07 junio 2025

3. María de Lusignan, princesa de Chipre, reina de Aragón.

 

La boda de María de Lusignan, princesa de Chipre, con Jaime II, rey de Aragón

Catedral de Gerona, noviembre de 1315


Al mismo tiempo que Jaime II negociaba el matrimonio de su hija Isabel con el duque de Austria, inició los acuerdos de su propia boda con una princesa de Chipre. Ya había pensado en contraer nueva nupcias, su objetivo era el de siempre: una esposa joven y bella que le diera hijos, a pesar de que él ya tenía cuarenta y cuatro años, y facilitara acuerdos y contactos provechosos para su reino. El Mediterráneo oriental tenía dos atractivos, asegurar el comercio de los mercaderes catalanes y mantener la presencia cristiana en Tierra Santa y su entorno. Los tratos para el convenio de enlace con una hermana del rey de Chipre comenzaron en 1311, y en la primavera de 1314 se firmaba en Valencia. En agosto el castellán de Amposta (de la Orden del Hospital) marchaba a Nicosia a buscar a la novia y entregarle el anillo de compromiso, que le puso el obispo de Rodas ante todos los prelados y la corte en pleno. Tras esta ceremonia el monarca dio un magnífico banquete. (1)

Y como su relación con la Orden de San Juan del Hospital era estrecha: “Ciertos hospitalarios catalanes influyentes efectuaron las negociaciones del matrimonio de Jaime en 1315 con una princesa chipriota, María de Lusignan; el Hospital incluso garantizó la dote, probablemente con la esperanza de que el nacimiento de un hijo le diera a Aragón la reversión de las coronas de Chipre y Jerusalén e implicara así permanentemente la fuerza aragonesa en un área donde podría sostener el Hospital. Jaime, sin embargo, perdió interés en el Levante incluso antes de que María muriera, sin hijos, en 1322.” (2)

La novia venía acompañada por un numeroso grupo de notables del reino, y por su prima Isabel de Ibelín, hija de un hermano de su madre la reina, que iba a casarse con el infante Fernando de Mallorca, hijo del rey de Mallorca, familia de los reyes de Aragón. El joven era príncipe de Acaya (también llamada Morea) al sur del Peloponeso. Allí recibió las cuatro galeras que traían a su prometida y a María de Lusiñán con su séquito. La boda se llevó a cabo en Glarentza, donde además, Fernando de Mallorca dio un gran banquete y se hicieron festejos.


Restos del castillo de Glarentsa, principado de Acaya o Morea, hoy cerca de Kyllini, Grecia, donde arribaron las cuatro galeras de María de Lusignan, para la boda de su prima Isabel de Ibelín con Fernando de Mallorca, s. XIV, continuando viaje para su matrimonio con Jaime II. De Robert Wallace - Flickr, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2568194

Por el itinerario de Jaime II se comprueba que desde mayo de 1315 se encontraba en el Palacio Real Mayor de Barcelona, sólo del 26 al 30 de noviembre no aparece allí, ni hay documentos firmados por él. (3) Se trata del viaje a Gerona, a donde ya se dirigía María de Lusignan, acompañada por Balduino, obispo de Famagusta, del gobernador de Pafos, y otros nobles de la isla. Las naves fueron arribando en Morea, Sicilia, Cerdeña, Menorca y desembarcaron en Marsella, para continuar hasta las tierras del Ampurdán. (4)

En Gerona el rey regalaba a la novia una corona de oro de nueve piezas, adornada con numerosas piedras preciosas: rubíes, esmeraldas, zafiros y perlas. Debía de ser una joya magnífica, acorde con la presentación de la nueva reina. También le dio para la vestidura del paramento de su cama unas cortinas con el escudo real y el sobrecielo, ambos forrados de lino verde; dos escudillas grandes de porcelana con el signo real; y dos grandes alfombras. (5) 

 

Ara románica de alabastro, s. XI, de la catedral de Gerona, en la que se celebró el matrimonio entre María de Lusignan y el rey Jaime II de Aragón, en noviembre de 1315.

