La persecución del rey Pere IV a su madrastra y hermanastros
La reina Leonor se había trasladado a Molina que, aunque pertenecía a Castilla, estaba en la frontera con el reino de Aragón y muy cerca de Daroca y otras villas aragonesas, porque allí se sentía más segura, pero podía reintegrarse fácilmente a Calatayud u otras ciudades. Pere IV, a pesar de las buenas palabras que había dado a los mensajeros de su madrastra, había confiscado sus rentas, y no había sido convocada, como debería, a las Cortes habidas en Zaragoza. Realmente no permitía que ni ella ni sus hijos ejercieran como señores de las donaciones que el rey Alfons les había dado y que en su testamento volvió a ratificar. Un testamento que no dejará ver a Leonor, ni se publicará. Su determinación era clara desde que su padre había heredado a sus hijos pequeños, no permitir que esas donaciones fueran efectivas y hacer que volvieran a su propiedad. Nunca abandonó ese propósito, aunque siempre respondió falsamente. La reina veía que su situación empeoraba y que Pedro de Jérica, su gran defensor en el reino de Valencia, mantenía guerra con el rey y necesitaba ayuda para seguir adelante, porque acabaría perdiendo y claudicando ante aquel, ya que le había quitado rentas y propiedades.
Escribió a su hermano diciéndole que quería reunirse con él para analizar cómo podría ayudarla frente a Pere IV. Alfonso le pidió que viniera a Ayllón, donde se vieron y consideraron qué hacer. Igual que en varias ocasiones de su vida, Alfonso se encontraba entre dos focos de tensión que requerían su esfuerzo y atención. Respondió a su hermana que no podía dejar de ir a la frontera de Portugal y pelear con el rey que le estaba invadiendo las tierras. Pero iba a mandar más gente de armas a apoyar a Pedro de Jérica, y escribiría a Pere requiriéndole que la respetara como correspondía a una reina, e igual a sus hermanos que eran infantes de Aragón.
No sabemos, porque nada se dice en la crónica ni en documentos, si Leonor se vio con la reina, porque María estaba en Burgos aposentada en las casas reales del Compás del monasterio de las Huelgas o en las estancias reales de los palacios del obispo, ya que desde el sitio de Lerma se había vuelto a esta ciudad y allí permanecía. Seguramente las dos mujeres estuvieron juntas unos días, se llevaban bien, pues como veremos años después, vivirán en compañía en diferentes palacios, y estarán muy unidas ante los difíciles acontecimientos que les tocará vivir.
Tampoco se sabe qué opinaba de la conducta de su hermano con la reina ni la prepotencia que tenía la concubina en la corte. Leonor dependía de la ayuda del rey para salir adelante en Aragón, y sin su apoyo estaría desamparada, porque los nobles de su reino no podrían resistir mucho más a Pere IV. Probablemente por eso, tendría sus explicaciones con María, y callaría y soportaría la situación con él con discreción, lo que no hará en un futuro frente al hijo de Alfonso, Pedro I, su sobrino, que repetirá una actitud muy parecida a la de su padre, y que ella criticará con firmeza.
El mensaje que transmitió el legado de Alfonso al rey Pere IV es un recado magnífico que recoge todos los problemas que el hijastro tiene pendientes con Leonor. Le ruega que publique el testamento del rey y dé información a la reina de las clausulas que la afectan a ella y a sus hijos. Pere respondió de nuevo, como a otras comunicaciones de Alfonso, con argumentos de aparente buena voluntad, aunque sus planes eran continuar con la persecución y daño a la reina y sus hijos, y dejarles sin rentas y donaciones, para conseguir que se marcharan del reino para siempre. Nunca movió ni un ápice su mala intención hacia ellos.
Los hombres del rey la acosaban siempre que podían. El arzobispo de Zaragoza Pedro López de Luna recibió una carta del papa Benedicto XII, poco antes de la muerte Alfons IV, en la que le decía que trabajase para solucionar las disensiones entre el infante y la reina. López de Luna no hizo nada al respecto, porque estaba de acuerdo con el joven y su política contra ella. Una vez coronado rey, Pere le nombró su canciller, y este siguió fomentando esa actitud. Por lo que al año siguiente, el papa le reconvino por no haberle obedecido evitando las disensiones entre Pere y su madrastra, y le ordenaba que procurase solucionarlas y obedeciera a sus enviados. (1)
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Ventana de yeso tallado del antiguo palacio del arzobispado de Zaragoza, s. XIV,
https://www.almamatermuseum.com/blog/2017/07/19/descubriendo-palacio-mudejar-del-siglo-xiv/ |
Solicitado por Leonor, el pontífice había exhortado a Pere IV “(…) a defender los derechos a la reina viuda de Alfonso IV y a los infantes sus hijos, molestados por los oficiales reales, por lo que la reina ha escrito al papa; y les entregue copias del testamento del difunto rey, por afectarles algunas cláusulas del mismo.” Al mismo tiempo comunica a Leonor que ha escrito en su favor al rey de Aragón, y a ella la exhorta, así como a sus hijos, a tratar al rey con respeto y “sin exasperarle.” (2) El papa conocía el mal carácter y las reacciones violentas de Pere. No dejará de ocuparse por el problema, pues meses después, ya en 1337 cuando las relaciones del rey castellano con el aragonés eran muy tensas, y existía una guerra abierta entre este y el noble Pedro de Jérica apoyado por Alfonso XI, el 5 de enero escribe al rey de Castilla: que “(…) obedezca a sus enviados para conservar la paz entre Alfonso XI y Pere IV de Aragón, a quien siendo joven, no aconsejan sus tíos prudentemente, y si hubiera guerra aumentaría el peligro de los moros.” (3) La excomunión y entredicho rondaba a la corona de Aragón por la conducta de su rey.
Cuando Alfonso XI hacía preparativos para ir a la frontera contra el rey portugués, este recibió una carta que alteró su ánimo y removió su conciencia frente a los dilemas de una guerra, y a la justicia y honestidad de la boda de su hijo con Constanza Manuel. La escribió Álvaro Pelayo, obispo de Silves, una ciudad al sur de Portugal y capital del Algarve.
Era un prelado de gran entendimiento y cultura, que había estudiado Derecho en Bolonia, se decía alumno de Juan Duns Scoto, y fue autor de textos en favor de los derechos de la Iglesia. Se hizo franciscano, y en 1334 será nombrado obispo de Silves. Le pedía disculpas porque se expresaba en un tono descarnado y duro, y le explicaba en su carta que una guerra siempre es inducida por Satanás. Toca el aspecto más sensible y problemático de aquella guerra iniciada por Alfonso IV, al decirle que no se funda en un motivo razonable, pues se originó por su amor propio herido, y en el orgullo, y que este es un pecado que debería ser evitado, más que nadie, por un rey. Y le advierte que, “(…) debía considerar que es más débil que el Rey de Castilla, de modo que podrá venir a perder la guerra, (cosa que sucederá) lo que le quebrantará mucho más a su ánimo.” (4)
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De Planctu Ecclesiae, edición de 1560, Venecia, obra de Álvaro Pelayo, obispo de Silves cuando escribe al rey Alfonso IV de Portugal en 1337 por su guerra con el rey castellano,
https://www.larramendi.es/es/consulta_aut/registro.do?id=3079 |
Pero no sólo era orgullo herido, y más allá de su hija, Alfonso IV de Portugal estaba pensando en su nieto, quería evitarle su experiencia personal. Tenía amargos recuerdos de su infancia, cuando los hijos bastardos del rey Dionís I se criaban en palacio con él y su hermana, con la buena voluntad y paciencia de su madre, la reina Isabel. Después, muerto el soberano y ya en el trono, Alfonso IV había tenido que pelear para defenderlo de las aspiraciones de reinar de un hermanastro. No quería que su nieto sufriera los mismos problemas frente a los bastardos de Alfonso XI y Leonor de Guzmán. Sus miedos y presentimientos era acertados, pero no imaginaba cómo sus recuerdos se reproducirían agravados y con un terrible final en su nieto. El futuro del pequeño Pedro y el problema de su hija se habían enmarañado con la negativa de Alfonso XI a que Constanza Manuel saliera de Castilla para casarse con el infante Pedro de Portugal.
