Castilla hacia 1354
El rey Pedro de Castilla llamó a sus primos Juan y Fernando, que ya habían llegado a Toledo desde Évora, y a otros ricoshombres con la intención de hacer frente a la situación que se había gestado entre los bastardos y el señor de Alburquerque. Fernando era su adelantado mayor de la frontera y su canciller, y Juan su alférez mayor, es decir que les había encomendado cargos importantes a su lado en la corte. Extrañamente, no mantendrán su homenaje de fidelidad y de vasallaje al monarca, y serán desagradecidos y traidores.
En Aragón, Fernando había apoyado el movimiento de la Unión junto a su hermanastro Jaime contra Pere IV, y muerto aquel tras rápida y sospechosa enfermedad, Fernando continuó con ese objetivo. Y en Castilla, donde legalmente el infante era sucesor de Pedro mientras este no tuviera hijos legítimos, pretendía la corona. Pero esa actuación zigzagueante con ambos reyes no les resultará provechosa, antes bien, llevará a madre e hijos a la muerte.
En la conducta de algunos ricoshombres e infantes se observa una línea vital sinuosa, carente de palabra y de lealtad, incumpliendo una y otra vez el código de caballerosidad de la época. De estos no hacer falta dar nombres, vamos viendo sus acciones. Mientras que otros, muy pocos, se comportan siempre manteniendo una postura fiel y cumplidora de las obligaciones hacia su rey al que han hecho pleito homenaje y han jurado como rey y señor, sería el caso de Pedro de Jérica, de Juan Alfonso de Benavides, de Íñigo López de Orozco, o de Fernando de Castro. Este, una vez superado su disgusto con el rey por el casamiento y abandono de su hermana, dejará a los conjurados porque consideraba infame a Enrique, y regresará al lado de Pedro y le defenderá a él y a su descendencia, hasta después de que sea asesinado en Montiel. También el infante Pedro de Ribagorza tenía una actitud ética de buscar los acuerdos y la concordia, además de su fidelidad en los compromisos.
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Galahad, Perceval y Bors encuentran el Santo Grial, serie de tapices del Santo Grial, n.º 6 tejido por Morris & Co., 1895-1896, lana y seda sobre urdimbre de algodón, Edward Burne-Jones, idea general y figuras, William Morris, idea general y ejecución, John Henry Dearle, detalle de flores y elementos decorativos, Museo y Galería de Arte de Birmingham, Inglaterra, - Desconocido, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=251121 |
Como primera medida, Pedro decidió casar a su primo Juan con Isabel de Lara, que vivía en la corte, con la idea de frenar el poder de Tello, que ya se había puesto de acuerdo con Enrique de Trastámara en levantarse contra el rey desde el señorío de Vizcaya, obtenido recientemente por su matrimonio con la hermana mayor de Isabel. A Juan le concedió el mismo señorío.
Después de la estancia en Portugal, cuando la reina María llegó a su villa de Toro se encontró que su hijo estaba en las casas reales. Hablaron de los sucesos recientes, de la boda de Juan de Aragón con Isabel de Lara. María temía la posible guerra que se avecinaba, y además comprobó que las relaciones de Pedro con María de Padilla se habían reanudado. También le contaron la extraña decisión del rey de casarse con Juana de Castro, y lo que pasó luego. Los hechos se estaban sucediendo aceleradamente, sin dar un respiro. En julio María de Padilla tuvo su segunda hija con el rey, a la que llamaron Constanza.
Los rebeldes alborotaban yendo hacia el norte, además se les había unido Fernando de Castro, al que el conde de Trastámara había ofrecido su hermana Juana Alfonso. Se sentía muy ofendido porque Pedro “había deshonrado” a su hermana Juana de Castro, abandonándola tras haberse casado con ella. Se desnaturó del rey castellano ante notario, y se sumó a los sublevados.
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Catedral Primada de Toledo vista desde un lateral de la plaza del Ayuntamiento, dibujo y litografía Francisco Javier Parcerisa, Recuerdos y bellezas de España, P. Piferrer, 1839-1865, BNE,
https://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000187033 |
Según la crónica, Pedro fue a Toledo, y ordenó a Juan Fernández Hinestrosa, su camarero mayor, que fuese a Arévalo a por la reina Blanca para traerla a esta ciudad y guardarla en el alcázar. Vendrían con ella Leonor de Saldaña, compañía inseparable en Castilla; el caballero mozárabe de Toledo, Tello Gonzáĺez Palomeque, oficial al servicio de la reina; y Pedro Gómez Gudiel, obispo de Segovia, también toledano, y que sentía una gran pena por la joven reina. Probablemente fue él quien aconsejó a Blanca acogerse a la inmunidad de la iglesia mayor. Aquella orden del rey alteró los ánimos de caballeros de la ciudad y de la corte, y algunos hablaron de matar a Hinestrosa, porque pensaban que la idea había partido de él, (lo que tal vez era cierto, por la gran influencia que su consejero ejercía sobre el monarca), pero no lo hicieron.
Cuando la reina Blanca llegó a Toledo, pidió entrar en la iglesia mayor de Santa María a rezar, y después se negó a salir de allí, porque temía que iban a encerrarla. Juan Fernández trató de convencerla de que fuera al alcázar, pero como no accedía, se fue a ver al rey en Segura.
Pedro había recibido noticias de nuevas infidelidades, era un tiempo triste para el joven, que estaba experimentando cómo sus hermanastros y primos eran los que le traicionaban levantándose contra él. Estas experiencias hicieron a Pedro más duro y despiadado. Hay una carta suya al infante Pedro de Ribagorza, que está como lugarteniente del rey de Aragón, pidiéndole ayuda, y en la que se aprecia lo dolido que se encuentra con sus primos por cómo actúan, a pesar de los cargos, tierras y soldadas que les ha dado. No había sosiego en su marcha de un lugar a otro, donde los levantiscos le revolvían el reino asolando las tierras por donde pasaban.
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Derrota de Cosroes frente a Heraklius, fresco, 1452-1466, Piero della Francesca, episodio IX de la serie Historia de la Santa Cruz, iglesia de San Francisco, Arezzo, Italia,
- Web Gallery of Art: Imagen Info about artwork, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=15499598 |
Había tomado cuerpo el argumento que utilizaban para justificar estar en armas contra el monarca, era el abandono de la reina Blanca. La realidad era otra, la reina a ellos no les importaba, eran sus propios intereses los que defendían. Pedro seguía la misma política de centralización y fortalecimiento de la corona que había llevado su padre el rey Alfonso XI, se apoyaba en una baja nobleza y en oficiales preparados para desempeñar los puestos de la corte, conocedores de la cancillería y demás gestiones, que habían estudiado leyes y otros saberes. Favorecía a los ciudadanos, los artesanos y comerciantes, grupos burgueses emergentes de las ciudades, porque quería ver que Castilla mejorara de su anterior situación. Los sublevados deseaban mantener sus prerrogativas y beneficios, y continuar detentando el poder como ricoshombres y grandes magnates frente al monarca. Pedro representaba la modernización de la estructura medieval, mientras que los poderosos hasta ahora, querían perpetuar ese orden social y económico, y Enrique de Trastámara era el primero.
En Toledo la reina Blanca recibía la visita de las damas nobles de la ciudad que se ocupaban de ella. Estaba a su lado Leonor de Saldaña, que la reina María se la había encomendado, pues la conocía bien y sabía que era una mujer fiel e inteligente y que la ayudaría en todo lo que fuera necesario, como así fue mientras estuvo con la joven.
Era ella la que hablaba con las mujeres toledanas y con los caballeros, para que la apoyaran. Porque Blanca pensaba que querían encerrarla en el alcázar y allí matarla, no por orden del rey, sino por influencia de los parientes de María de Padilla.
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Toledo bajo una tormenta, óleo sobre lienzo, ca. 1599-1600, Doménikos Theotokópoulos, El Greco, The MET, Nueva York, USA,
By Image: http://collections.lacma.org/sites/default/files/remote_images/piction/ma-1418152-O3.jpgGallery: http://collections.lacma.org/node/219820 archive copy at the Wayback Machine, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27333271 |
No sólo los nobles de Toledo estaban de acuerdo en defender a la reina, que moraba en su ciudad recogida en la iglesia mayor, sino los “hombres buenos del común”. Sabían que Hinestrosa iba a venir, se la llevaron al alcázar en la víspera de la virgen de agosto, y con ella iban todas las damas, dueñas y doncellas de la ciudad, que guardaban caballeros de Toledo. Se estaba preparando un levantamiento ciudadano por la defensa de la reina, pues detuvieron a los que no estaban de acuerdo. Para más complicación llamaron a Fadrique, maestre de Santiago, al conde de Trastámara, a Fernando de Castro y a Juan Alfonso de Albuquerque, para que viniesen con su gente de armas, y que todos pidiesen al rey que volviese con su esposa. La mayor parte de los caballeros de Toledo obraban de buena fe, pero iban a ser utilizados por los grandes señores, y la urbe se verá envuelta en graves problemas.
En los movimientos por Castilla acabaron reuniéndose los infantes de Aragón con Enrique, Fernando de Castro y el señor de Alburquerque. La reina madre de Aragón, Leonor, se encontraba en Villabrágima (al noroeste de Valladolid) con sus hijos y sus esposas, y allí llegaron los sublevados y participó en las conversaciones. Condenaba la actitud de su sobrino hacia su esposa, y deseaba la conservación de la legitimidad. Por otra parte, rechazaba la presencia de los familiares de María de Padilla a los que consideraba advenedizos, frente a los grandes señores que debían rodear al rey. Aunque su hermano Alfonso había mantenido toda su vida el trato con una concubina, no había apartado a la reina como estaba haciendo Pedro. Además cuando Alfonso convivía con su amante, la reina Leonor necesitaba su ayuda y nunca se enfrentó a él por esa conducta.