                         https://www.artmedieval.net/castella/elements%20catedral%20gi.htm


La boda se celebró en uno de esos días finales de noviembre en la capilla mayor de la catedral, frente a una hermosa ara de mármol labrado, que tenía de fondo un bello frontal románico de alabastro, (fue arrebatado por las tropas napoleónicas). La novia vestía las lujosas ropas que se tejían en su tierra, los perfumes orientales que llegaban a la isla, y las ricas joyas de la casa de Lusignan. Debía de ofrecer una imagen deslumbrante.

Pero María también traía consigo los recuerdos de Chipre que eran turbulentos: en la propia corte con los sucesos de su familia, en un entorno geográfico disputado entre linajes nobles cristianos, con luchas por el comercio entre genoveses, venecianos, catalanes, franceses y otros, porque la isla se había convertido en un centro comercial muy importante tras la caída de Acre. Y estaba amenazada por los otomanos y los mamelucos de Egipto. Los asesinatos y contiendas eran habituales en el Mediterráneo oriental. De niña vivió, al año de ser coronado, la muerte de su hermano Juan I, un joven de dieciocho años primogénito de la casa, y se presumía que había sido envenenado. Le sucedió Enrique de quince años, otro de sus hermanos mayores.

Más adelante en 1306, Amaury señor de Tiro, el siguiente al rey en edad, se puso de acuerdo con Aimery, un hermano menor, algunos nobles y el apoyo del gran maestre de los templarios para apartarle del poder, porque le acusaba de inacción ante los muchos problemas existentes, además de estar enfermo de epilepsia, lo que le impedía ejercer su cargo. Enrique se retiró a Strovolos, un palacio rodeado de jardines al sur de Nicosia, mientras Amaury se nombró gobernador, fue jurado por nobles y vasallos y tomó posesión de ciudades y castillos, poco después desterró a su hermano el rey a Armenia de Cilicia. 

 

 

Enrique II de Lusignan, rey de Chipre y hermano de María de Lusignan. De Кардам - http://4.bp.blogspot.com/-EJeOnxwIEjI/TV-WVty9e9I/AAAAAAAAJEc/cMuMh32m28I/s1600/henry-ii-king-cyprus.jpg, CC0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=26985150

La reina madre apoyaba incondicionalmente a su hijo mayor, y probablemente María y su hermana menor tenían la misma postura e igual preocupación por él, porque habían estado muy unidos. Isabel de Ibelín, que era una mujer fuerte y con iniciativa a pesar de sus casi sesenta y cinco años, se quejaba de la situación con mucho dolor, porque temía que lo maltrataran y mataran. “Durante todo este proceso la reina hizo grandes lamentaciones, llorando como si el rey estuviera muerto, rogando a todos que no le hicieran daño, y maldiciendo a sus otros dos hijos, los autores de todo el mal.” (6)

En 1310, poco antes de las negociaciones de la boda de María, Amaury fue asesinado, Aimery intentó continuar con el gobierno de la isla, pero Enrique regresaba a Nicosia para reinar de nuevo y Aimery fue encarcelado. Existía la sospecha de que Enrique había participado en la maquinación. Ahora, toda esas vivencias quedaban atrás.

En diciembre los esposos ya estaban en el Palacio Real Mayor de Barcelona, y en Navidades el rey la obsequiaba con tres tapices de Trípoli; una cortina de seda roja con listas de oro y orlas de seda blanca forrada de tejido de lino azul; y otra cortina de seda negra y los mismos adornos y otros ricos tejidos. Pocos días después era una vajilla de plata. (7) 

 

Palacio Real Mayor de Barcelona, residencia de los reyes de la Corona de Aragón, Plaza del rey, Barcelona.