Álvaro Pelayo no se paraba a considerar esos detalles. Sobre el matrimonio del infante Pedro y Constanza Manuel, le dice que “(…) es nulo debido al doble impedimento de honestidad y justicia, (...)” pues ella había sido desposada de Alfonso XI, primo hermano del portugués, que a su vez ya había casado con Blanca de Castilla, prima de Constanza (por parte de madres y prima de Alfonso por parte de padres) Evidentemente había consaguinidad y desposorios previos que viciaban aquella unión, (5) que tanto los consejeros de los dos reinos que lo habían apoyado, como el papa que lo había dispensado, no respetaban.
Por el prelado Pelayo conocemos que se encontraba al servicio de Blanca de Castilla a petición de Alfonso IV. Este estaba indignado con el obispo, por la dureza de sus reprensiones y porque, al contrario de otros, le llevaba la contraria en los argumentos fundamentales de sus decisiones con respecto a la boda de su hijo y la guerra con su yerno.
El regreso de Juan Manuel
Juana Núñez de Lara se comunicaba a menudo con su hija Blanca, casada con Juan Manuel y que ya le había dado un hijo, Fernando Manuel. Como Juan Manuel se consideraba la más alta eminencia del reino, y pensaba que no había nadie con un nivel suficiente en la corte para criar a sus hijos, lo más probable es que permaneciera con su madre en el castillo de Garcimuñoz que era su residencia habitual y contaría con los preceptores y maestros que el noble valorara como los mejores, porque aquel niño era su heredero varón.
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Sulamit y María, óleo sobre tabla, 1811, Franz Pforr,- The York Project (2002) 10.000 Meisterwerke der Malerei (DVD-ROM), distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmBH. ISBN 3936122202., Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=156247 |
Tanto Blanca Núñez de Lara como Constanza Manuel estaban muy preocupadas por la situación del noble, que había ido empeorando con la misma rapidez que mejoraba la del rey. Además, el joven señor de Lara había acabado por volver al servicio del monarca y ahora era de nuevo su alférez mayor.
Juana, Blanca y Constanza se habían reunido para hablar de cómo solucionar el problema. Constanza tenía experiencia de la terquedad y obstinación del rey, y estaba segura de que hasta que su padre no claudicase totalmente, no habría término de aquella guerra entre él y el soberano. Blanca estaba angustiada viendo cómo su esposo tenía que permanecer en el reino vecino, alejado de su familia, sin resolver el casamiento de Constanza, y con sus asuntos un poco abandonados, aunque desde allí podía solucionar algunas gestiones. Y Juana veía que su consuegro no tenía posibilidades de tener éxito en sus intenciones, porque sus apoyos habían ido cayendo a manos de Alfonso. Escribieron al noble pidiéndole que considerara su regreso y acatar al monarca. Juan Manuel estaba de acuerdo y aceptó que Juana Núñez fuera en su nombre, porque era la más adecuada, y pidiera su merced a cambio de castillos y villas dados en rehén.
En Madrid, donde el rey trataba de obtener ingresos para ir a la guerra de Portugal, vino Juana Núñez de Lara acompañada de vasallos de confianza de Juan Manuel y con capacidad para firmar los acuerdos que se hicieran. Él salió a recibirla con gran amabilidad y cortesía, y la hizo aposentarse en el alcázar, allí se firmó el tratado entre Juan Manuel y el monarca castellano. Juana Núñez de Lara respiró tranquila, su hijo era alférez del rey y le seguía con su mesnada, y el marido de su hija podría regresar a su lado con la dignidad que ambos se merecían. Quedaba por solucionar la marcha de Constanza a Portugal. Regresó a Garcimuñoz con la buena noticia, animada y llena de esperanza. Blanca y Constanza la recibieron muy felices, y juntas dieron gracias a Dios por el arreglo alcanzado.
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Puerta de entrada al castillo de Garcimuñoz, De Miguelsalas - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, |
La hija del noble esperaba que la avenencia entre su padre y el monarca diera como resultado que por fin pudieran ir a Portugal y realizar la boda con su desposado. Tenía veintiún años, podía estar casada desde hacía tiempo, sin embargo por la postura del rey, los años pasaban y ella seguía en su castillo. Inmediatamente escribió al infante Pedro contándole la conciliación. La pareja se comunicaba con regularidad, era el único medio que tenían de relacionarse y, aunque no se conocían, al menos iban fomentando una cierta confianza, y se abría la posibilidad de un futuro cariño. Constanza era, a decir del rey Alfonso, una mujer hermosa (probablemente lo era, como nieta de la bella Blanca de Anjou) había sido educada esmeradamente, y los infortunios que había vivido la habían hecho fuerte y paciente, así que podía esperarse de ella que fuera una magnífica compañera y reina. Pedro, por su parte, era iracundo y enrevesado, aunque en aquel momento todo eran complacencias.
Notas
(1) Costa, M. M., Documentos pontificios para la corona de Aragón según los registros del archivo Vaticano Benedicto XII (1334-1342) docs. 22 y 55. Analecta Sacra Tarraconensia, vol. XXXIV, primer semestre, 1961. https://www.icatm.net/bibliotecabalmes/sites/default/files/public/analecta/AST_34.1/AST_34_1.pdf
(2) Ibidem, docs. 41 y 42.
(3) Ibidem, doc. 50.
(4)
de C. R. de Souza, José Antônio, Don Álvaro Pelayo O. Min. y D.
Alfonso IV, pp. 59 y 60, Anales del Seminario de Historia de la
Filosofía, 2003, 20.
https://revistas.ucm.es/index.php/ASHF/issue/view/331
(5) Ibidem.
El intento de mediación de la reina Beatriz de Portugal
Alfonso planificaba desde Madrid la guerra contra Portugal, su poder se extendería desde Galicia, a Badajoz pasando por Ciudad Rodrigo. La fuerza del castellano era muy superior a la del rey luso, que en su enfurecimiento no había medido sus posibilidades, como le había advertido el obispo Álvaro Pelayo. Y pagaría las consecuencias.
En mayo, Alfonso XI se encaminó hacia el suroeste, él en persona dirigiría las operaciones por la frontera de Badajoz. Leonor de Guzmán iba con él. Estaba preñada de nuevo, debió de concebir durante el cerco de Lerma. Tenía que ser una mujer muy fuerte porque ya estaba de ocho meses, y era capaz de soportar viajes, embarazos y las dificultades que había en aquellos tiempos, en que además el parto y el puerperio eran muy peligrosos. Ya tenía cinco hijos, aún le quedaban por nacer otros cinco. Llegaron a Mérida, tal vez se alojaron en estancias de la alcazaba de la Orden de Santiago o en alguno de los conventos existentes. Allí nació Tello, el sexto hijo de la pareja, y Leonor se quedó con él, mientras Alfonso marchó a Badajoz.
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Los jinetes del Apocalipsis, dibujo, 1845, (destruido en 1945), Peter von Cornelius, - Web Gallery of Art: Imagen Info about artwork, Dominio público, |
De forma inesperada, cuando el rey aguardaba que vinieran los de la hueste para invadir Portugal, se presentó Beatriz, la reina del país vecino y tía suya, porque era hermana de su padre Fernando IV. Venía acompañada de nobles que le confirmaron que el rey Alfonso IV le esperaba en el campo allende la frontera. El rey castellano recibió con mucha cortesía y cariño a la que era también su suegra. Había viajado hasta Badajoz sin decírselo a su esposo, angustiada viendo que los dos reyes iban a enfrentarse en batalla, con las terribles consecuencias que solía traer una guerra, no quería ni pensarlo, por eso trataba de evitarlo con su presencia. Ambos eran muy importantes en su vida, su esposo y el marido de su hija, los unían además lazos de sangre muy cercanos. En la visión femenina, aquella contienda movida por el orgullo de uno y la tozudez del otro, no tenía sentido, ¿Por qué no buscar una salida pactada? Pero se encontró con la muralla infranqueable de Alfonso, que era su relación con Leonor de Guzmán, a la que no pensaba dejar, además no quería que Constanza fuera a Portugal a casarse con el infante.
