesa que Jaime II había protegido para que se implantase en el norte de Valencia y contrarrestar el poder de la Orden del Hospital que también tenía tierras en la zona). (12)
Su hermano Alfonso XI de Castilla era consciente de los problemas que se generaban en la zona con los recaudadores, por la histórica trashumancia del ganado de Albarracín hacia pastos castellanos, además existían lazos comerciales en la zona que interesaban a los dos reinos, por lo que decidió en 1332 dar un privilegio “(…) de poder transitar libremente con sus rebaños por su reino pagando los derechos acostumbrados. Una decisión que está en consonancia con el desarrollo de la trashumancia desde las altas montañas de Albarracín hacia los invernaderos castellanos (…).” (13) Probablemente, además de los intereses económicos, había intención de favorecer la posesión de su sobrino, el infante Fernando de Aragón.
Notas
(1) García Fernández, M., La infanta doña María, monja de Sijena, y su política castellana durante la minoría del Alfonso XI (1312 - 1325), p. 172. Anuario de Estudios Medievales, 28 http://estudiosmedievales.revistas.csic.es
(2) Juan Manuel, El conde Lucanor, cap. XLIX, p. 150, edición Gonzalo Argote de Molina, Sevilla, 1575, https://www.cervantesvirtual.com
(3) Colección de documentos para la historia del reino de Murcia, VI, Documentos de Alfonso XI, doc. CXXXII. Edición, estudio e índices de F. A. Veas Arteseros, Murcia 1997.
(4) Martín Prieto, P., Notas sobre María de Portugal, reina de Castilla, como señora de Guadalajara, (1328-1356), pp. 225, 226 y 227, Espacio, Tiempo y Forma, serie III, Historia Medieval, tomo 24, 2011.
(5) Zurita, Jerónimo, Anales de la Corona de Aragón, libro VII, cap. XXXII, Ed. Canellas López, A., Ed. electrónica Iso, J. J., Coord. Yagüe, M. I. y Rivero, P. 2003, Libros en red. https://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/2448
(6) Masià de Ros, A., Relación castellano aragonesa desde Jaime II a Pedro el Ceremonioso, volumen I, p. 24, Biblioteca de Historia, CSIC, Barcelona, 1994.
(7) Zurita, Jerónimo, Op. cit. Libro VII, cap. V.
(8) Ibidem, cap. XVII.
(9) Masià de Ros, Àngels, Op. cit., p. 25.
(10) Archivo de la Corona de Aragón, Cancillería, pergaminos, Alfonso IV, carp. 222, n.º 388/ carta de concesión.
(11) Privilegia per serenissimos reges civitate Oriole concessa, folios 89v a 91v, Codices,L.1368, AHN.
(12) Berges Sánchez, J. M., Actividad y estructuras pecuarias en la Comunidad de Albarracín (1284-1516), pp. 605 y 606. Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín, Estudios, 5, 2009, https://dialnet.unirioja.es
(13) Ibidem, p. 213.
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