De Catalan Art & Architecture Gallery (Josep Bracons) from Barcelona, Catalonia - Barcelona. Plaça del Rei, CC BY-SA 2.0,

                             https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=44169144


Cuando María llegó a la corte sólo quedaba una de las hijas de Jaime, Violante. que tenía cinco años y entonces se encontraba en Huesca. También se criaba en palacio, en espera de casarse con el infante primogénito, la infanta castellana Leonor que tendría unos ocho años. Esas dos niñas serán las que más la acompañen.

La infanta Leonor de Castilla se adaptaba bien a su nueva tierra. Se educaba junto a Violante, a la que al principio por la diferencia de edad vería crecer, y luego empezaron a compartir enseñanzas y juegos. Esta buena relación de infancia se mantendrá a lo largo de sus vidas. Su cuidadora, Violante de Grecia, vigilaba su educación y les enseñaba a leer, recitar, a coser, bordar y tejer tapices, además de la forma de comportarse en la corte, pues ambas estaban destinadas a ser reinas en el futuro. Leonor se acomodó a su nuevo hogar, la casa real era austera, pero el clima era mucho más benigno que el de Castilla. Aprendió pronto a hablar catalán, porque no había demasiada diferencia con el castellano, y más adelante el latín necesario para las oraciones y la misa. A veces se encontraban en la misma residencia, y compartían ciertas actividades con los infantes, como la formación religiosa, la asistencia a misa o las comidas, por lo que iba conociendo tanto a Jaime, su futuro marido, como a Alfons. El primogénito entonces era un niño normal y de buen talante, aunque un poco tímido.

De la reina María no hay registro de cartas, aunque seguramente mantendría correspondencia con su madre Isabel de Ibelin, y con su hermano Enrique de Lusignan. De la gestión de las posesiones que el rey le diera en arras, se ocupaba un oficial de la casa real. Hay poca información, y los autores que se refieren a ella lo hacen destacando aspectos negativos en su relación de pareja. E. L. Miron, sin embargo, escribe de ella con exquisito tacto y pone de relieve que: “Abundan los indicios de que Jaime ocupado de asuntos de Estado, se interesaba por la felicidad de su esposa, como se deduce del hecho recogido en la correspondencia real de 1316. El 5 de enero de ese año escribe a Violante de Ayerbe (o de Grecia), hija de la emperatriz de Constantinopla que se encargaba de los hijos de la difunta reina Blanca, para que llevara a la pequeña Violante que residía en Huesca, a Tortosa donde residía la corte, para que fuese compañía de la reina.” (8) Efectivamente, la infanta Violante será como una hija para María y su mejor apoyo emocional. Cuando fallezca le dejará numerosos objetos en su testamento. 

 

Castillo de la Suda, Tortosa, Tarragona, donde la reina, María de Lusignan, se aposentaba muy a menudo en las estancias del palacio dedicadas a la familia real de la Corona de Aragón. De Manel Zaera - Castell de la Suda, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2773802

Jaime siguió haciendo regalos a su esposa en los meses siguientes a la boda, como las vestiduras y ornamentos para su capilla, y más adelante tres libros religiosos y escudillas de porcelana. Y ya en 1317, un Thesaurus y un Psalterium, y María, por su parte, obsequiaba a sus hijastros. Asistió con sofoco a la boda del heredero con la infanta Leonor, y cómo escapó dejando plantada a la esposa. Mes y medio después, el infante a través de varios de sus oficiales entregaba a la Cámara real numerosos objetos entre los que se encontraban dos obsequios de la reina: una bolsa de hilo de oro y seda, y una toalla de lino trabajada con hilos de oro y seda, (seguramente obras suntuosas de tejedores y artesanos chipriotas). (9)

El tiempo pasaba y María no concebía hijos, lo que para ella sería una situación desagradable, y decepcionante para Jaime II, que se había casado para que su descendiente ocupara el trono de Chipre y controlar así el Mediterráneo oriental. Como era habitual en él, un objetivo político. Largas temporadas estaba en el castillo de Tortosa o en el Palacio Real Mayor de Barcelona porque su esposo marchaba a Valencia, a Zaragoza o a otras ciudades del reino en su constante itinerancia.