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Amores del rey Pedro I de Castilla y María de Padilla, dibujo, 1857, Gustave Doré, BnF,
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María de Portugal y Manuel veía con desasosiego lo que estaba ocurriendo, los movimientos de su esposo y de su cuñado, los infantes de Aragón, de los ricoshombres y nobles de Castilla, y la postura del rey Pedro, que era su primo, abandonando a Blanca de Borbón. Ella había vivido de muy niña cómo su padre, el infante de Portugal, marchaba de caza muchas jornadas, cuando realmente iba a estar con su amante en el castillo de Alburquerque. En la corte de Lisboa había podido escuchar a las damas, a los criados, y a los sirvientes cuchichear sobre ellos; y cuando falleció su madre, Constanza Manuel, supo que su padre había traído a Inés de Castro a los pazos de Coímbra y convivía con ella. Sus hijos se criaban en palacio con Fernando y con María al lado de la reina Beatriz. Entendía perfectamente todo aquel alboroto y temía que se desatara una guerra.
Después los sublevados se llevaron a aquellas damas al castillo de Montealegre, una fortaleza inexpugnable, donde continuaban parando Isabel Téllez de Meneses y Juana Manuel. Mientras tanto la reina madre María estaba en Medina del Campo con el rey y la corte. Había recibido cartas del papa exhortándola a conseguir que su hijo regresara con su esposa legítima. Más adelante, cuando la situación en Castilla haya estallado y se haga insostenible, Inocencio VI le dirá que se presentarán embajadores del rey francés, que estaba muy ofendido por el trato dado a su sobrina. María se sentía presionada por estas comunicaciones con las que estaba de acuerdo, pero su papel como madre del rey requería un equilibrio muy difícil de mantener.
Los conspiradores mandaron misivas a Blanca transmitiéndole que estaban a su servicio y harían todo lo necesario para ayudarla. Y al rey le enviaron un escrito diciéndole que deseaban su bien y su buen servicio, y le pedían volviera con la reina, que abandonara a María de Padilla y alejara de sí a los familiares de esta, que llevaban mal el gobierno de los reinos.
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Medina del Campo, dibujo y litografía, Francisco Javier Parecerisa, Recuerdos y bellezas de España, 1839-1865, BNE,
https://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000187033 |
En septiembre, Pedro se llevó con él a su madre y a su amante a Tordesillas. Los tres estuvieron viviendo en el palacio construido por el rey y, como ya había sucedido anteriormente, la reina convivió con María de Padilla. Desde la muerte de Alfonso, María compartirá techo en distintas ocasiones con varias de las nobles más importantes de la corte: la reina madre de Aragón Leonor, la reina Blanca de Borbón, Juana Alfonso, Juana Manuel, Isabel Téllez de Meneses, María de Portugal y Manuel, Isabel de Lara, Leonor de Saldaña, María de Padilla, y será para todas ellas acogedora y solidaria.
Es interesante ver los lazos que unían a estas mujeres. La reina María y Leonor son primas hermanas por parte de padre y de madre, y cuñadas. Blanca de Borbón es la nuera de María. Isabel de Lara y la reina tienen al rey Alfonso X como antepasado común. Juana Manuel e Isabel de Lara son primas, y con la reina María tienen al rey Fernando III como ascendiente. María de Portugal y Manuel, a pesar de la poca diferencia de edad, es sobrina de Juana Manuel por parte de madre, y sobrina de la reina María por parte de padre. Juana Alfonso es sobrina por parte de padre de la reina Leonor. Isabel Téllez de Meneses tiene antepasados comunes con todas ellas, excepto con Blanca de Borbón, que era una noble francesa, y con Leonor de Saldaña, de la que es difícil rastrear sus ancestros, aunque no se puede descartar que tuvieran algún lazo lejano entre ellas, dada la endogamia de la alta nobleza. Y ha criado en su casa a María de Padilla. También es curioso recordar que los hijos de Alfonso XI con Leonor de Guzmán, al ser él primo hermano por parte de padre y madre de la reina María, son también sobrinos segundos de esta, y por lo tanto Juana Alfonso lo es. Los vínculos entre la realeza y los grandes nobles eran intrincados y abundantes. Leonor de Saldaña era una dama castellana de familia ilustre que estaba casada con Alfonso López de Haro, caballero destacado y vasallo del rey, y por lo tanto la reina la había tratado.
A los alrededores de Tordesillas se desplazaron los rebeldes, y mandaron a la reina Leonor y a sus nueras (Isabel de Lara y María de Portugal y Manuel) con otras damas (tal vez iban con ellas Juana Manuel e Isabel Téllez de Meneses) a parlamentar con el rey Pedro. Leonor le expuso la necesidad de que volviera a tener a su lado a la reina Blanca, que enviase a María de Padilla a algún otro reino, y que no tuviese como privados a los familiares de esta, porque haciendo estos cambios todos los caballeros regresarían a su lado. Pero Pedro no aceptaba discutir nada con unos nobles que estaban alzados en armas contra su rey, y no pensaba separarse de María de Padilla, por lo que no había avenencia posible. Leonor y las otras damas regresaron a los sublevados para decirles que no había acuerdo.
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Isabel de Este coronada en el reino de Armonía, óleo y temple sobre lienzo, ca. 1500-1525, Lorenzo Costa, en su origen en el Estudiolo de Isabel de Este, palacio ducal de Mantua, Italia, hoy en el Museo del Louvre, París, Francia, Por Coyau - Trabajo propio, Dominio público,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=37307589 |
La reina María deseaba marcharse a su villa de Toro, donde se encontraba más tranquila, y su hijo le dio licencia para irse, sería una de los pocas plazas fuertes que le quedarían al rey frente a sus levantiscos señores. Mientras estos permanecían en Medina del Campo, Juan Alfonso de Alburquerque enfermó y días después falleció. Fue un mazazo para todos, porque era el ricohombre con más determinación y autoridad de los rebeldes.
López de Ayala en el texto primitivo de la crónica escrito en primer lugar indica: “E algunos decian, que el Rey le fizo dar hiervas por un Fisico que envio allá, que era de Italia al qual decian Maestre Pablo; empero esto non era cierto.” (1) Mientras que en la versión posterior, afirmará que maestre Pablo era médico de Fernando, infante de Aragón, con el que el rey Pedro a través de mensajeros trató que diera “hierbas” al señor de Alburquerque y que le recompensaría por ello. Es decir, que en la primera asegura que no era cierto, y en la segunda relación del suceso da al rey como causante, lo que plantea sospechas, por haber sido escrita y retocada después. A lo largo del reinado de Pedro hay varias muertes que le son achacadas por envenenamiento de hierbas, de las que no hay pruebas y son un argumento fácil de utilizar.
A partir de este momento los vasallos del señor de Alburquerque van a cumplir el mandato de su testamento que, como una maldición sobre el reino, seguirá andando por Castilla. Llevaron su ataúd sobre unas andas y cubierto con un paño de oro allá donde fueron, incluso a las reuniones, traslados y enfrentamientos. Cuando la reina María conoció la muerte de su primo, que había sido su apoyo fiel durante muchos años, lloró amargamente, había perdido a su mejor amigo, y sentía un profundo vacío, que se sumaría a otros que vendrían después. Se refugió una vez más en la oración y en la compañía religiosa, en parte por el alma de Juan Alfonso, y en parte por ella misma, porque le servía de consuelo.
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Castillo de Montealegre de Campos, Valladolid, s. XIII-XIV, perteneció a Isabel Téllez de Meneses y cuando su esposo Juan Alfonso de Alburquerque falleció, será una fortaleza inexpugnable frente a Pedro I, Por Rowanwindwhistler - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=26531626 |
Isabel Téllez de Meneses, la esposa del señor de Alburquerque, que ya se había temido graves consecuencias de la situación, estalló de dolor y de ira, se prometió a sí misma que sus castillos y su poder estarían a favor de los sublevados y serían un reducto contra el rey. Cumplirá su propósito, y el castillo de Montealegre se convirtió en un lugar inexpugnable cuando fue atacado por los ejércitos de Pedro.
La reina Blanca, que permanecía en el alcázar de Toledo custodiada por los nobles de la ciudad, mantenía correspondencia con los sublevados creyendo que lo hacían por defenderla de la situación en que se encontraba, incluso les facilitó dinero para apoyar su sustento. Con el tiempo comprenderá que los ricoshombres y magnates estaban utilizando su causa para medrar y conservar sus prerrogativas, y que acabarán por abandonarla. Sólo el papa, con el que se escribía y al que pedía ayuda, permanecerá firme en su apoyo, aunque no sirva para salvarla.
La reina María debía de sentirse muy triste y angustiada por la situación, estaba informada de todo lo que sucedía fuera de la corte. La reina Leonor se fue a Toro a estar con ella, es probable además, que llevara consigo a algunas de las damas jóvenes, esposas de los sublevados, a sus dos nueras, Isabel de Lara y María de Portugal y Manuel, y a Juana Manuel. En este tiempo en que todas conviven en un ambiente de apoyo y solidaridad femenina, las dos descendientes de Juan Manuel tienen intereses comunes y seguramente se sienten muy unidas por lazos de sangre, y porque sus esposos persiguen el mismo objetivo, tienen además edades muy cercanas. Más adelante, sin ellas desearlo, la vida las alejará totalmente, sus maridos tendrán planes divergentes porque serán grandes rivales y el odio sustituirá al compañerismo.
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La pitonisa del Oráculo en el antiguo templo de Delfos, óleo sobre lienzo, 1891, John Collier, Galería de Arte de Australia Meridional, Adelaida, Australia,
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:John_Collier_-_Priestess_of_Delphi.jpg |
Notas
(1) López de Ayala, P., Crónica de los reyes de Castilla, rey don Pedro, Tomo I, nota 2, p. 151, Madrid, 1769.
La decisión de María de Portugal, reina madre de Castilla
A la reina madre le preocupaba la situación de Blanca, la actuación de su hijo con ella la apenaba profundamente. Y todo el alboroto que se estaba provocando entre los nobles le mostraba la debilidad de la corona en ese momento, temía por él, que todavía no tenía un hijo heredero legítimo. Al irse el rey, ella tomó una decisión muy grave, adoptó una postura de fuerza, que hasta ahora no había tenido nunca, esperando que solucionaría el problema.