Beatriz le pidió que no atravesase la frontera, y le dijo que hablaría también con su marido, de tal forma que se solucionara sin que ninguno se sintiera ofendido. El castellano le dijo que si el rey quería enmendar lo hecho, que le diera fortalezas y villas de su reino como rehenes. Beatriz no tenía poder para asegurar aquellas concesiones, apreció la dureza del corazón masculino, que anteponían lo que ellos llamaban honor. Se fue muy dolida, había visto la total falta de voluntad de su sobrino para solucionar la situación sin las armas. Más allá de los hechos inminentes, Beatriz sabía que Alfonso no iba a mejorar las relaciones con su hija, que seguiría sufriendo el abandono conyugal, también se percató de que probablemente no dejaría que Constanza saliera de Castilla para ir a Portugal. La desesperanza y el desánimo la acompañaron el camino de regreso.
Según la crónica, Alfonso se dirigió a Olivenza, allí enfermó, “(…) ovo sicion de frio et de calentura: et por eso tornó á Badajoz, et estido y doliente diez dias.” (1) Sus ricoshombres le dijeron que en esas fechas de verano la ciudad era enfermiza, tenía que marcharse de allí para curarse. Se fue con Leonor y el recién nacido a Sevilla.
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Real Alcázar de Sevilla, muralla exterior y Puerta del León,
De José Luis Filpo Cabana - Trabajo propio, CC BY 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=49107015 |
El papa había enviado como nuncio al obispo de Rodez para solucionar la guerra entre los dos monarcas cristianos, y también aportaba el aspecto más coercitivo de amonestación papal que era la posibilidad de excomunión y entredicho para los reyes y sus reinos, si no obedecían el acuerdo de paz o tregua que se acordase. Alfonso IV de Portugal y Alfonso XI de Castilla se parecían bastante en sus reacciones y caracteres, ambos sentían parecida furia ante ciertas situaciones. Los dos respondieron de forma parecida al legado del papa, detallando las ofensas y agravios que le había hecho el otro. Pero el religioso sabía como responder y manejar la ira de sus interlocutores, tenía experiencia como embajador, y en peores situaciones de disputas se había visto. Consiguió una tregua que duraría un año según la crónica castellana, (2) aunque la crónica portuguesa señala una condición impuesta por el rey castellano: excepto si Constanza Manuel fuese llevada a Portugal, sin el consentimiento y plácet del rey de Castilla. (3)
Pasada la Navidad, Alfonso y Leonor fueron a Béjar y a Ledesma, porque el rey quería hablar con el concejo y los caballeros de la villa, y hacerles saber que iban a tener un nuevo señor. Era un centro muy importante de varios caminos, entre ellos un ramal de la vía de la Plata, estaba amurallada y la guardaba una fortaleza por la zona que miraba a Portugal, además tenía un gran alfoz. La villa era un señorío que el rey había dado a Sancho, su segundo hijo con Leonor de Guzmán. Pero Sancho, según dice la crónica, “era sin entendimiento” (4) y moriría poco después. El rey le retiró aquel heredamiento para dárselo a Fernando, su quinto hijo, que todavía no tenía posesiones.
Leonor había ido acumulando más patrimonio en los últimos años gracias a la generosidad del rey o de los que querían complacerle a él a través suyo, como, por ejemplo, el arzobispo de Toledo, Jimeno de Luna que, el 9 de noviembre de 1335, “Por algunas buenas obras que vos doña Leonor fisiestes a nos & a la nuestra iglesia de Toledo. (…) Damos vos el nuestro lugar de Villa humbrales para en toda vuestra vida con la justicia et con todas las rentas & pechos & derechos que nos y avemos o aver debemos.” (5)
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Donación de Villa humbrales (Villaumbrales), Palencia, por Jimeno de Luna, arzobispo de Toledo a Leonor de Guzmán en noviembre de 1335, BNE, Privilegios reales, donaciones y Cortes, 1333-1347, tomo 8, MSS/13098, ff. 55-56,
https://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000228780 |
Ya tenía desde 1333, la jurisdicción plena de Palenzuela y sus aldeas, y también recibió más adelante la importante Tordesillas, como señora de la villa y sus aldeas. A la pareja les gustaba especialmente el lugar, cerca de Valladolid, donde Alfonso realizaba muchas de sus tareas de gobierno y administración del reino, pero no tenía casa a su gusto. Cuando estaban en la ciudad se aposentaban en estancias del alcázar y, más a menudo, en las casas reales que había en el convento de San Francisco.
Echaba de menos un espacio más tranquilo que Valladolid. En un futuro, aquí construirá un palacio según sus deseos. Leonor era feliz siguiendo a Alfonso a casi todas partes, porque era libre de hacerlo, además de que satisfacía su ambición de poder y patrimonio.
Cuando el rey estaba en Cuenca le comunicaron la muerte del maestre de Santiago, Vasco Rodríguez, con el que le unía una buena relación. No quería que se eligiera uno nuevo sin su aprobación, por eso comunicó a los electores que vinieran a a realizar la designación a la corte en aquella ciudad. Los caballeros no obedecieron su mandato, porque la reunión debía hacerse en un lugar de la Orden de Santiago, y lo llevaron a cabo en el convento de Uclés, donde eligieron a Vasco López, al que el monarca no consideraba adecuado, y les mandó ir a Guadalajara, deponerlo y nombrar otro.
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Monasterio de Santiago de Uclés, Cuenca, casa matriz y sede de la Orden de Santiago de la Espada, s. XII reconstruido en el s. XVI, De Rafa Esteve - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=72340085
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Allí reunido con ellos, les mandó que eligieran a su hijo Fadrique, un niño de cuatro años. Los priores y los Treces (cargo de la orden) aceptaron la imposición del rey, porque dada la firmeza y exigencias con las que el monarca gobernaba el reino, no osaron llevarle la contraria, a pesar de que aquel mandato era irregular e iba contra sus normas, y se comprometieron a nombrarle. Pero llegado el momento de freilarlo y elegirlo le razonaron que era muy niño y no podía dirigir la guerra contra los moros, por lo que el monarca quiso que freilasen a Alonso Meléndez de Guzmán y le eligiesen maestre. Gil Álvarez de Albornoz, como consejero, estaba al lado de Alfonso, dando argumentos y apoyando sus mandatos. “A partir de este momento, ya no se da empresa ni trance de alguna importancia, á los cuales no preste Albornoz el auxilio de su corazón, de su mente y de su brazo.” (6)
El nuevo maestre era el hermano de Leonor de Guzmán, Alfonso se procuraba así otro hombre fiel muy relacionado con él, y bajo su mando. Alonso Meléndez de Guzmán era un buen guerrero que defendería bien la frontera y lucharía con ahínco contra los musulmanes. Y de paso el rey complacía a Leonor.
Aragón y Castilla hacia 1336
María y Blanca regresaron al monasterio de Sigena tras pasar un tiempo en la Aljafería para la coronación de su sobrino Pere. Volver era duro para las dos, enfermas de tisis. María tenía treinta y siete años y Blanca treinta y cuatro y ya acusaban los estragos de la dolencia y de permanecer en aquel clima.
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Convento de la Puridad, Valencia, fue sede del monasterio de santa Clara en el s. XIV, y probablemente donde vivieron las infantas Blanca y María de Aragón en 1336,
https://arquitectosdevalencia.es/arquitectura/convento-e-iglesia-de-la-puridad/ |
De nuevo los problemas económicos, las ceremonias religiosas y los pequeños trabajos artesanales que hacían para ocupar los días. Ambas se marcharon a Valencia y se encontraban en el convento de Santa Clara, en el que deseaban integrarse, y que con su suave clima hubiera sido muy conveniente para su salud. Pero cuando ya estaba avanzada la idea, las súplicas de Guillerma Ximen de Urrea y de las monjas al rey Pere provocaron que este consultara a los delegados de la Sede Apostólica, y decidieran si Blanca debía seguir como priora al frente del convento de Sigena y María como monja. (7) Evidentemente los enviados del papa aconsejaban lo establecido, sin tener en cuenta cuestiones de salud o necesidades psicológicas. Las dos hermanas vieron frustradas sus esperanzas, seguramente sintieron gran desolación. Tal vez esa salida sería parte de sus planes, además del aspecto espiritual, cuando años después María inicie el proceso de fundar un cenobio en Barcelona.