Aunque a primera vista pueda parecer que la reina tuvo una existencia triste y solitaria, sobre todo porque Jaime II la abandonó y prácticamente no vivía con ella, hay que mirar otros aspectos de su estancia entre Tortosa y Barcelona. Es muy probable que ambas ciudades y la corte catalanoaragonesa le parecieran un oasis de paz y armonía, donde la relaciones de la familia, tanto cercana como más lejana, eran fluidas y respetuosas. Había visto cómo el infante Jaime había ido separándose cada vez más de la corte, con un carácter huraño y desobedeciendo a su padre, pero era una actitud aislada. Aquí no había luchas por el trono, ni muertes prematuras y sospechosas ni el impacto de las cercanas contiendas. Además, la presencia de las pequeñas infantas le proporcionaban una calidez hogareña.  

 

 

Claustro del Monasterio de Santa Clara de Tortosa. La reina María de Lusignan mantuvo gran relación con sus monjas y las ayudó en varias ocasiones. https://www.monestirs.cat/monst/bebre/cbe13clar.htm

Por otro lado, dada su intensa religiosidad, María había logrado un ambiente espiritual amable a su alrededor. Tenía confesores franciscanos, Belagnario (¿Berengario?) Vasconis y Arnulfo, mantenía una protectora y cercana relación con las clarisas de Barcelona y con las de Tortosa, y es posible que, según el historiador N. Jaspert, estuviera rodeada de una comunidad semireligiosa femenina, porque en su testamento dona 2000 bezantes a una tal soror Fina. (10) En Cataluña, como en otras zonas de la península, había grupos de mujeres que, sin ingresar en una orden religiosa, se reunían en comunidad para seguir una vida de oración y de ayuda a los más necesitados, podían ser las llamadas donadas o beatas.

El rey estaba cada vez más distante, enojado porque la consideraba mayor, aunque él ya lo era para aquella época, cuando se casaron tenía cuarenta y ocho años, de María se desconoce la edad exacta, podía tener alrededor de treinta y seis. Pero entonces, aparte de la lógica mayor fertilidad de la mujeres más jóvenes, siempre se achacaba la falta de hijos a la mujer y nunca al hombre, aunque fuera mayor o también pudiera ser estéril.

En abril de 1321 algunos judíos de Barcelona se pelearon con sus servidores, y los maltrataron e insultaron. Jaime II se encontraba en Valencia. Las autoridades de la ciudad no hicieron nada para castigarlos, y ella se sintió muy dolida. Ya había enfermado en Tortosa y estos hechos la afectaron mucho. (11) Una de la últimas referencias a ella data del 10 de diciembre de 1321, cuando el rey le mandaba un ara de altar de piedra de varios colores y adornada de plata, para su capilla. Regalos materiales, pero frialdad emocional, ni cercanía ni cariño. 

 

 

Escudo de la reina María de Lusignan, https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Arms_of_Marie_of_Lusignan,_Queen_of_Aragon.svg

María de Lusignan falleció el 13 de septiembre de 1322 en el castillo de Tortosa, mientras el rey residía en Barcelona. El 22 lo comunicaba a Enrique II de Chipre, hermano de la reina, y a su madre Isabel de Ibelin, y añadía que sus doncellas y algunos sirvientes que ella mandaba libertar en su testamento, regresaban a Chipre, y les pedía que los recibieran benignamente. La infanta Violante fue quien más sintió su muerte, porque había sido una madre para ella. Precisamente en ese año, cumplía doce años, y su padre había comenzado a negociar su matrimonio con el rey de Francia, que se decidió por otra novia.