Según J. Zurita, basándose en informaciones de la época del rey Pedro, y que es un historiador nada sospechoso de querer manipular la opinión sobre la reina María: Esta dio aquel paso porque Enrique de Trastámara la engañó, afirmando que los sublevados querían ponerse en manos rey y que decidiese su muerte (él, que huía de los peligros) o prisión por detener aquel alzamiento que llevaba a pelear unos con otros, con peligro de que entraran los moros hacia Castilla y la tomaran. Sobre la reina Blanca que él hiciese lo que considerase conveniente. Y era la reina María la que mejor podía procurarlo. “Pensando que lo decia de corazón y que no había en ello engaño, plugo mucho desto a la reina; (…) rogo muy ahincadamente que quisiese venir a la paz con aquellos grandes como se le suplicaba.” (1)
Entonces la reina les llamó a Toro, antes de que siguieran para Zamora, se comprometió a acogerlos en la villa y darles posada, porque pensaba que en cuanto su hijo supiera que estaban allí con ella, “(…) que él vernia á mejor carrera de la que fasta alli tenia, é tornaria á tomar su muger la Reyna Doña Blanca, é á poner buena ordenanza en si e en su Regno: é que en esto non pusiesen dubda nin luenga alguna, mas luego lo pusiesen por obra; é que si de otra guisa lo ficiesen, ella era é seria en grand peligro con el Rey su fijo; por quanto el sabria que ella les avia enviado sus cartas por esta razon.” (2)
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Torre del reloj, Toro, Zamora, s. XVIII, atribuida a Joaquín Churriguera,
Por Joaquín Diéguez - Jose Mª Quadrado (1885) España, sus monumentos y sus artes, su naturaleza e historia. Valladolid, Palencia y Zamora, Barcelona: Establecimiento Tipográfico-Editorial de Daniel Cortezo y C.ª, p. 628 From Biblioteca Digital de Castilla y León (CC0), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=84025989 |
Este fue un punto de inflexión en la vida de María, aquella decisión rompería con el pasado y acabaría añadiéndole más sufrimiento y tristeza. Lo hizo creyendo firmemente que su hijo cambiaría por el impacto de aquella medida. La reina madre y los ricoshombres, los infantes y grandes señores de Castilla le esperaban en Toro para que modificara el rumbo de su vida y del gobierno del reino. Deseaba que su determinación abriera una nueva etapa y mejorara la situación. Según la crónica, sería entonces cuando llegarían la reina Leonor, Juana Manuel e Isabel Téllez de Meneses (probablemente también Isabel de Lara y María de Portugal y Manuel, porque más adelante la crónica habla de ellas en plural) para posar también en la villa. Desde allí los nobles enviaron cartas al rey pidiéndole que viniera a Toro para poner paz y acuerdo en los asuntos.
A Pedro le disgustó que los caballeros sublevados estuvieran en Toro con la reina María y la reina Leonor. Pero decidió seguir el consejo de Juan Fernández de Hinestrosa de partir para la ciudad en su compañía, la de su tesorero Samuel Levi y Fernán Sánchez de Valladolid, además de un centenar de hombres. Cuando llegaron a la villa salieron a recibirle los señores. Pedro fue a visitar a su madre, que se alojaba en los palacios que están al lado del monasterio de Santo Domingo, acompañada por Leonor, tía del rey.
Pedro besó la mano de su madre y esta le abrazó con cariño, diciéndole que su venida solucionaría y sosegaría a sus ricoshombres y vasallos. Entonces la reina Leonor le recriminó con unas palabras que hirieron especialmente a Pedro y que no le perdonaría. Le consideraba de poca edad, a pesar de que tenía algo más de veinte años. Y que por eso se dejaba guiar por malos consejeros como los que ahora traía, Hinestrosa y Levi, que debía alejar de sí. El rey le respondió que Hinestrosa no era culpable de nada y que si le hacían algún mal, pesaría a quien lo hiciere.
En seguida detuvieron a Hinestrosa y a Levi delante del rey en el mismo palacio, y a Fernán Sánchez de Valladolid, que era el notario mayor del reino, hasta que entregara los sellos. Los alzados repartieron los cargos de la corte, y el rey fue a alojarse en las casas que el obispo de Zamora tenía en Toro. La situación era muy tensa, y lejos de arreglarse iba a peor. La reina María veía con horror cómo los hechos se precipitaban y a ella se le escapaban. La realidad es que ahora su hijo estaba preso de los sublevados, controlado por Fadrique, y no le dejaban hablar con los hombres que había traído. En medio de este desorden, Fernando de Castro requirió al conde de Trastámara que le diera por esposa a su hermana Juana, como le había prometido. La joven estaba en el palacio, porque recuerda la crónica que allí se había criado, es decir que la reina María la había tenido a su cargo.
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La reina Ginebra, esposa del rey Arturo, acuarela y gouache sobre papel, ca. 1900, Henry Justice Ford, préstamos de las Galerías de Leicester al Museo de Arte Speed, Louisville, Kentucky, USA,
Луисвилл, Кентукки, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=12685934 |
Como parecía que las demandas de los alzados se habían conseguido, los vasallos del señor de Alburquerque vieron que se había cumplido el mandato de su testamento, y había llegado la hora de darle sepultura. porque ya podría descansar en paz. Isabel Téllez de Meneses, su viuda, encabezó la comitiva junto con la reina Leonor que la acompañaba tras el féretro de Juan Alfonso de Aburquerque. Rodeado de sus vasallos más principales, y seguidos por numerosos caballeros, se encaminaron al monasterio cisterciense de La Santa Espina, en Castromonte lugar del valle del río Bajoz. Cenobio que había sido patrocinado por Juan Alfonso Téllez de Meneses, señor de Alburquerque, y Martín Alfonso su tío, antepasados del actual señor de Alburquerque y de su esposa, pues eran primos. En su iglesia sería enterrado, al igual que sus ancestros.
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Entrada al monasterio de Santa María o de la Santa Espina, Castromonte, Valladolid, románico y gótico, XII-XIV, en la iglesia fueron enterrados Juan Alfonso de Alburquerque, su esposa Isabel Téllez de Meneses y su hijo Martín Gil de Alburquerque, al igual que varios de sus antepasados,
Por Fundación Joaquín Díaz / Cayetano Enríquez - Trabajo propio - va0729.jpg, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=29646314 |
La retención de Pedro no debía de ser muy estricta, porque, aunque vigilado, le dejaban salir a cabalgar e ir a cazar, y entonces los que lo desearan podían hablar con él. El rey estaba en conversaciones con su tía y sus primos, los infantes de Aragón. Les ofreció a la reina Leonor la villa de Roa; a Fernando, Madrigal, Aranda, el Real de Manzanares y otros lugares en Andalucía, además del adelantamiento de la frontera que ya tenía; y a Juan, los señoríos de Vizcaya, Lara, Villacorneja y Oropesa. Y a otros caballeros otros lugares y villas. Había conseguido dividir a los revoltosos haciéndoles donaciones. Un amanecer que había mucha niebla el rey partió de caza y se escapó a Segovia. Samuel Levi, su tesorero, también salió con él, porque habían comprado con grandes cantidades de dinero a su hermanastro Tello, que era quien guardaba al judío. Como la cancillería y los sellos del rey se habían quedado en Toro, Pedro escribió a la reina María para que se los mandaran. Deshecha la conjura, hubo muchos caballeros que regresaron a la merced del rey.
La reina Leonor, sus hijos y sus esposas se marcharon a la villa de Roa que ella acababa de recibir del rey, como pago de la vuelta a su servicio. Antes de partir, el infante Fernando entregó a la reina María a Juan Fernández de Hinestrosa, que él tenía preso. Ella lo liberó y este le dejó varios de sus familiares y amigos como rehenes, y se comprometió a ir al rey, y a regresar con la avenencia de todo aquello. Pero no regresó, y la reina soltó de prisión a los caballeros que le había dejado como garantía.
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Sello del rey Pedro I de Castilla, s. XIV, Lámina VIII, nº 39, AHN, Catálogo I de los sellos españoles de la Edad Media, 1921, Juan Menéndez Pidal,
https://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000204822 |
María contempló con desengaño la salida de su cuñada y prima, y de sus sobrinos con sus esposas, su corazón estaba herido al ver el resultado de lo que ella había esperado solucionase la situación de la reina Blanca y el crispamiento de los grandes señores de Castilla. Y ahora se encontraba enfrentada con su hijo, sin que el problema se hubiera resuelto. Con ella permanecieron el conde de Trastámara y su esposa Juana Manuel, mientras el maestre Fadrique marchaba a Talavera. Fernando de Castro, recién casado con Juana, se iba para sus tierras de Galicia, y Tello regresó a Vizcaya.
Cuando llegó el legado del papa a Castilla el reino estaba muy revuelto y no pudo cumplir todo su mandato, sólo hizo público la excomunión del rey Pedro I, de María de Padilla y Juana de Castro que contribuían a la relegación de su legítima esposa. E impuso el entredicho en su reino. El texto de Inocencio VI fue leído en la catedral de Toledo ante todos los que estuvieron presentes.
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El matrimonio de María de Padilla y el rey Pedro I de Castilla, dibujo, estampa, Gustave Doré, BnF, |
La ciudad y el clero, con su arzobispo, mantenía su apoyo y cuidado a la reina Blanca, que escribió al pontífice explicándole el buen trato que recibía de ellos. Vasco Fernández de Toledo debía de estar ayudando económicamente a la joven que seguía viviendo en el alcázar con algún servicio y la presencia de Leonor de Saldaña. Pero lo que podía dedicar el arzobispo a este fin no era suficiente y el papa pidió a los arzobispos de Santiago y de Sevilla, a la mayoría de los obispos y a los abades de los principales monasterios que contribuyeran a su mantenimiento. Este tiempo en Toledo era todavía soportable, porque además de cubrir sus necesidades, se sentía querida y valorada por los ciudadanos, que la consideraban su reina y señora. Pero unos meses después, todo cambió.
La reina María recibió una nueva misiva de Aviñón, el papa le hacía ver el peligro espiritual en el que se encontraba su hijo, pese a los esfuerzos que había hecho él desde su posición y que el rey desobedecía, pero pensaba que aún podía conseguir su vuelta al buen camino. Le comunicaba que mandaba un nuevo legado que probablemente lo resolvería. También escribió a Blanca, porque había recibido a su mensajero Ottoboni de Oliva, un genovés tesorero de la reina al que había instruido verbalmente.