Pere IV seguía con su objetivo de impedir que Leonor y sus hijos disfrutaran de las donaciones de Alfons, no dejarles ver su testamento y dificultarles la vida en Aragón. Dentro del reino había nobles que no compartían la postura del rey, y sobre todo, su tío y tutor Pedro, conde de Ribagorza, que no veía bien la actitud de su sobrino con la reina Leonor y sus hijos, que también eran sobrinos del conde, y consideraba necesaria la paz con Castilla. El infante Pedro se enfrentaba a menudo a los consejos que el arzobispo de Zaragoza daba al joven rey. No estaba de acuerdo con la gran influencia que ejercía sobre él, porque le llevaban a una política demasiado beligerante y negativa, que dado el carácter del rey ya de por sí vengativo, autoritario e irascible, provocaba enemigos y problemas.
Pedro de Ribagorza, al igual que la reina Leonor, había recurrido al pontífice para que conociera que la autoridad y opiniones del arzobispo sobre el rey perturbaban cada vez más las relaciones con su madrastra, le habían llevado a una guerra con su ricohombre Pedro de Jérica, que estaba apoyado por caballeros de Alfonso XI, y que en cualquier momento, el poderoso rey de Castilla intervendría directamente. El papa reaccionó enviando legados para forzar la paz, o al menos una tregua, y apercibió al arzobispo. La insistencia y amenazas de excomunión y entredicho de Benedicto XII, la presión de la guerra que le hacía Pedro de Jérica, y a continuación la turbadora presencia de los benimerines en el Estrecho, que amenazaba a los tres reyes cristianos, iban a surtir efecto.
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Roman d'Alexandre en prose, miniatura, 1333-1340, BL Royal 19 D I British Library, f. 077v,
https://www.bl.uk/manuscripts/Viewer.aspx?ref=royal_ms_19_d_i_f077v |
El entramado de relaciones de los reinos peninsulares dependía de los contrapesos que se daban. Pere supo que Alfonso de Castilla había acordado tregua con el rey portugués, y que ahora podía dedicar más medios y fuerzas a la guerra con Aragón, así que a él le convenía tratar con la reina Leonor para tener paz con el castellano. Y este sabía que el emir de Marruecos iba a atacar la península, por lo que no le interesaba mantener una guerra en Aragón. Más bien necesitaría su ayuda y la de Portugal para echar a los invasores del sur.
Notas
(1) Crónica del rey D. Alfonso el onceno, Parte I, cap. CLXXXIII, p. 341, edición F. Cerdá y Rico, Madrid, 1788.
(2) Ibidem, p. 350.
(3) de Pina, Rui, Chronica de ElRey dom Afonso o quarto, cap. XXXXIV, p. 118, Lisboa, 1936.
(4) Crónica del rey D. Alfonso el onceno, Parte I, cap. CLXXXVIII, p. 350.
(5) Privilegios reales, donaciones y Cortes, Tomo 8, fol. 55 r. Mss. 13098. Biblioteca Digital Hispánica, BNE.
(6)
Jara, Alfonso,
Albornoz en Castilla,
p. 67, Madrid, 1914.
https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/catalogo_imagenes/grupo.do?path=10065004
(7) Sáinz de la Maza Lasoli, R., El monasterio de Sijena, Catálogo de documentos del Archivo de la Corona de Aragón, (1208-1348), I, doc. 852, CSIC, Barcelona, 1994.
El acuerdo entre Pere IV, Leonor, reina madre de Aragón, y Alfonso XI
Por fin, Pere IV envió mensajeros a la reina Leonor, que estaba viviendo en Albarracín, pidiéndole que mandara a Pedro de Jérica y a los caballeros castellanos que estaban con él que detuvieran la guerra, y que se considerasen los pleitos que tenían entre sí según el Derecho para llegar a un acuerdo de paz. Leonor recibió el mandado de Pere con cautela, no se fiaba de sus palabras, aunque lo acogió cortésmente y le respondió que estaba de acuerdo en que se parase la contienda. Hablaría con el rey de Castilla y seguiría su opinión. Los hermanos se encontraron en Cuenca, Leonor traía a sus hijos Fernando y Juan, que ya estaban más crecidos. También estaba con ellos Juana Núñez de Lara que se había acercado desde Garcimuñoz. Venía en representación de Juan Manuel, para pedir al rey en su nombre que pudiera venir a verle a la corte mientras estaba en Cuenca y que le perdonara.
El noble había regresado de su estancia en Valencia y se encontraba en el castillo de Garcimuñoz, deseaba acabar con la etapa de enfrentamientos y peleas con el rey, sobre todo, para que su hija pudiese viajar a Portugal. Aunque no lo hacía por convencimiento, seguía sintiendo una gran aversión por el rey, y deseos de vengarse de sus ofensas. Este, que conocía muy bien a Juan Manuel, sabía perfectamente sus motivos, pero él también tenía los suyos: acudir a la frontera contra los invasores benimerines sin tener ningún foco de guerra en Castilla. La reina Leonor y Juana Núñez de Lara fueron a Garcimuñoz a recoger al magnate y a su esposa Blanca Núñez de Lara para acompañarlos a la corte.
Después Leonor y Alfonso hablaron largamente de la nueva situación planteada por Pere IV, y de la conveniencia de solucionar el problema. El rey pensó que le sería útil la presencia de Juan Manuel, podía ser buen interlocutor con el aragonés. Marcharon todos a Sigüenza desde donde el noble se encaminó para Aragón, y Alfonso y la reina Leonor y sus hijos a Guadalajara. Aún estaba allí cuando regresó Juan Manuel de su embajada, traía el mensaje de que se desplazaría a Castilla el infante Pedro, conde de Ribagorza y tío del rey, lo que era una buena noticia por su buena disposición, madurez y serenidad para el acuerdo de paz.
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Ruinas del alcázar de Guadalajara, en el s. XIV Alfonso XI y su familia se hospedaba en el palacio que tenía en su interior,
De No se ha podido leer automáticamente información sobre el autor; se asume que es Otranto (según los derechos de autor reclamados). - No se ha podido leer automáticamente información sobre la fuente; se asume que es trabajo propio (según los derechos de autor reclamados)., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1160735 |
Alfonso iba a marcharse de la ciudad, cuando Pedro, el primer hijo con Leonor de Guzmán, que se criaba en aquella ciudad y ya tenía unos siete años, falleció. Tanto él como Leonor sintieron la muerte del pequeño señor de Aguilar. Fue llevado a enterrar a la catedral de Toledo, en el lado del Evangelio de la capilla de la Santa Cruz, donde descansaban los restos de su bisabuelo Sancho IV en el lado de la Epístola, y que su padre el rey Alfonso había instituido su fundación en 1317 (suponemos que por iniciativa de su abuela, pues Alfonso en esa fecha tenía seis años) y era la que albergaba reliquias de Cristo, entre ellas un Lignum Crucis. (1)
Ya había sido elegido arzobispo de Toledo un consejero que estaba en su casa y era arcediano de Calatrava, Gil Álvarez de Albornoz, elección forzada por el rey e influencia de Leonor de Guzmán que se llevaba bien con él. La designación la hacía el cabildo y ya tenían la decisión bastante madurada, pues querían nombrar a un deán de la catedral, doctor en leyes por la universidad de Toulouse, nacido en Toledo en una familia noble de origen mozárabe, Vasco Fernández de Toledo.