Jaime II, como otros reyes y grandes señores, empezó las gestiones para casarse de nuevo, y la elegida fue una dama catalana de la importante familia de los Montcada. Inmediatamente pidió dispensa al papa y a los tres meses de la muerte de María de Lusignan, el día de Navidad se casó con Elisenda de Montcada en Tarragona, ella tenía treinta años y él cincuenta y cinco, y tampoco tuvieron descendencia. Jaime se encontraba enfermo, y no se desplazarán de esa ciudad hasta el día de Reyes en que regresarán por Tortosa a Barcelona. Desde su boda y en los primeros meses del año, Jaime le hará una larguísima relación de regalos, anotados en varias páginas, (12) y que incluían desde tapices, vestiduras para el paramento de la cama, piezas de tejidos de seda y oro, numerosas piedras preciosas, joyas de oro, camafeos, perlas, ornamentos para su capilla, libros religiosos y reliquias.  

 

Detalle de la tumba de Elisenda de Montcada, como reina de la Corona de Aragón, en el Monasterio de Pedralbes, Barcelona, fundado y dotado por ella en 1326. A la muerte del rey Jaime II, se retiró al palacio adyacente al monasterio. De Tantarantana - realització pròpia / self-made, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3692492

Las hermanas Constanza y María eran muy diferentes de carácter. María, decidida y con fuerte personalidad, participaba en la vida de la corte castellana apoyando a Pedro en el tiempo de las tutorías, y le acompañaba en las campañas contra Granada. Se quedaba en la retaguardia, en la ciudad de Córdoba para enviarle ayuda si le era necesaria, y esperándole para regresar juntos a Castilla. A pesar de ser un matrimonio acordado e impuesto a los jóvenes, parece que la pareja se llevaba bien, los dos eran entusiastas, resolutivos y con gran iniciativa.

En la expedición del verano siguiente en 1312, que Pedro asedió Alcaudete, en la frontera con Granada, es muy probable que María le acompañara y se quedara en Jaén, donde también acudió la reina de Castilla, Constanza de Portugal, para aguardar al rey Fernando IV. María era menor que ella casi nueve años, pero se llevaban bien, era su prima y tenía un carácter más dulce que la reina madre, aunque era recelosa por su situación en la corte. Asistiría al duelo por el fallecimiento de Fernando e iría en la comitiva que llevó el cadáver del monarca a enterrar en Córdoba.

Por su parte, su hermana la infanta Constanza que era un poco más pequeña, encerrada desde los seis años en el castillo de Villena con su aya Saurina, no había podido desarrollar su carácter de forma libre y con interacción con hermanos y la familia real. Y después, al lado de un hombre mucho mayor que ella, altivo y orgulloso, llevaría una vida muy familiar circunscrita a sus obligaciones en los castillos del marido y ajena a las maquinaciones de este en la corte. Aunque con el tiempo se hizo más firme, y tuvo que intervenir y pedir el apoyo de su padre ante las disensiones de Juan Manuel, a veces con el infante Pedro, y otras con su hermano, el infante Juan de Aragón, que fue arzobispo de Toledo desde 1319 hasta 1328.  

 

Castillo de Játiva, Valencia. De Manuel pino, CC BY-SA 3.0,

                                  https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=55205595


 

Poco después, en su cumpleaños en abril de 1312 pudo por fin salir de Villena. Vinieron a por ella sus hermanos mayores, Jaime y Alfons, para llevarla a Játiva. Al día siguiente el rey Jaime y Juan Manuel salieron a su encuentro y la acompañaron hasta el templo. También asistieron sus hermanos Juan y Pedro. Les casó el obispo de Tortosa, en la iglesia mayor de Santa María de Játiva, antigua mezquita mayor, que el rey Jaime I de Aragón, bisabuelo de la infanta Constanza, había mandado purificar y convertir en iglesia cristiana cuando conquistó la ciudad.

Ella vistió un brial color azul oscuro de terciopelo con guarniciones de hermosas tiras bordadas, de mangas anchas por la embocadura, y una camisa blanca de seda que asomaba con el escote y las mangas. El cabello adornado por una guirnalda de la que caía un pequeño velo de cendal blanco transparente. Juan Manuel llevaba un pellote color amarillo con remates de bordado en oro, y forrado de piel, por las aberturas laterales podía verse una jaqueta de seda verde oscura. En la cabeza portaba un birrete negro y oro.