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Ángeles azules, capilla de San Marcial, fresco, 1344-1345, Matteo Giovannetti, Palacio de los Papas, Aviñón, Francia,
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Pedro no confiaba en su madre, se había desgarrado entre ellos un lazo de familiaridad y de fe, imposible de recomponer, no creería en sus palabras. Que le hubiera llamado a Toro estando rodeada de los rebeldes, le parecía una traición, y esa opinión sobre ella ya no cambió. Nada más lejos de la realidad, María había querido hacer de mediadora, porque deseaba asegurar a su hijo en el trono, pensaba que respetar su matrimonio con la reina Blanca y tener hijos con ella, facilitaría su permanencia en él. Sentía una tristeza infinita al comprobar que el amor que les unía parecía haberse quebrado; haber visto la postura invariable de su hijo; que los rebeldes le retuvieran; y que comprara a su tía y a sus primos con dádivas. Había creído que reuniéndose todos, estando ella presente en aquella ocasión, resolvería por fin los problemas. Ahora se había quedado con Juana Manuel y Enrique, cuya conducta no era clara, y no sabía cuáles eran sus planes.
Si realmente fuera verdad que María y Martín Alfonso Tello tenían una relación de amor, hubiera sido el bálsamo de la última parte de su vida, el equilibrio frente a tantas penalidades, soledad y desamor. Ambos eran portugueses, tenían raíces que les unían, el ricohombre valoraba y admiraba profundamente a aquella infanta que había sabido mantener con gran dignidad y entereza su presencia como reina, a pesar de haber sido relegada por su esposo durante veinte años. Era una mujer hermosa, prudente, muy religiosa y con un carácter firme y sereno. Era fácil amarla, y si la amó, debió de ser el tiempo más feliz para ambos, que hubiera mitigado el sufrimiento por lo que estaba sucediendo. Pero aquella información más bien parece una habladuría para hundir su reputación.
Pedro, acompañado de sus primos los infantes de Aragón, se trasladó a Burgos con la intención de hacer un ayuntamiento de hidalgos y de ciudades. Frente a los que habían acudido, se querelló de que había sido detenido y preso en Toro, y les pidió ayuda para “hacer venir a su obediencia” a la reina, que se encontraba en Toro, “é le avia buscado mucho desto” así como al conde de Trastámara, Fadrique el maestre, y Tello, sus hermanos, y Fernando de Castro, que se habían rebelado y le guerreaban. Para luchar contra ellos les pidió dinero y hombres, que le concedieron. Regresó a Toro, donde seguía la reina María, llevaba la intención de tomar la ciudad y el alcázar. Y comenzó un asedio con luchas en las barreras, pero lo abandonó pronto y partió para Toledo que también estaba alzada contra él en defensa de la reina Blanca. Poco después Enrique de Trastámara salió para Talavera, donde se encontraba su hermano Fadrique y dejó a Juana Manuel con la reina María.
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La Catedral Primada de Toledo engalanada en el día del Corpus Christi,
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Cuando los gemelos se reunieron se fueron para Toledo, que querían tomar para luchar contra Pedro. Parte de los nobles, que no estaban de acuerdo con su entrada, se encerraron en el alcázar, y mandaron poner también cuidado en el castillo de la judería mayor que tenía su propio muralla y podía resistir. Entonces los asaltantes entraron en la judería menor llamada Alcaná, que no estaba cercada, robaron, saquearon, mataron y destrozaron cuanto estaba a su paso. La crónica reconoce que pudieron morir 1.200 entre mujeres, hombres y niños. Cuando llegó el monarca, parte de sus hombres fueron a auxiliarlos, porque los del conde estaban abriendo brechas en la cerca.
Aunque Pérez de Ayala tiene buen cuidado de no involucrar a Enrique en la matanza de la judería menor, es notorio que lo permitió, porque también trataron de tomar la mayor, y todo esto no se hace en poco tiempo. Entonces el robo de botín era la forma de pagar a mercenarios y ejércitos, pero eso no tenía que implicar una gran matanza. El conde de Trastámara no sentía simpatía por los judíos, por lo que este episodio no será el único, se repetirá en Nájera y Miranda de Ebro. Cuando el cronista narra estos sucesos, sin quererlo, nos da una imagen caballeresca de la llegada del rey con sus pendones, sus ballesteros y su numerosa mesnada, que viene a acabar con los asesinatos, el pillaje y los saqueos, y salvar a los judíos, frente a su hermanastro que adopta una postura pasiva ante la barbarie de sus hombres.
Al poco de entrar en la ciudad, Pedro mandó a Juan Fernández de Hinestrosa que llevase a la reina Blanca al alcázar de Sigüenza, cuyo obispo había puesto preso por recriminarle el abandono de su esposa. Le confiscó todos los castillos y posesiones que tenía y se los dio para que los guardara a Hinestrosa. A pesar de sus acciones, tuvo la insolencia de escribir al papa diciéndole que había regresado al lado de su esposa, y que Blanca también lo haría asegurándole el cambio, para que le levantase la excomunión y el entredicho.
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Alcázar de los obispos de Sigüenza, Guadalajara, s. XII sobre otro anterior musulmán, siendo obispo Pedro Gómez Barroso, el rey Pedro I lo desterró y mandó que la reina Blanca de Borbón fuera encerrada en su interior,
Por Malaya - panoramio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=24749027 |
María supo que su hijo venía hacia Toro, según la crónica temía su llegada, que tomara represalias por lo mal que había salido su intento de mediación. Pidió a Enrique y a Fadrique que vinieran a la villa, dado que ya les había acogido una vez “(…) é se perdiera por ellos con su fijo el Rey, que agora les rogaba que la fuese á acorrer porque si el Rey su fijo llegase primero que ellos á Toro ella seria en gran peligro.” (3) La redacción y el enfoque es de López de Ayala, no tenemos otra fuente y no sabemos si escribió ese mensaje y si fue eso lo que dijo. Entre los que estaban con la reina, se encontraba su mayordomo mayor. Hacía tiempo que vivía en Castilla, pues era familia y vasallo de Juan Alfonso de Alburquerque, habría venido con su esposa, que probablemente falleció en la gran oleada de peste que azotó Castilla, y él había enviado a sus hijos a Portugal a ser tutelados por su hermano Juan Alfonso Tello, un ricohombre de notable carrera en la corte lusa, que llegará a ser conde de Barcelos.
El rey permanecía por las comarcas aledañas de Toro combatiendo castillos y lugares que apoyaban la revuelta, y mantenía parte de su ejército alrededor de la villa de la reina, que continuaba allí con parte de los sublevados. Pedro supo que su hermanastro Enrique había huido a Galicia, para no estar cuando el rey endureciera el cerco, y como ya había hecho en Gijón, y hará otras veces en el futuro, dejó a Juana Manuel y a parte de sus guerreros en la villa.
Notas
(1) Zurita, Jerónimo, Anales de la Corona de Aragón, libro VIII, cap. LVI, p. 128, Ed. Canellas López, A., Ed. electrónica Iso, J. J., Coord. Yagüe, M. I. y Rivero, P., 2003, Libros en red. https://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/2448
(2) López de Ayala, P., Crónica de los reyes de Castilla, rey don Pedro, Tomo I, p. 166, Madrid, 1769.
(3) Ibidem, p. 191.
La justicia de Pedro I en el alcázar de Toro
La doble muerte de María de Portugal, reina de Castilla
María de Padilla se había quedado en Tordesillas en los palacios del rey Pedro, y allí tuvo a su tercera hija, a la que se bautizó con el nombre de Isabel, por Isabel Téllez de Meneses, a la que la amante de Pedro había estado muy unida, pues se había criado con ella, aunque el tiempo las había alejado, dado que sus familiares habían desbancado de su cargo y de su posición al señor de Alburquerque, esposo de Isabel. Mientras tanto, el infante Juan de Aragón había tomado algunas posesiones de Tello, por lo que el rey le mandó ir a guerrear a su hermanastro por el señorío de Vizcaya. Pero no era fácil, por ser unas tierras muy fragosas y de arbolado espeso que impedían la entrada de los hombres a caballo.
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Hayedo de Otzarreta entre Vizcaya y Álava,
Por pablofausto - https://www.flickr.com/photos/pablofausto/6376281071/, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=25973247 |
El cardenal Guillaume, legado del papa, llegó al Real de Toro, traía una misión compleja, el abandono de la reina Blanca de Borbón, la guerra abierta entre parte de los grandes nobles con el rey, y el encarcelamiento del obispo de Sigüenza. Empezó con la liberación del prelado, lo que Pedro concedió como muestra de buena voluntad. Los obispos de Ávila y Salamanca habían sido citados en Aviñón por haber anulado el matrimonio de Blanca y realizado el de Juana de Castro. Pedro estaba excomulgado y se había implantado el entredicho en el reino. Nada de esto había amilanado al rey, que no convocó a los prelados al ayuntamiento de Burgos y se adueñó de los bienes de algunos de ellos.
El nuncio del papa levantó la excomunión y el entredicho, pero no pudo detener ni el sitio de Toro ni negociar la sumisión de los sublevados. En el interior de la villa los ánimos flaqueaban, los hombres de armas tenían que pagar las viandas a altos precios, y había deserciones. Una torre que defendía el puente que cruzaba el Duero fue reventada por las máquinas y tomada por los sitiadores. Los ciudadanos de Toro acabaron negociando la entrega de la villa.
La relación de Pedro con sus medio hermanos Enrique, Fadrique y Tello, que eran los mayores de edad entonces, (Sancho, Juan y Pedro eran más jóvenes y estaban apartados de estas acciones) es muy rara, los perdona una y otra vez, les hace grandes donaciones y los nombra para cargos importantes de su corte. Y ellos incumplen reiteradamente sus juramentos, sus pleito-homenajes, sus acuerdos, y le traicionan. Desde el principio del reinado, Enrique se le ha enfrentado y le ha guerreado, porque tenía una gran ambición: quería arrebatar la corona a Pedro.