Como vimos este clérigo era hijo de Teresa Vázquez de Acuña, viuda de un alto cargo con el rey Fernando IV, y aya del infante Pedro, una dama muy apreciada por la reina María, cuyos hijos habían crecido en la corte, donde ocupaban cargos sobresalientes. Además Vasco Fernández era canciller de la reina, un fiel apoyo en la situación que vivía, y que no aprobaba el adulterio del rey, hasta tal punto que no había saludado nunca a la concubina, por lo que esta le tenía mala voluntad. No es extraño que presionara a Alfonso para el nombramiento de Gil Álvarez, que era uno de los suyos. Este celebraría los funerales y asistiría a la inhumación del pequeño. Es posible que Leonor de Guzmán acompañara el féretro desde Guadalajara. Llama la atención que un hijo bastardo del que, por su edad no hay hechos singulares, fuera enterrado en una capilla de la catedral primada, donde se encontraban las tumbas de varios reyes de Castilla, además de Sancho IV.
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Lady Lilith, óleo sobre lienzo, 1868, (modelo Fanny Cornforth, retocado en 1872-1873 con el rostro de Alexa Wilding), Dante Gabriel Rossetti, Museo de Arte de Delware, EEUU,
- Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6055292 |
El infante Pedro, conde de Ribagorza, era el hijo del rey Jaime II con más personalidad de todos. Culto, inteligente, poeta, con dotes de mando y hábil diplomático, trató de que su padre le nombrara heredero de la corona cuando el infante Alfons marchó a la campaña de Cerdeña, pero el rey Jaime, declaró sucesor al hijo de este, que luego será Pere IV. Y al fallecer Alfons, su hijo Pere tenía dieciséis años, el conde de Ribagorza intentó de nuevo ser coronado rey, pues le apoyaban muchos nobles. Veían en él un monarca con la madurez, equilibrio y mesura necesarios para llevar mejor el gobierno que el joven rencoroso, vengativo y sin escrúpulos que era su sobrino Pere. Los hechos y circunstancias no le pusieron en el trono, aunque fue consejero y senescal de Cataluña, y supo frenar y reconducir algunas de las posturas extremas del rey. Como era muy capaz para llevar bien una negociación, y partidario de un arreglo con la reina Leonor y con Castilla, Pere IV le envió como embajador para llegar a un acuerdo con Alfonso XI.
El monarca castellano estaba en Madrid, donde se presentó el infante aragonés para tratar los acuerdos, estando con ellos Juan Manuel. Los puntos del tratado reconocían todas las reclamaciones de la reina, por lo que se comprueba que Pere la estaba maltratando e incumpliendo los deseos de Alfons IV. “Y el rey la mandó poner en pacífica posesión de las rentas de Huesca y de las villas que le fueron señaladas por razón de su dote por el rey don Alonso; y quedaron sus diferencias de allí adelante del todo rematadas; y luego la reina se vino a Valencia.” (2)
La propuesta era que se devolverían los lugares y rentas que el rey Alfons IV había dado a su esposa la reina Leonor y a sus hijos, quedando la alta y baja jurisdicción en manos de la corona. Igualmente a Pedro de Jérica, sus tierras ocupadas por el rey. La reina podía regresar (aunque por esas fechas la crónica castellana dice que estaba en Albarracín) a todas las zonas de Aragón, y el rey la respetaría y honraría como se merecía. El acuerdo reflejaba más los deseos del infante Pedro de Ribagorza, que los de su sobrino, que no había cambiado su odio hacia la reina y a sus hijos. El tiempo y la eliminación del peligro en el Estrecho irán borrando los efectos de este convenio, y el rey volverá a acosarlos y molestarlos, hasta provocar una situación más grave que la que parecía haberse solucionado.
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Sierra de Aralar al noroeste de Navarra,
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Pere deseaba tomar esposa porque ya tenía unos diecisiete años. Su padre, el rey Alfons, había iniciado conversaciones para casarle con una hija de los reyes de Navarra, para tener al pequeño reino de su parte frente a posibles problemas con Castilla. Reanudó las conversaciones con Felipe d’Evreux, para unirse con la hija mayor de aquel reino, pero esta no quiso casarse, y había entrado en religión en la abadía de clarisas de Longchamp, en París. Entonces las negociaciones se centraron en María que todavía era menor de edad. Los Evreux habían habitado en Normadía, Borgoña o París, (realmente la heredera era su esposa, Juana de Navarra) y cuando recibieron el reino, no lo conocían.
Su hija María había nacido y se había criado en Francia, por lo que su lengua sería la d’oïl del norte, tal vez influida por el normando, y su educación y costumbres eran las de una refinada corte francesa. Como era menor de edad fue llevada a vivir a Tudela, guardada por el concejo de la ciudad, de donde saldría poco antes de cumplir los doce años, acompañada entre otros nobles navarros y franceses, de su tío Felipe de Melun, obispo de Chalon. La joven venía de Navarra acompañada por el prelado, que sería quien oficiaría la misa nupcial en Zaragoza. Pero se sintió enferma en Alagón y permaneció durante un tiempo, por lo que Pere se dirigió hacia allí y se casaron en la villa, el día de Santiago de 1338. (3)
Debía de existir un castillo desde los años de la dominación musulmana y de la conquista, porque muy cerca se encontraba la iglesia de San Pedro Apóstol, donde pudo tener lugar el matrimonio religioso, pero no hay pruebas de que fuera en esta. La pareja marchó a Zaragoza, y allí fue muy bien acogida. La princesa traía una rica dote de 60.000 sanchetes (moneda de Navarra) y el ajuar de novia que habría preparado con sus damas, junto con los regalos de sus padres. El rey Pere le dio en arras unos ingresos anuales de 150.000 sueldos barceloneses y las rentas de Tarazona, Jaca, y Teruel con sus aldeas.
Después se encaminaron a Valencia, pero en el trayecto María se puso enferma en Montalbán, porque después desde Valencia, el mestre racional mandaba un albalá de pago que se debían a un clérigo de Barcelona, por una imagen de cera con elementos de plata para el monasterio de Santa María de Montserrat, que había encargado la reina por la promesa que había hecho a la virgen en aquella villa, mientras estaba doliente. (4) Se trataba de un exvoto, una ofrenda dedicada a la virgen de Montserrat como recuerdo de la curación obtenida por su mediación.
Más tarde María de Navarra fue recibida en Barcelona, y allí asistió con su esposo a un acto muy solemne del traslado y procesión de los restos de santa Eulalia, patrona de la ciudad, desde la catedral a Santa María del Mar y desde esta iglesia se llevó de nuevo a la cripta bajo el altar mayor de la seo. En la comitiva figuraban los reyes de Mallorca, la reina viuda de Jaime II, Elisenda de Montcada que estaba retirada en el palacio aledaño al monasterio de Pedralbes, el legado del papa que había venido para solucionar las disensiones de Pere con su madrastra y sus hermanastros, que también estaban presentes, así como los infantes Pedro de Ribagorza, Ramón Berenguer y Jaime, y numerosos nobles. Después el rey dio un banquete en el palacio real.
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Sarcófago de Santa Eurlalia, cripta de la catedral de Barcelona, gótico, s. XIV, Luppo di Francesco, en el que se seputaron los restos de la santa, trasladados en solemne procesión desde Santa María del Mar a la cripta de la catedral en 1339,
https://catedralbcn.org/es/culto-y-oracion/santos/santa-eulalia/ |
Por aquel tiempo Pere ya debía de haber encargado la realización de un magnífico libro. Entre los historiadores hay controversia de si era para él o un regalo para su esposa, porque ella recibirá este obsequio del rey en una fecha que no se conoce, tal vez cuando se quedó embarazada por primera vez. Se trataba de un Libro de Horas, que estaba iluminando el maestro Ferrer Bassa, su hijo y algún otro pintor de su taller, pues en junio de 1339 mandaba pagar 100 sous “(…) per unes ores e retaules que fa a ops del senyor rey.” (5) El trabajo debió de terminarse alrededor de un año después, ya que eran la iluminación de un libro y pintar unos retablos, porque en septiembre de 1340, mandaba que se le pagara por ello 600 sous barceloneses “(…) per la part que resta a pagar d’unes hores i de retaules que ha fet per al rei.” (6) Pero los retablos que estaban destinados a los altares de la Virgen y de san Martín de la iglesia del palacio de la Aljafería, exigían más tiempo. Entonces también encargó la construcción de su tumba en el monasterio de Poblet. (7)
Notas
(1) Miquel Juan, M., La capilla real de la Santa Cruz en la Catedral de Toledo. Reliquias, evocaciones, uso y decoración, p. 745 y 747, Anuario de Estudios Medievales, 47/2 julio-diciembre, 2017.