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Batalla de Roosebeke, miniatura, 1405, Loyset Liédet, Crónicas, Jean Froissart,
http://www.waterwijk.be/content/images/A4A98230-23D0-4940-96C6-27B0F41B5098.jpg, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2110292 |
Fadrique volvió al servicio del rey, y fue un aviso de que la situación estaba cambiando drásticamente porque, tras la huida de Enrique a Galicia, ya no quedaban los cabecillas de la revuelta. Permanecía la reina con sus oficiales, algunos nobles, los ricoshombres y el ejército que restaba. Se avecinaba el fin del sitio, y la justicia del rey contra los vencidos. Los sucesos de los últimos meses habían endurecido a Pedro, la experiencia de las traiciones de sus hermanastros y de otros magnates, y ver cómo sus primos y varios de aquellos se habían “vendido” por unas posesiones, le hicieron perder la confianza en todos ellos. Y, sobre todo, no había comprendido la conducta de su madre, consideraba que se había puesto de parte de los rebeldes contra él. Ahora la amargura anidaba en su corazón y aplicaría una justicia implacable en su reino.
En seguida corrió la voz de que el maestre de Santiago había vuelto al lado del rey, era el único cabeza visible de la rebelión que quedaba en Toro, porque el resto de caballeros o los habían secundado o no habían participado en la revuelta. El miedo recorrió la villa. La reina María, Juana Manuel y los nobles que estaban con ellas entraron en el alcázar y cerraron las puertas, probablemente no para resistir al rey, sino para intentar una rendición y acatamiento sin sangre. Pero los hechos no se desarrollaron así, Pedro no estaba dispuesto a aceptar los vaivenes de sus magnates, que no cumplían con la palabra dada. Aunque los que estaban allí no eran los culpables de la sublevación.
Por fin los ciudadanos abrieron la puerta principal de la villa, y los hombres del rey ocuparon las torres, los adarves de las murallas y los sitios clave. Al amanecer sólo quedaba por tomar el alcázar, Pedro mandó llamar a la reina que acudiese a su presencia, y ella le envió a pedir clemencia para ella y para los que la acompañaban, pero su hijo respondió que saliera. Uno de los encerrados tenía un albalá de perdón del monarca y animó a todos a entregarse porque con aquel documento los perdonaría.
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Puerta del alcázar de Toro,
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Aparecieron por la puerta del alcázar la reina María, Juana Manuel y cuatro caballeros entre los que se encontraba el maestre de Calatrava enfrentado al nombrado por el rey, Alfonso Téllez Girón, y el mayordomo mayor de la reina, Martín Alfonso Tello, que no había participado en el levantamiento, simplemente se encontraba al lado de la reina cumpliendo con el cargo que tenía, entre sus oficiales de más alta responsabilidad. Pero la venganza fue para todos por igual. El rey dijo que el albalá ya no servía.
Varios escuderos del rey se adelantaron y fueron matando a todos. López de Ayala nos pinta un cuadro dantesco, hasta tal punto que podría parecer una escena de tragedia griega, en la que la reina María sería la protagonista desgarrada por la visión. El cronista dice que tanto ella como Juana Manuel se desmayaron ante los hechos que estaban viviendo. Al despertar y ver el horrendo resultado, la reina mostró a su hijo su corazón totalmente destrozado e inerte por el gran dolor que le había provocado. Fue llevada a los palacios donde habitaba al lado del convento de Santo Domingo, y Juana Manuel encerrada.
Matar a aquellos hombres en su presencia después de haberle pedido clemencia, fue el peor castigo que Pedro pudo dar a su madre, peor que la muerte. El rey sólo veía que tenía que impartir justicia ejemplar, lo demás no debía de existir para él. Con aquel terrible suceso el nexo que le unía a su hijo y a Castilla se había roto para siempre. Ya había perdido a Juan Alfonso de Alburquerque, ahora había desaparecido ante sus ojos sin culpa alguna, Martín Alfonso Tello, otro entrañable compañero. Hacía tiempo que no podía ayudar a su nuera, Blanca de Borbón, porque Pedro lo había impedido alejándola de su lado. Los que la usaron como bandera de su rebelión se habían olvidado de ella, porque nunca tuvieron intención de luchar por la joven reina, sino por su propio estatus y poder.
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Matanza de los peregrinos y muerte de santa Úrsula, óleo sobre lienzo, 1493, Serie de la Leyenda de santa Úrsula, Vittore Carpaccio, Galería de la Academia, Venecia, Italia,
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La reina lloraría desconsolada, y día tras día, acudió a la oración, a la iglesia, al alivio de los rezos, y poco después pidió a su hijo que la dejara marchar a Portugal con sus padres, pues no deseaba permanecer en Castilla por más tiempo. Llena de dolor y de tristeza regresó a la corte de Alfonso IV de Portugal. Pasaron meses de paz y sosiego.
En el Livro da Noa de Santa Cruz de Coimbra, mandado a la Academia Real en el siglo XVIII, copiado y reproducido por Antonio Caetano de Sousa se da la siguiente información: “(…) a qual veo a Portugal para ver seu Padre, e sua Madre, e partiose delles em a Villa de Leyria, e morreo ella na Cidade de Evora, (…).” (1) Aún podemos preguntarnos si se encontraba en la corte en Évora o en un convento. El texto dice que se separó de ellos en Leiría y después se fue a Évora.
Probablemente ya estaría en su tierra cuando en agosto de 1356 hubo un fuerte terremoto en Lisboa, que destruyó parte de las obras nuevas que había hecho su padre en la catedral. Su violencia alcanzó a buena parte de la península, y en Sevilla cayeron las grandes esferas de cobre que coronaban la torre campanario de la catedral desde el tiempo de los moros, y que vistas desde lejos parecían de oro al darles el sol. Las noticias recorrieron todos los reinos y María, ya bastante alejada del mundo, conocería con tristeza el daño en la iglesia mayor de Santa María, donde estaba enterrado Alfonso.
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Muerte de Ofelia, óleo sobre lienzo, 1852, John Everett Millais, Tate Britain,
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María de Portugal, reina de Castilla y de León, falleció en aquella ciudad el 18 de enero de 1357 tras una vida difícil al lado de su primo Alfonso, un rey que la había tenido marginada como esposa por una concubina; de esfuerzo y dedicación a sus deberes como reina y como madre; que había conseguido la ayuda de su padre con la armada portuguesa y su presencia para la batalla de Tarifa; que había velado por numerosas instituciones religiosas; y que había tratado de ayudar a su hijo frente a los nobles, a través de conseguir el respeto a su mujer legítima. Sus restos regresarían a Castilla un tiempo después, para descansar en la capilla de los reyes de la catedral de Sevilla junto al rey Alfonso XI, pero Enrique de Trastámara con intención cruel y perversa los hizo llevar al monasterio de San Clemente.
La noticia de lo sucedido en Toro corrió por toda Castilla. En Cuenca los hermanos Albornoz tomaron a su familia, al adolescente Sancho, hijo de Alfonso XI y Leonor de Guzmán, que se criaba con ellos, y emprendieron el camino del reino de Aragón, donde tenían a la familia de Teresa de Luna, la esposa de Alvar, que era de la poderosa casa de Luna. También Enrique de Trastámara, al saber el suceso y el encierro de su esposa en una fortaleza, decidió marcharse a Francia con la intención de enrolarse como mercenario en las compañías de guerra a sueldo del rey francés.
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Iglesia-fortaleza de Santa María, Tobed, Zaragoza, mudéjar, s. XIV-XV, Juana Manuel y Enrique de Trastámara donarán un bello retablo con sus respectivos retratos idealizados y escudos,
https://www.turismodearagon.com/ficha/iglesia-de-santa-maria-tobed/ |
En aquel tiempo en que ya se barruntaba la guerra entre Castilla y Aragón, se inició una hermosa construcción mudéjar que acabará relacionándose con Juana Manuel y Enrique, y será un emblema de la nueva rama de la dinastía. El lugar de Tobed, al este de Calatayud, era una antigua encomienda de la Orden del Santo Sepulcro. Allí, aunque ya había una pequeña parroquia para los fieles, el prior de la Orden y el comendador de Tobed se propusieron construir un santuario dedicado a Santa María, porque existía una muy antigua tradición de que la Virgen María se había aparecido en época visigoda y había tenido culto, primero en una modesta iglesia, y luego en un santuario también reducido.
Además decidieron que tuviera grandes dimensiones y estructura de iglesia-fortaleza para que los vecinos de la zona pudieran refugiarse en caso de guerra. Las obras comenzaron en abril de 1356 (2) y se finalizó hacia 1359 en una primera fase de toda la iglesia. En ella (cerca de algunas de sus posesiones en Aragón, como Épila) Enrique y Juana se implicarán seriamente con la donación de un hermoso retablo pintado por Jaume Serra, dedicado a la virgen de la leche en la que aparecen como donantes Enrique con su hijo Juan a la izquierda, y Juana con su hija Leonor a la derecha. El escudo del linaje de los Manuel aparece en la tabla central y en las dos puertas dedicadas a san Juan Bautista y a María Magdalena.
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Virgen de Tobed con los donantes Juana Manuel, Enrique de Trastámara y sus hijos Juan y Leonor, temple sobre tabla, 1359-1362, Jaume Serra, Museo Nacional del Prado, Madrid. |
Notas
(1) Caetano de Sousa, A., Provas do Livro III da Historia Genealogica da Casa Real Portugueza, pp. 383 y 384, Lisboa Occidental, 1739.
(2) Condor Abanto, L., La iglesia de Santa María de Tobed, p. 49, Cuadernos de Aragón, n.º 45, Institución Fernando el Católico, Diputación de Zaragoza, 2010.
Guerra entre Aragón y Castilla, 1356
Pedro I y Pere IV sentían gran desconfianza el uno del otro a pesar de haber firmado un tratado de amistad al principio del reinado, pero las acciones de ambos desmentían el acuerdo. El primero tenía en Castilla a los infantes de Aragón en cargos importantes y con un buen patrimonio, y el segundo acogía en Aragón a los rebeldes huidos del reino vecino. Cuando barcos catalanes navegando cerca de Andalucía habían apresado naves de la zona que transportaban aceite, y subieron por el Guadalquivir dañando pueblos de la ribera, se colmó el vaso de la paciencia de Pedro: confiscó los bienes de los comerciantes catalanes en Sevilla y los encarceló.