(2) Zurita, Jerónimo, Anales de la Corona de Aragón, libro VII, cap. XLVI, Ed. Canellas López, A., Ed. electrónica Iso, J. J., Coord. Yagüe, M. I. y Rivero, P., 2003, Libros en red. https://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/2448
(3) Ibidem, caps. XLI y XLIII.
(4) Trench Ódena, Josep, Documents de cancelleria i de mestre racional sobre la cultura catalana medieval, doc. 619, Institut d’Estudis Catalans, Barcelona, 2011.
(5) Ibidem, doc. 638.
(6) Ibidem, doc. 660.
(7) ibidem, docs. 668 y 665.
Juana Manuel, Garcimuñoz, principios de 1339
Hacía tiempo que había vuelto la infanta Violante, la hija pequeña de Jaime II, que se había criado con Leonor de Castilla, cuando esta vivía en el palacio real de Valencia. Se había casado en 1329 con Felipe de Tarento, déspota (equivalente a señor, entonces) de Romania, que murió dos años después, acabando con un matrimonio muy reciente. La viudez entonces era un estado difícil en un reino extraño, a pesar de que se encontraba entre familia, no había tenido hijos, y sus únicos lazos con aquella tierra era su esposo, por lo que deseaba regresar a Cataluña, pero los parientes de Felipe no la dejaban salir porque requerían algunos compromisos de su dote. Cuando Alfons cumplió con ellos, Violante llegó al puerto de Barcelona. Ahora se casaba con Lope de Luna, señor de Segorbe y de Luna, en la Seu de Lérida. María de Navarra y Pere IV asistieron a la boda, y muy probablemente también iría la reina madre Leonor. Tras aquellos años aislada en el palacio de los Anjou de Tarento, Violante iniciaba una vida gratificante en su ambiente junto a un noble aragonés.
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Interior de la catedral vieja de Lérida, s. XII-XV, en la que se celebró la boda de la infanta Violante con Lope de Luna, conde de Luna, CC BY-SA 3.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=173419 |
Constanza Manuel seguía con las labores de su ajuar, y bordaba ropa para la casa, finas camisas para ella misma, tapices para cojines, alfombras, colchas y colgaduras. Había perfeccionado su técnica en los bordados y utilizaba hilos de seda de muy variados colores, consiguiendo motivos muy artísticos en bordes de camisas, briales y hopalandas. Para los más lujosos utilizaba hilo de oro o de plata sobre elegantes sedas. Sabía bordar con punto llano, cruzado, al pasado y cadeneta, que entonces se utilizaban. Había mejorado mucho en la realización de tapices con el telar que desmontarían y quería llevarse a Portugal. Las damas que estaban con ella la ayudaban en las tareas de cardar, peinar e hilar las lanas que luego utilizaba, para realizar los tejidos de colgaduras, colchas o pequeñas alfombras. En Garcimuñoz y numerosos pueblos y lugares de alrededor había buen ganado lanar merino que había implantado Juan Manuel en la zona, y que los lugareños traían a su casa en pago de alguna contribución.
A pesar del trabajo disciplinado y paciente frente a las telas y con el telar casero, estaba inquieta, la espera se hacía muy larga, porque llevaba mucho tiempo aguardando que el rey Alfonso permitiera su salida de Castilla. No se fiaba de él, había visto que era un hombre impredecible, tozudo y falso. Y a pesar de que la relación de su padre con el monarca parecía haberse encauzado, ella pensaba que podía suceder cualquier eventualidad que cambiara el rumbo de la solución.
Deseaba comenzar su vida en la corte lusa, debería aprender el idioma, aunque por las cartas que recibía del infante comprobaba que era bastante similar al romance, e iniciar la relación con su esposo Pedro, tendrían hijos, y cuando llegara el momento sería reina. Muchas veces ante el bastidor para bordar, su mente se escapaba del castillo de Garcimuñoz y volaba a Portugal, ¿Cómo serían aquellas tierras? ¿Y la vida con Pedro y los reyes Alfonso y Beatriz? La reina había nacido en Toro, pero se había ido de niña a criarse con Dionís I y la reina Isabel. Esperaba ser bien acogida, tras los años de esfuerzo por conseguir que se realizara el casamiento.
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Madonna di Senigallia, óleo y temple sobre tabla, ca. 1474, Piero della Francesca, Museo Nacional de las Marcas, Urbino, Italia,
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Madonna_di_Senigallia.jpg |
Debió de ser a principios de 1339 cuando Blanca Núñez de Lara, la esposa de Juan Manuel, había tenido una niña, Juana Manuel, que con los años llegará a ser reina de Castilla. Blanca tenía una salud frágil y el parto pudo dejarla resentida, más adelante caerá gravemente enferma. Juan Manuel se desplazó a la corte del rey que estaba en Madrid y habló con él de los preparativos para la campaña de guerra en la frontera.
Pensando en los peligros que afrontaría en breve, el 6 de abril de 1339 preparó un documento para dejar bien asegurada la vida de Constanza, y ya que no había dado los 800.000 maravedís comprometidos a su hija, la dotaba con una serie de lugares y villas, y dice: “(…) el vuestro casamyento se alongó mas de quanto yo cuidaba, porque vos oviessedes las dichas ochocientes veses mill mrvs (…) alguna cosa acaesciese de muerte non ffincasedes vos tan bien como yo queria e vos mereçeredes (…).” le sean entregados numerosos castillos con todos sus pechos y derechos, y también le cede la martiniezga y el portazgo de Alarcón e Iniesta. Era un compromiso si él fallecía hasta que ella se casara, y si no había recibido la cantidad expresada. (1)
Era costumbre de los caballeros que iban a la guerra hacer testamento, dado el riesgo que corrían. En esta fecha el noble acaba de cumplir cincuenta y siete años, una edad bastante avanzada para la época, y le preocupaba poner en orden sus asuntos para su esposa e hijos, así como detalles espirituales para su alma. El 31 mayo de 1339 en Santa Olalla, dicta su primer testamento en el que ya cita a su hija Juana, y nombra tutora de sus hijos a su esposa Blanca. Señala que quiere ser enterrado en el convento de San Juan de Peñafiel fundado por él. Recuerda que desea que se trasladen allí también los restos mortales de su segunda esposa, la infanta Constanza, que están sepultados en el convento de San Agustín, y que ambos patrocinaron en Garcimuñoz. Y da una serie de instrucciones sobre la herencia de sus hijos y de su mujer. (2)
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Li livre du Graunt Caam, (Viajes por la tierra del Kublai Khan), miniatura, pergamino, ca. 1400, Marco Polo, fol. 218r, Bodleian Library MS. Bdl. 264, pt III, CC BY-NC 4.0.
https://digital.bodleian.ox.ac.uk/objects/300f251d-1d9e-4212-b8e0-1a483bb26c43/ |
Había llegado el verano, tiempo de concurrir a tierras de la frontera para una campaña, pues el hijo del sultán de Marruecos había cruzado el Estrecho y ya se encontraba preparando un ataque mucho mayor de los que se habían producido en los últimos años. Alfonso XI se desplazó a Sevilla, allí se le unió toda la hueste, que se dedicó a talar los alrededores de Antequera, Archidona y Ronda. Destrozar los terrenos sembrados era un trabajo menos peligroso que la guerra. Las vituallas comenzaron a faltar y Alfonso hizo levantar el campo y marcharon de allí. Todos volvieron a sus tierras, como Juan Manuel, que en otoño ya estaba en Garcimuñoz. Su esposa Blanca se encontraba mal, aunque no hay referencia de qué le sucedía ni de cuándo murió exactamente. Dado que la nombra tutora de sus hijos en su primer testamento de 31 de mayo de 1339, y en el segundo de 14 de agosto de 1340, señala que Dios se la ha llevado, debió de fallecer en el periodo que media entre los dos.