Blanca en su prisión de Sigüenza había conseguido mantener comunicación con Inocencio VI, gracias a su fiel tesorero genovés Ottoboni de Oliva como correo. El pontífice volvió a a buscar el apoyo de la presión política escribiendo al rey francés Jean II y al duque de Borbón, padre de la reina de Castilla, para que intervinieran a favor de Blanca, que se encontraba en una situación angustiosa. Les envió al mensajero Ottoboni y al obispo de Sigüenza, Pedro Gómez Barroso, que estaba en la corte papal ya liberado por el rey, para que les explicaran las tristes circunstancias de la reina, presa en un castillo y solicitaran su socorro. Era el papa el que se preocupaba de Blanca más que su padre y su tío, y el que les reclamaba su intervención, que sin embargo no se producirá.
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Jean II de Francia se rinde a los ingleses tras la batalla de Poitiers, 1356, miniatura, y será encarcelado en Londres, no podrá liberar a su sobrina Blanca de Borbón confinada en varias fortaleza sucesivas hasta su muerte,
Por Boccacio, De casibus virorum illustrium - Bibliothèque Nationale de France, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3115573 |
Mientras tanto en Aragón, se precipitó una entrada de tropas castellanas por diferentes puntos de la frontera, provocando robos, incendios y muertes, a lo que el aragonés respondió de la misma manera. Había estallado la guerra entre los dos. Al principio el rey castellano contaba con la presencia de sus primos Juan y Fernando. También le acompañaban sus hermanastros, Fadrique maestre de Santiago, Tello señor de Vizcaya y Fernando de Castro, que había vuelto a la merced del rey porque no aprobaba la conducta desleal y traidora de Enrique de Trastámara. Su regreso provocó el enfrentamiento entre ambos, y el señor de Castro se separó de la hermana del conde, por consaguinidad. Realmente no era esta la causa, porque Juana solicitó dispensa por ese motivo al santo padre el 25 de febrero de 1358 y el pontífice la concedió condicionada a que también la solicitara Fernando de Castro, cosa que no hizo y el matrimonio se disolvió. Al parecer, Juana Alfonso quería mantener el matrimonio con Fernando de Castro, tal vez se encontraba bien con su marido en sus posesiones gallegas, mientras que él ya no estaba interesado. Ella se marchó al reino de Aragón con su hermano Enrique y Juana Manuel.
La reina madre Leonor, en compañía de sus nueras Isabel de Lara y María de Portugal y Manuel se había quedado en Castilla en su nueva posesión de Roa, villa muy bien protegida con una alta y doble muralla y un buen castillo. Juana Manuel, la esposa de Enrique permanecía encerrada en alguna fortaleza de Castilla. No sería propiamente una prisión, sino quedar aislada en un castillo sin poder desplazarse, aunque recibiría comunicaciones y sabría lo que estaba sucediendo.
El monarca aragonés encargó a los hermanos Albornoz que partieran hacia Francia y propusieran a Enrique venir a Aragón como su vasallo a ayudarle en la guerra contra Pedro I. Le ofreció numerosos lugares y 100.000 sueldos sobre las posesiones de sus hermanastros, los infantes Juan y Fernando, así como las de la reina Leonor. Y otras condiciones muy buenas, pues incluía que el rey no podría hacer paz ni tregua con el castellano sin su acuerdo, así como mantenimiento para él y para 600 hombres de a caballo.
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El anciano de los días, de La profecía de Europa, grabado en relieve y línea blanca con impresión a color y coloreado a mano, 1794, William Blake, British Museum,
- https://www.britishmuseum.org/collection/object/P_1859-0625-72, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27197029 |
En Francia hubo una gran batalla entre ingleses y franceses, que gracias a la estrategia y a las condiciones de los efectivos ingleses, ganaron en Poitiers el 19 de septiembre. El rey Jean II fue tomado preso y conducido a Londres, y el duque de Borbón, padre de la reina Blanca, fue muerto. Las esperanzas de ayuda de su familia francesa se alejaban, porque su hermano Luis, tras la batalla también estuvo encarcelado, y después se verá envuelto en los enfrentamientos con Inglaterra.
Durante los años de guerra los problemas del Monasterio de Sigena aumentaron, porque a veces sus vasallos debían pagar al rey ciertas cantidades, y otras tenían que ir personalmente a combatir, cuando no sufrían los desmanes y tropelías de los soldados. En ocasiones, eran los oficiales del reino los que se aprovechaban de la situación para extraer de sus lugares, más vituallas o servicios que de otras zonas; o las compañías del infante Fernando cometían los mismos atropellos en los pueblos y villas del monasterio.
La reina Leonor se ocupaba de los problemas económicos del cenobio, más que de proseguir con el hospital, aunque no había abandonado el proyecto. En 1357 se quedó embarazada, para contento de Pere, aunque ya habían nacido tres varones, de los que sólo sobrevivían Juan y Martín, que tenían aproximadamente siete y casi dos años respectivamente, y estaba asegurada la sucesión doblemente, lo que dio mucha tranquilidad al rey. A principios del año 1358 estando por tierras de Valencia pararon en el Puig de Santa María, que hacía años el rey le había dado. Probablemente alojados en el castillo de la villa, dio a luz a una niña a la que bautizaron en la iglesia del santuario mercedario de Santa María del Puig y le pusieron Leonor.
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Virgen del Puig, El Puig, Valencia, icono bizantino esculpido en piedra y policromado,s. XIII, Monasterio de Santa María del Puig,
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Ese verano, a pesar de que la guerra continuaba, estaba imprimiendo celeridad a su idea, y al parecer podía dedicarle dinero, fue cuando realmente comenzaron las obras del hospital, y una etapa de actividad continuada por su parte, porque en julio ordenaba al tesorero pagase 2.000 sueldos jaqueses para la construcción. El pago debía realizarse a fray Fontaner de Glera, un fraile sanjuanista que era vicario de Sena y hombre fundamental en estos años para la gestión tanto de la economía del convento, como de la iniciativa de la reina.
También estaba atenta a encontrar a los maestros constructores, y por eso ordenaba al merino de Zaragoza que buscase expertos lombardos y de la ciudad para la obra en el monasterio, a los que ella pagará el salario debido. (1) En mayo del año siguiente las obras seguían, probablemente con fuertes altibajos derivados de la guerra, que estaba empobreciendo las tierras y a sus hombres.
Aldonza Coronel cautivó a Pedro I cuando fue a la corte en Sevilla a pedirle perdón para su esposo, Alvar Pérez de Guzmán, que había abandonado la hueste y se había marchado al reino de Aragón. La dama era hija de Alfonso Fernández Coronel, el noble que había protagonizado un levantamiento, y había sido ajusticiado en los primeros años de su reinado en la villa de Aguilar. El rey consiguió que saliera del monasterio de Santa Clara, donde se encontraba viviendo con su hermana desde que sus esposos andaban en la guerra de Aragón. La llevó a los aposentos reales de la Torre del Oro y la hizo su amante, mientras María de Padilla se encontraba viviendo en los reales alcázares. Esos amoríos no debieron de durar mucho, pues Pedro volverá de nuevo con María.
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Torre del Oro, Sevilla, torre albarrana almohade, s. XIII,
Por Anual - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=85990347 |
El legado del papa Inocencio VI seguía tratando de poner paz entre los dos reyes, pero su labor era infructuosa, por lo que impuso una tregua de un año entre ellos después de largas conversaciones. Aprovechando esta circunstancia, Enrique de Trastámara encargó a su mayordomo mayor, Pero Carrillo, (el noble que le había acompañado cuando huyó de Sevilla hacia Asturias) que engañara al rey castellano solicitándole el perdón, regresara a su merced y le pidiera algún heredamiento. La idea era liberar a Juana Manuel que continuaba aislada en alguna fortaleza de Castilla, y se la llevara a Aragón con su esposo el conde. El engaño surtió efecto, Pero Carrillo reconoció y acató al rey Pedro, que le dio heredamientos de tierras. Carrillo sobornó a los que guardaban a Juana y con sus hombres la escoltaron hasta tierras de Aragón, donde se encontraría con su marido tras más de un año sin verse. Cuando Pedro conoció la patraña, se enfadó mucho con su hermanastro, que una y otra vez utilizaba artimañas en su relación con él.
Enrique ya había tenido un hijo, Alfonso Enríquez de Castilla, de los varios que tendrá fuera del matrimonio, durante los meses que había huido a Galicia, después a Asturias y finalmente a Francia, mientras que con Juana no había nacido ninguno, lo que no era de extrañar, dado que habían permanecido separados largos periodos de tiempo. Sin embargo, será en el reino de Aragón, donde nazca su primer hijo legítimo, y que luego será rey con el nombre de Juan I. El conde de Trastámara tendrá numerosos bastardos más y seguirá manteniendo relaciones fuera del matrimonio, como más adelante con Beatriz Ponce de León (que era familia suya por parte de su madre Leonor de Guzmán), con Elvira Íñiguez, con Beatriz Fernández, con Juana Cárcamo o con Juana de Sousa, entre otras nobles.
En aquella época las damas aceptaban o tenían que aceptar la existencia de amantes e hijos adulterinos, a veces criados en los mismos palacios junto a los legítimos. Algunas concubinas ocupaban un lugar preponderante en la vida del monarca o magnate, pero en general solían ser varias en el tiempo o simultáneamente, de tal forma que ninguna desbancaba a la esposa legítima, como sí sucedió en los casos de Alfonso XI y Pedro I de Castilla. Pedro I de Portugal actuó de forma diferente, pues aunque fue amante de Inés de Castro durante el matrimonio con Constanza Manuel y nacieron los primeros hijos, aquella estaba fuera de Portugal por mandato del rey Alfonso IV.
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Mosaico con sátiro y ninfa, s. II-III a. C., Museo Arqueológico de Tarento, Italia, fotografía: Fabrizio Garrisi,
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Mosaico_pavimentale_con_Satiro_e_Ninfa,_II-III_sec._-FG.jpg |
El que seguía llamándose conde de Trastámara recibió la noticia de que el rey Pedro I había mandado matar a Fadrique, el maestre de Santiago, en el alcázar de Sevilla. Él había sido quien había incluido a su hermano gemelo en el acuerdo firmado con Pere IV contra su hermanastro, y eso había llegado a conocimiento del rey castellano, por lo que su reacción era consecuencia lógica de la justicia de la época, pues era alta traición.
Mientras, Juana Manuel se encontraba en los últimos meses de su primer embarazo, rodeada de su pequeña corte de damas. Era verano, los últimos días de agosto y hacía calor por las tierras aragonesas cuando se puso de parto, debía de tener alrededor de los veinte años. Fue un varón al que bautizaron con el nombre de Juan, por Juan Manuel y su ilustre y regia genealogía. Su nacimiento significaba para la pareja una gran alegría, porque era el primer objetivo, tener descendencia masculina que perpetuara el linaje, aunque en este caso era cuestionable para aspirar al trono por la bastardía del padre, y será la ascendencia de su madre, Juana Manuel, la que se utilice para la legitimación de la nueva rama de la dinastía.
Tras la muerte de Fadrique, Pedro se marchaba hacia Aguilar de Campoo con la intención de matar a Tello, que se encontraba de caza en los montes cercanos, y fue avisado por un escudero de su servicio. El señor de Vizcaya huyó por Bermeo hacia Bayona. Ante la imposibilidad de capturarle, el rey apresó a su esposa, Juana de Lara.
Su primo Juan, el infante de Aragón, le recordó que le había prometido darle el señorío de Vizcaya, y Pedro le dijo que le haría reconocer por la junta de los vizcaínos, pero estos no quisieron acatarlo como señor, porque la experiencia con Tello no había sido buena, y preferían que su señor fuera el monarca. Entonces varios de los hombres del rey mataron a Juan, pues esa era su intención, porque no había olvidado las traiciones y los cambios de bando que habían realizado él y su hermano Fernando, que ahora estaba en Aragón. Según la crónica su cuerpo fue maltratado y no recibió sepultura. Además de una ejecución, por haber traicionado repetidas veces al rey, las costumbres añadían ensañamiento con los restos del acusado, siguiendo las costumbres de la época.
Aún le quedaban más justicias que ejercer, por lo que mandó a Juan Fernández de Hinestrosa a la villa de Roa a detener a la reina Leonor, madre de los infantes de Aragón, que había apoyado a los rebeldes, y a Isabel de Lara, la esposa del infante Juan. Después de Hinestrosa, llegó Pedro, se apropió de todo lo que tenían las dos damas e hizo que las llevara presas al castillo de Castrojeriz. Ahora las dos hijas de Juan Núñez de Lara estaban retenidas en fortalezas del monarca y con un incierto porvenir.
Notas
(1) Sáinz de la Maza Lasoli, R., El monasterio de Sijena Catálogo de los documentos del Archivo de la Corona de Aragón, 1348–1451 II, docs. 94, 95 y 97. CSIC, Institución Milá y Fontanals. Barcelona, 1998.
El ajusticiamiento de Leonor de Castilla, reina madre de Aragón
Pere IV de Aragón seguía caminos muy sinuosos para obtener sus objetivos. Durante la guerra había mantenido comunicaciones con su hermanastro Fernando hasta ofrecerle recuperar sus posesiones, que había dado a Enrique, y volver a tener el cargo de procurador general del reino, pero no era eso lo que el rey perseguía. El infante, que se había desnaturado dos veces del aragonés, se olvidó de su pleito homenaje al rey castellano, y regresó a su lado. Mientras que el infante Juan estaba enemistado con Fernando, por lo que permaneció en Castilla, con el anhelo de tomar Vizcaya. La reina Leonor vería con disgusto el rechazo entre sus dos hijos; ella, hija de rey, hermana de rey y esposa de rey, deseaba que los dos tuvieran cargos del nivel que les correspondía, así como grandes patrimonios, y como ambos parecían estar consiguiéndolo, no debió de intervenir. Pero nada de eso importaba ya, las ambiciones quedarían eliminadas para siempre, no sabía el futuro que les esperaba en breve a Juan y a ella, y a Fernando más adelante. Poco después de muerto el infante aragonés, Pedro I de Castilla hizo ajusticiar a su tía, por su compromiso con los rebeldes. De su otro primo, no sería necesario que se ocupara él, ya lo haría otro familiar más cercano.
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Castillo de Castrojeriz, Burgos, s. XII sobre restos romanos y árabes,
Por Rodelar - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27635176 |
Al ser trasladada al castillo de Castrojeriz junto con su nuera Isabel de Lara, Leonor fue consciente de que se avecinaban malos tiempos, tal vez no tanto como la muerte. Sin embargo era una mujer valiente y fuerte, cuyo carácter se había forjado en numerosas adversidades a lo largo de su vida, y cuando enfrentó su final lo haría sin miedo. La que había sido reina de Aragón tenía cincuenta y un años, una edad avanzada para una mujer en aquella época. Había soportado durante años la inquina y persecución de su hijastro Pere IV de Aragón, que nunca la aceptó como segunda esposa de su padre, ni la presencia y dotación de sus hijos. Ahora su sobrino, hijo de su muy admirado hermano Alfonso, iba a acabar con su vida.
Es, probablemente, la única reina que dispone de tres posibles enterramientos, pues tres ciudades se disputan la presencia de su tumba. Esta se ubica en los lugares que fueron hitos en su vida. Se afirma que sus restos yacen en la iglesia de la virgen del Manzano de Castrojeriz, donde fue ajusticiada. Es un bello sepulcro de mármol con la efigie de la reina en su tapa, que hoy se encuentra en el baptisterio de la iglesia fundada por la reina Berenguela de Castilla en el siglo XIII.
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Sepulcro de Leonor de Castilla, reina de Aragón, mármol, s. XIV, iglesia de Nuestra Señora del Manzano, Castrojeriz, Burgos,
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En el monasterio cisterciense de las Huelgas de Burgos, en la nave de la epístola, existe un enterramiento que albergaría su cadáver, por ser infanta de Castilla, hija de los reyes Fernando IV y Constanza de Portugal. Y, por último, en la Seu vella de Lérida hay una urna en la que se afirma que está junto a los restos de su esposo el rey Alfons IV de Aragón y de su hijo primogénito, el infante Fernando. Aquí se encontraría por ser reina de Aragón. Así su recuerdo está repartido como reina, como infanta, y en el lugar de su muerte.
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Sepulcro de Alfons IV de Aragón, su esposa Leonor de Castilla y su hijo Fernando, infante de Aragón, catedral vieja de Lérida,
Por Tantarantana - realització pròpia / self-made, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3692662 |
Cuando Pere IV de Aragón conoció las muertes de su hermanastro Juan en Bilbao, y de su madrastra la reina Leonor en el castillo de Castrojeriz, se cumplió un deseo muy antiguo anidado en su corazón desde la niñez, por el odio que había sentido hacia ella y sus hijos. Actualmente tenía a su lado a Fernando, porque le convenía, y al que asombrosamente había recibido con aparente cariño, besos y abrazos, y le aseguró que no le pondría en prisión ni haría daño o muerte. Ambos juraron e hicieron pleito homenaje de cumplir todo lo que habían acordado.
La infanta María de Portugal, su esposa, se trasladó a Aragón, era una nueva tierra para ella, conocía los problemas que, tanto Fernando como su hermano y su madre habían tenido siempre con el rey Pere IV, pero ahora parecía que se iniciaba una nueva etapa de concordia entre ellos. Además Castilla se les había hecho cada vez más inhóspita, con la violencia desatada entre los nobles y el rey. Aquí podría alojarse en las casas que tenía su esposo en distintas ciudades y villas, ya fuera en Aragón, Cataluña o Valencia. El rey Pere era familia de María, pues su abuelo Jaime II era hermano de Isabel de Aragón la bisabuela de la infanta, y además Constanza Manuel madre de María era hija de Constanza de Aragón, hermana de Alfons IV, padre de Pere; y Leonor, reina madre de Aragón, tía de María había sido esposa del rey. Lazos de sangre complejos que podían unirlos, si las circunstancias discurrían bien. Tanto el rey Pere como la reina Leonor de Sicilia les recibieron con gran cortesía y amabilidad.
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El papa Gregorio XI coronado por Guy de Boulogne, cardenal obispo de Porto-Santa Rufina en esa fecha, miniatura, Crónicas de Jean Froissart, s. XIV-XV, por ilustrador del s. XV, Trabajo propio para JPS68, Dominio público,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=9096929 |
Desde Aviñón, el papa conocía la situación, y no podía abandonar a Castilla en guerra con Aragón, con sus dos reyes enzarzados en una disputa que parecía personal, con Pedro I excomulgado y el reino en entredicho. Pero durante el año 1358, Inocencio VI no tomó ninguna medida más con él. A pesar de su fe en que Dios podía hacerle cambiar en cualquier momento, tendría sus dudas humanas sobre la terquedad del rey castellano. Hasta que decidió enviar a un legado de mayor nivel, Guy de Boulogne, con el objetivo de conseguir la paz entre los reinos y de remediar la situación de Blanca. El prestigioso obispo de Porto-Santa Rufina, Guy de Boulogne, tampoco obtuvo ningún resultado con los reyes, ambos eran obstinados y vengativos, y se apreciaba el aborrecimiento entre ellos. Además el legado observó que, tanto Fernando marqués de Tortosa, hermanastro del rey de Aragón, como Enrique y Tello, hermanastros de Pedro I entorpecían las conversaciones de concordia, porque estaban más interesados en mantener la guerra por sus propios intereses.
Pedro era irreductible, sólo la muerte le alejaría de esa actitud. En ningún momento había considerado la posibilidad de volver con Blanca de Borbón y dejar a María de Padilla, que fue la mujer que más amó, a pesar de sus pasiones momentáneas por Juana de Castro, Aldonza Coronel, Teresa de Ayala o María González de Hinestrosa, que una vez satisfechas había abandonado.