El aristócrata, que recoge tanta información de otros temas en sus escritos, no es capaz sin embargo, de hacer constar lo que les acontece a las mujeres que le rodean. No dice nada de ella, como tampoco da fechas de cuando nacen sus hijas. Beatriz, que era hermana menor de Constanza, sabemos, por una carta de recomendación para el ayo de la niña, que estaba viva en septiembre de 1327, y de su fallecimiento por una carta del rey Alfons de Aragón fechada el 25 de octubre de 1330, en la que le da sus condolencias por la muerte de la joven. De la misma forma, tampoco se conoce la fecha del nacimiento de Juana, aunque por el primer testamento sabemos que nació en los primeros meses del año 1339.
De su presunta amante durante muchos años, Inés de Castañeda, se desconocen todos los detalles de su vida. Hay autores que afirman que con ella había tenido a Sancho Manuel, nombrado en sus últimas voluntades; fue un joven muy activo a su lado, y ejerció fiel y eficazmente numerosas tareas tanto en gestión y administración de sus posesiones, como en guerras y asedios. También habría tenido con ella otro hijo llamado Enrique Manuel. Juan Manuel no le nombra en ninguno de los dos testamentos, sin embargo fue llevado a Portugal por Constanza Manuel siendo muy niño, se crio en la corte junto a ella y llegó a ser un notable caballero.
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La luna saliendo a orillas del mar, óleo sobre lienzo, 1822, Caspar David Friedric, Antigua Galería Nacional, Berlín,
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El magnate es un ejemplo de gran noble del siglo XIV y la relación con las mujeres. Se casó tres veces, la primera con la infanta Isabel de Mallorca, que murió un año después de la boda; la segunda vez, cuando él tenía treinta años con la infanta Constanza de Aragón, que tenía doce años, tuvo cuatro partos de los que sólo sobrevivió Constanza Manuel, y fallece a los veintisiete años; la tercera con Blanca Núñez de Lara, de dieciocho años, él ya tenía cuarenta y siete, y la dama muere aproximadamente a los veintinueve. Las mujeres eran utilizadas como un instrumento para una serie de funciones, que duraban un tiempo, y se reponían con otra más joven cuando desaparecían. Servían para perpetuar el linaje por encima de todo, y por eso era necesario que tuvieran un hijo varón; eran un objeto sexual; y si además aportaban una buena dote, significaba aumentar la riqueza de la familia. Y con mucha frecuencia, ellos también tenían una o más amantes.
Después de la expedición de Antequera, Alfonso sabía que el ejército al que tendrían que enfrentarse en el Estrecho sería inmenso. Precisaría la ayuda de todos los reyes de la península, y apoyo económico del rey francés y del papado, porque la empresa que iba a acometer era ingente, mucho mayor que la capacidad de su reino. Cuando se marchó hacia Castilla dejó como responsable de su mesnada a un caballero de su confianza, el maestre de la Orden de Alcántara, Gonzalo Martínez de Oviedo.
Este comenzó una campaña de hostigamiento más que de defensa, la respuesta del emir de Granada no se hizo esperar, y trató de hacer lo mismo entrando en tierras cristianas. Pero no pararon ahí los enfrentamientos, a pesar de ser avanzado el otoño, parecía que con tantos hombres venidos del reino de Marruecos, el ambiente era propicio al ardor guerrero y combatieron en la gran batalla de la Vega Pagana, que será el antecedente de la que vendría después, mucho mayor y cruenta en las inmediaciones de Tarifa. Ahora, ya era invierno, los temporales del Estrecho azotaban la zona y en la corte se estaba gestando otro tipo de tempestad.
Cuando acabaron las reuniones de Cortes en Madrid, el rey se había ido “a correr monte” por la sierra de Segovia, cerca de Peguerinos, donde abundaba la caza y podía aposentarse en el torreón de Fuente Lámparas, pues la crónica afirma que el rey pasó la Navidad en Robledo de Chavela, donde se halla la dehesa de Fuente Lámparas. El torreón debía de ser grande y poderoso, y tener varios pisos para alojar a todos los hombres que acompañaban al rey en estas cacerías. Seguramente iba acompañado de Leonor de Guzmán.
Notas
(1) Layna Serrano, F., Historia de la villa condal de Cifuentes, p. 79, Aache ediciones, Guadalajara, 1997.
(2)
Gaibrois de Ballesteros, M., Los
testamentos inéditos de don Juan Manuel, p. 31. Boletín
de la Real Academia de la Historia,
tomo 99, 1931.
https://www.cervantesvirtual.com/obra/los-testamentos-ineditos-de-don-juan-manuel/
La mala salud de Blanca y María, infantas de Aragón
En el monasterio de Sigena continuaba la disciplina religiosa y el esfuerzo diario por cobrar las deudas. En última instancia Blanca tenía que recurrir a su sobrino el rey para que mandara a los Justicias o a los Sobrejunteros que requirieran a los deudores. Otras veces era ella la que no pagaba a sus acreedores, por las estrecheces en las que se veía el cenobio. Era un equilibrio muy difícil de mantener, que puede observarse en las numerosas cartas referidas a querellas, quejas, reclamaciones, que además permanecen en el tiempo sin resolverse, como, por ejemplo, cantidades que el rey Jaime II debía a Blanca y a María, y que el albacea testamentario del rey todavía no les ha pagado en agosto de 1341, teniendo en cuenta que su padre había fallecido en 1327.
Las dos hermanas soportaban mal el tiempo encerradas en el convento, psicológicamente necesitaban salir de allí y, aunque tuvieran profundos sentimientos religiosos, siempre habían echado de menos el contacto familiar, el cariño y el calor de un hogar lejano junto a seres queridos. Blanca no estaba allí por elección personal, y María, a pesar de haber escogido esta situación, el clima de Los Monegros era malo para su salud, y también añoraba las relaciones de afecto y apoyo de los parientes.
El 18 de julio de 1340, Pere acusa recibo de una carta de Blanca y le responde que por el momento no conviene que ella acuda a su presencia, puesto que no sabe cuánto tiempo permanecerá en Barcelona ni si al salir de esta ciudad irá hacia Aragón o Valencia; le dice que si va a Valencia, se lo comunicará, y si va a Aragón, pasará entonces por el convento. Y de la misma manera responde a María. (1) De nuevo las hermanas deseaban salir y ver a algún familiar, en este caso, a su sobrino, pero los movimientos y obligaciones del rey, a menudo tan imprevistos, provocan la negativa del monarca.
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Esperanza, acuarela y gouache sobre papel, 1871, Edward C. Burne-Jones, Galería Pública de Arte, Dunedin, Nueva Zelanda, Public Domain
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=23495099 |
Estaban enfermas frecuentemente, la tisis y el frio del edificio monacal agudizaban sus dolencias. En aquel tiempo un remedio posible del famoso médico de la corona de Aragón, Arnau de Vilanova, era la leche de cabra con sal y miel, así que no es extraño que los achaques de la enfermedad siguieran su curso imparable. Su deseo y única esperanza era irse de Sigena. En el fondo Blanca hubiera preferido ser dueña de un señorío y llevar su vida de otra forma a la que le impuso su padre, “destinada a Dios” y recluida en un monasterio desde muy niña. María, al menos, había vivido un matrimonio, la maternidad, y se había movido bastante libremente entre Castilla y Aragón durante algunos años.
Tras la negativa, años atrás, de su sobrino Pere IV a que abandonaran el monasterio para quedarse en un convento de clarisas de Valencia, ahora en octubre de 1340 le piden a través de Juan Zapata, licencia para salir y recrearse algunas veces yendo a Zaragoza, a Huesca o algún otro lugar de Aragón. El encierro en el convento debía de abrumarlas. Pere les responde que le place que lo hagan. A continuación el 4 de noviembre de 1340, escribe a su tía Blanca diciéndole haberse enterado por ese funcionario de la casa real de que las hermanas tenían una salud precaria y a veces, como remedio y consuelo, deseaban salir. El rey les da permiso para hacerlo, sólo un mes o dos, a los lugares vecinos al monasterio, acompañadas por algunas dueñas. (2)
No se sabe a qué se refiere Pere al decir “lugares vecinos”, porque tanto Huesca, como Zaragoza y Lérida eran cercanas, pues estaban a unos dos o tres días de viaje de Sigena, ya que si aludía a Sariñena, Alcolea de Cinca o Binéfar, mucho más próximos, para ellas no era la solución, pues se trataba de lugares pequeños. Buscaban ciudades con más vida, donde hubiera palacio real, más iglesias, mercado regularmente, y seguramente conocieran damas y familias nobles a las que visitar, tener contacto o incluso alojarse con ellas si el palacio real no estaba disponible en ese momento. Desconocemos el resultado de esta correspondencia, si salieron de Sigena ese tiempo y a dónde se dirigieron.
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Barcelona, 1563, dibujo, Anton van der Wyngaerde,
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Ya en septiembre de 1341 Blanca y María preparaban un viaje a Barcelona o Tarragona, estaban ansiosas de encontrarse cerca del mar, con otra temperatura más benigna. El rey dice haberse enterado por el conde de Terranova (Nicolás de Joinville, casado con una hija del almirante Roger de Lauria, y que fue importante consejero del rey aragonés) y escribe a su tío el infante Pedro porque ha visto una carta de Blanca, que le mostró el conde, por la que, las infantas tienen intención de dirigirse a Tarragona o Barcelona y permanecer allí hasta que recuperen la salud. El rey ordenaba al médico Arnau Riera que acudiera al monasterio para comprobar el estado de la priora del monasterio. No he visto más información de aquella visita médica, ni si viajaron a Barcelona o Tarragona. (3)
En Castilla, la reina María continuaba desplazándose con el grupo de damas y nobles que la atendían, y además la apoyaban en la extraña situación que vivía, estar a veces alejada de su esposo el rey y, sin embargo, ejercer sus funciones. Siempre la acompañaba su camarera mayor Elvira Martínez, con ella se daba la paradoja de que estando casada con Fernán Rodríguez Pecha, camarero mayor de Alfonso, ambos se encontraban a veces separados por la distancia entre María y el rey, aunque dado que él acabó siendo también camarero mayor del infante Pedro en 1335, lo más seguro es que el monarca y la reina no estuvieran entonces tan alejados.
Otro de sus más firmes apoyos era el obispo de Astorga, el portugués Pedro Alfonso de Espiño, que no aceptaba la conducta de Alfonso XI, y no lo ocultaba como otros nobles y prelados que la admitían, disimulaban o incluso adulaban tanto a la concubina como al rey. Juan Alfonso de Alburquerque, también portugués y que además de ser su primo era un ricohombre incondicional de María, sabía estar a su lado siempre, y cuando era necesario acudir a la hueste a la que era llamado por el rey. El franciscano Juan García de Castrojeriz era su confesor, y lógicamente una compañía espiritual frente a etapas de mayor desánimo y dolor.
García también había sido nombrado preceptor del infante Pedro, y según algunos autores, por orden de Bernabé, obispo de Osma, habría glosado y explicado el texto De regimine Principum de Egidio Romano, (ya que hoy en día se duda de que hiciera la traducción) para su enseñanza. (4) Bernabé, que era médico y consejero de la reina, se encargaba de la educación del infante en Letras, y el libro de Romano abarcaba cuestiones que eran de interés para un futuro rey, desde ética individual a administración de la casa y del reino.
Hay historiadores que afirman que la educación de Pedro fue escasa y descuidada, lo que no es probable, ya que a su lado, en la medida que se lo permitían sus obligaciones de maestre de la orden de Santiago, había estado Vasco Rodríguez de Cornado, que pudo nombrar y dirigir a sus maestros, hasta su muerte en 1338. Se encontraba también, como hemos visto, el obispo de Osma, Bernabé, y Juan García de Castrojeriz de los que se sabe muy poco.
Pedro será un hombre culto, amante de las artes y las letras que hará construir un bello alcázar mudéjar en Sevilla junto a los edificados por su antepasado Alfonso X, restauró el alcázar de Carmona, ampliará el palacio de Tordesillas y hará lo mismo en Torrijos. Y, entre otras ideas, durante su reinado se iniciará una versión castellana de la Historia Troyana: “(…) un ambicioso proyecto textual y artístico destinado a convertirse en una gran compilación historiada de la materia troyana con la que Pedro I pretendería emular y superar la rica Crónica troyana (acabada de iluminar en 1350) auspiciada por su padre, Alfonso XI.” (5)
Un aspecto esencial en la formación de un infante en aquella época era la utilización de las armas, la defensa y la estrategia en una guerra. Su preparador en esta faceta habría sido un tutor genovés experto en la materia “(…) had received extensive instruction in the marcial arts from a Genoese tutor hired for just that purpose. At his age, he was already an accomplished horseman, a swordsman, and an archer; he participated in tournaments and enjoyed the favored royal pastimes of hunting and hawking.” (6)
El 2 de mayo de 1339 estando la corte en Madrid, María hizo que el rey confirmase mediante privilegio la carta de donación que ella había concedido a Teresa Vázquez, el aya del infante Pedro, dándole las tiendas de la harina y del hierro en Talavera por los buenos servicios que le había hecho y hacía en la crianza de su hijo. Le da ambas por juro de heredad y después del tiempo de su vida dice que queden en propiedad de Vasco Fernández, doctor en leyes y deán de Toledo, canciller mayor de la reina e hijo de Teresa Vázquez, y que, a su vez, lo pueda dejar cuando muera a alguno de sus hermanos o sobrinos. La carta de la reina había sido dada en Alcalá de Henares el día anterior, así que sería el camarero mayor del rey y del infante Pedro, Ferrán Rodríguez Pecha quien acudiría con los asuntos pendientes para que el monarca lo confirmara. (7) Más adelante, también en Madrid, donde se habían convocado Cortes, la reina asistiría a la apertura y a su clausura, porque también se encontraba en el alcázar y confirmó un privilegio dado por Alfonso “(…) por el cual hizo merced a los Caballeros que tuviesen las mayores casa pobladas de Talavera, con mujeres é hijos, y sus caballos y armas, de que no pecharan por las heredades que poseyesen en otros pueblos.” (8)
Como vemos, María mantenía una actividad continua ocupándose de las necesidades y problemas de sus villas y lugares, ayudada por su canciller, escribiendo cartas, dictando privilegios, ordenando normas y dando instrucciones, en muchos casos, en la línea de las medidas que Alfonso iba tomando para acomodar la legislación y administración de su reino al sentido más centralizador que deseaba.
Notas
(1) Sáinz de la Maza Lasoli, R., El monasterio de Sijena, Catálogo de los documentos del Archivo de la Corona de Aragón, (1208 – 1348), doc. 894, CSIC, Barcelona, 1994.
(2) Ibidem, docs. 901 y 902.
(3) Ibidem, docs. 920 y 921.
(4) Fradejas Rueda, J. M, y otros, La traducción castellana del De regimine
Principum, p. 18, Incipit, XXIV, 2004. https://uvadoc.uva.es/handle/10324/30185
(5) Pichel Gutiérrez, R., La Historia Troyana de Pedro I y su proyección en la Galicia Atlantista, p. 210, La Corónica A Journal of Medieval Hispanic Languages Literatures and Cultures, 45. 2. 2017. https://www.researchgate.net/publication/319874590_La_Historia_Troyana_de_Pedro_I_y_Su_Proyeccion_En_La_Galicia_Atlantista
(6) Estow, Clara, Pedro the Cruel of Castilla 1350-1369, p. 9. E. J. Brill, Nueva York, 1995.
(7) Privilegios reales, donaciones y Cortes, años 1333- 1347, Tomo 8, Mss. 13098 BDH, fº 59 r. a 66 r.
(8) Jiménez de La Llave, L., Privilegios y Reales facultades, legajo 50, P. núm. 10, Archivo municipal de Talavera de la Reina. https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/archivo-municipal-de-talavera-de-la-reina-0/html/00cd50c6-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html
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