De las hijas de Juan Núñez de Lara que estaban presas, Juana, esposa de Tello, fue enviada al castillo de Almodóvar del Río, y según la crónica fue muerta unos días después en Sevilla. Sobre ella queda una interrogante no resuelta, pues tras el asesinato del rey Pedro, aparecerá una Juana de Lara que reclamará la herencia de la casa de Lara, y no hay información suficiente para saber si era una impostora o era ella que estaba viva.
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Alcázar, Jerez de la Frontera, Cádiz, s. XII, almohade,
Por Diego Delso, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=45816166 |
La reina Blanca fue trasladada desde Sigüenza al castillo de Jerez de la Frontera, porque en Sigüenza, dada su cercanía a la frontera con Aragón, podía ser liberada. Aunque ya estaba olvidada de todos los que aparentemente la defendieron y utilizaron su causa. Alejarla del centro de Castilla también servía para que fuera menos accesible y distanciarla en la memoria.
El papa había escrito en numerosas ocasiones solicitando su apoyo y ayuda para ella a Enrique de Trastámara, a Fadrique, como maestre de Santiago, a Diego García de Padilla, como maestre de Calatrava y a Juan Fernández Hinestrosa por su influencia sobre el rey, pero era evidente que a ninguno le interesaba la situación de Blanca de Borbón. Precisamente en esas fechas, Inocencio VI escribía al rey insistiendo en la necesidad de regresar junto a su esposa, porque tenía obligación como soberano de tener un heredero, pero nada servía para cambiar a Pedro I.
En cuanto a Isabel de Lara la esposa de Juan, el infante de Aragón, acabó siendo llevada también al mismo alcázar, donde poco después, la crónica recoge que allí falleció, aunque deja caer la frase, “(…) é dicen que por mandado del Rey le fueron dadas yerbas.” (1) Ya hemos señalado que la frase de: “dar yerbas”, es decir, “envenenar”, era muy fácil de utilizar sin pruebas, y López de Ayala la usa varias veces para achacarle la muerte al rey Pedro I, con la vaguedad de: “dicen”, apartándose de la responsabilidad de dar esa información.
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Torre del homenaje del alcázar de Jerez de la Frontera, Cádiz, donde posiblemente se encontraría la estancia que compartían Blanca de Borbón e Isabel de Lara,
https://www.jerez.es/webs-municipales/conjunto-monumental-del-alcazar |
Pedro se dirigió a Tordesillas, donde se encontraba María de Padilla, embarazada de nuevo, y aposentada en el hermoso palacio construido para ella. Después de ver cómo estaba, partió a Sevilla, y cuando recibió la noticia de que María había dado a luz un niño, regresó de inmediato a su lado. Allí nació su primer hijo varón, al que pondrían Alfonso, en honor de su abuelo, onceno de ese nombre. María estaba muy agotada, pero contenta de que fuera un varón.
En Aragón Pedro I había dejado sus ejércitos al mando de Juan Fernández Hinestrosa, Fernando de Castro y otros nobles. Hubo una batalla en Araviana, cerca del Moncayo, donde los castellanos fueron derrotados y murió Fernández de Hinestrosa. Aquella muerte y la pérdida de una contienda en la que superaban en número a los aragoneses, provocó las iras del rey, que se dedicó a buscar quiénes habían sido los responsables. Y es que la reacción de parte del ejército castellano había sido muy lenta y no había acudido a tiempo a apoyar a Hinestrosa. Para sustituirle mandó a Gutier Fernández de Toledo, su repostero mayor, hermano del arzobispo de esa ciudad, Vasco Fernández de Toledo. Además el noble toledano fue como procurador a las conversaciones de paz que intermediaba el legado papal.
El rey tenía encarcelados en la gran fortaleza de Carmona a sus hermanastros menores, Juan y Pedro, los últimos hijos de Alfonso XI y Leonor de Guzmán, de los que se sabe muy poco. La única información que tenemos es la de Pedro López de Ayala, por lo que no podemos contrastarla.
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Ágreda, Soria, al fondo el Moncayo,en tierras cercanas se dio la batalla de Araviana, en la que murió Juan Fernández de Hinestrosa y perdieron los castellanos, Por LBM1948 - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=80201992 |
Tal vez fue por el odio acumulado hacia sus hermanos mayores, Enrique de Trastámara y Tello, que le habían traicionado y engañado repetidamente, por lo que tomó aquella decisión arbitraria e impropia de un soberano. Pedro no era un rey caballero, entonces se podían contar con los dedos de una mano los grandes nobles verdaderos caballeros, y en cuanto a los monarcas ya no había ni habrá en Castilla ninguno que lo sea. Mandó que los mataran, que sepamos no le habían causado problemas. Según la crónica, Juan tenía diecinueve años y Pedro catorce. No era justicia, sino venganza sobre Enrique y Tello. Estas muertes innecesarias serán motivo de deshonra e indignidad para Pedro I.
La victoria de Araviana atrajo más desertores de Castilla e hizo crecer la seguridad de Enrique de Trastámara, que pidió apoyo a Pere IV para acabar la guerra. El rey aragonés escuchó las diversas opiniones, porque había quienes consideraban que era el infante Fernando de Aragón el que tenía que acometer aquella empresa, él era nieto legítimo de Fernando IV de Castilla, mientra que Enrique era un bastardo. Entonces se vieron las verdaderas intenciones de este, porque afirmó que no seguiría a nadie para entrar en Castilla que mandase el ejército como superior a él. Pere IV al ver la falta de acuerdo y unidad entre ellos no adoptó ninguna medida inmediata. Enrique y Fernando habían iniciado una guerra personal por la corona, se miraban con inquina, el primero porque sabía que su primo era el heredero y sucesor tras Pedro I, y Fernando porque veía que el conde tenía cada vez más gente de armas a su alrededor y además sabía que el rey aragonés le proveía de dinero y de hombres.
No sabemos si Juana Manuel y María de Portugal y Manuel, tía y sobrina, ambas viviendo en el reino de Aragón, habían mantenido alguna relación, pues el tiempo que María había pasado en Castilla las había unido y despertado sus sentimientos familiares, el recuerdo de Juan Manuel, de su riqueza y poder y de sus escritos, que la infanta portuguesa había leído después de fallecida su madre. Ahora las circunstancias las separaban, porque sus esposos estaban enfrentados por la misma aspiración, conseguir el trono de Castilla. La actitud cambiante del infante no le había favorecido en ninguno de los reinos en los que podría haber prosperado. Su oportunismo le conducía al fracaso y afectaba directamente a su esposa, que tendrá que sufrir los cambios, las alteraciones y el desasosiego que implicaba ese comportamiento, y que además le perjudicará en las relaciones con la casa real aragonesa.
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Perséfone y Hades en su trono, de un pínax de la antigua ciudad de Locros Epicefirios, Santuario de Perséfone en Locri, que formaba parte de la magna Grecia, en Calabria, Italia,
Por AlMare - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1773283 |
Gutier Fernández de Toledo, al ver que las conversaciones de paz no avanzaban, tomó una iniciativa sin consultar con el rey, lo que más tarde le provocaría graves problemas con él. Envió a uno de sus caballeros a ver al infante Fernando de Aragón ofreciéndole el perdón del rey si regresaba a su merced. Trataba así de dividir las fuerzas de Enrique de Trastámara y de Fernando de Aragón, porque había comprobado que ambos ambicionaban lo mismo, la corona de Castilla, y estaban en franca hostilidad. El infante se negó a regresar al servicio de Pedro I, y Gutier Fernández se encontró con que su propuesta se volverá contra él.
Era un tiempo muy revuelto, sin sosiego, Pedro I tenía una energía desbordante, debía de ser fuerte, a menudo hacía larguísimas cabalgadas para llegar a un lugar rápidamente por algún asunto que le inquietaba o para sorprender a sus enemigos. Tuvo noticias de que Enrique de Trastámara había entrado en Nájera, en Miranda y otros lugares de aquella zona y había provocado matanzas de judíos. Entonces él acabó con los que, desde Castilla, mantenían contactos con el conde, y dudaba de su lealtad. La muerte con su guadaña se paseaba por Castilla, y ahora no era sólo la peste su compañera, sino sus propios hombres, aliados con aquella.
Con su entrada en el norte de Castilla, Enrique tenía la intención de hacerse con esas tierras, y abarcar el señorío de Vizcaya, uniéndose después al foco de rebeldía de León. Tello le acompañaba y se les había añadido su hermano Sancho. Tello era un individuo de conducta tortuosa y sin escrúpulos. L. V. Díaz Martín, que estudió profundamente el reinado de Pedro y su época, no dudaba en señalarle de “figura repulsiva”, y que estaba presente en los conflictos, “(…) por sus continuas maquinaciones y artero comportamiento.” (2) No es que Enrique fuera un caballero y un ejemplo, tampoco tenía escrúpulos, y su conducta a menudo era despreciable, pero Tello era aún peor. Por eso no se fiaba de él y en más de una ocasión enviará a su lado, hombres de su confianza para vigilarlo y neutralizar sus acciones.
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El espíritu guerrero, bronce, 1928, iglesia de San Nicolás, Kiel, Alemania, Ersnt Barlach,
By I, VollwertBIT, CC BY-SA 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2351498 |
Tello y Enrique de Trastámara se traicionaban con la misma facilidad que lo hacían con Pedro I, no había entre ellos una relación de amor y confianza, por eso se espiaban temiendo cualquier acechanza el uno del otro. En este momento Tello mandó a uno de sus escuderos al rey castellano diciéndole que quería volver a su merced y con él otros caballeros. Pero su hermano Enrique se enteró de su maniobra, y sin decirle nada directamente, le hizo volver al reino de Aragón para pedir más ayuda a Pere IV. Le mandó acompañado de caballeros de los que se fiaba para que le tuvieran controlado.
Notas
(1) López de Ayala, P., Crónica de los reyes de Castilla, rey don Pedro, Tomo I, p. 273, Madrid, 1769.
(2) Díaz Martín, L. V., Don Tello, señor de Aguilar y de Vizcaya (1337–1370) p. 271, Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, n.º 47, 1982.
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