Fueron unos días de gran alborozo para la infanta, aunque en seguida se marchaban los ya esposos, pues poco después estaban en Chinchilla, desde donde su aya Saurina de Beziers, que seguirá con ella, escribía al rey Jaime sobre la salud y alegría de la joven a quien su marido había regalado telas de oro y plata traídas desde Burgos. (13)


Notas


(1) Miron, E. L., The queens of Aragon, Their lives and times, p. 150, Londres. 1913.

(2) Luttrell, A., The Hospitallers at Rhodes, 1306 – 1421, en A History of the Crusades, edit. gral., Kenneth M. Setton, vol. III, pp. 287 y 288, edit.: Harry W. Hazard. Londres, 1975.

(3) del Estal, J. M., Itinerario de don Jaime II de Aragón, (1291 a 1327) p. 491, Fuentes históricas aragonesas, 47, Zaragoza, 2009.

(4) Zurita, Jerónimo, Anales de la Corona de Aragón, Libro VI, cap. XVIII, p. 39, Ed. Canellas López, A., Ed. electrónica Iso, J. J., Coord. Yagüe, M. I. y Rivero, P., 2003, Libros en red. https://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/2448

(5) Martínez Ferrando, J. E., La Cámara Real en el reinado de Jaime II (1291-1327) Relaciones de entradas y salidas de objetos artísticos, docs. 73 y 74, Anales y Boletín de los Museos de Arte de Barcelona, vol. XI, Años 1953 – 1954, Ayuntamiento de Barcelona.

(6) Hill, George F., A history of Cyprus, vol. 2, p. 222, Cambridge Library Colletion, 2010, https://books.google.es/books

(7) Martínez Ferrando, J. E., Op. cit. Docs. 75 y 76.

(8) Miron, E. L., Op. cit. p. 153.

(9) Martínez Ferrando, J. E. Op. cit., docs. 82, 83, 85 y 109.

(10) Jaspert, Nikolas, y Just, Imke, Testaments, burials and betquets: Tracing the “Franciscanism” of aragonese queens and princesses. p. 110, en Queens, Princesses and Mendicants. Close Relations in a European Perspective, Münster, Berlín, 2019. https://www.academia.edu/94370586

(11) Miron, E. L. Op. cit., p. 155.

(12) Martínez Ferrando, J. E. Op. cit., doc. 123, 124, 125, 126, 128, 129, 132 y 133.

(13) Giménez Soler, A., Don Juan Manuel, biografía y estudio crítico. Doc. CCXL, Zaragoza, 1932.


Revueltas en Castilla


El 7 de septiembre de aquel año de 1312, de forma inesperada, falleció el rey Fernando IV, y comenzó un continuo enfrentamiento de violencia armada entre los aspirantes a ser tutor, y que duró todo el tiempo de la minoría. El nuevo monarca, Alfonso XI, era un niño de trece meses, por lo que el reino estaba sin gobierno efectivo, pues los infantes y los grandes nobles, querían detentar el poder. La reina Constanza, madre del pequeño, era la que podía requerir su custodia y oscilaba de opinión apoyando a un bando u otro, aunque su muerte, un año después de la de Fernando, dejó a la reina madre María de Molina, abuela del rey menor, como su más directa referencia familiar. Quería preservar la corona de su nieto y el reino unido y en paz. 

 

 

María de Molina presenta a su hijo Fernando IV de Castilla en las Cortes de Valladolid, óleo sobre lienzo, 1863, Antonio Gisbert Pérez, Congreso de los Diputados. Archivo del Congreso de los Diputados, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27536408

Juan Manuel había sido levantisco y rebelde en tiempos de Fernando IV, primero en su menor edad y luego, dado el carácter débil y benigno del rey, lo manipuló para conseguir privilegios y beneficios. Ahora, con la nueva minoría, continuaba con la misma actitud. Se creía con derecho dinástico de ser rey por legendarios designios divinos inventados por él, y quería obtener el dominio del reino y más posesiones, ya que no podía tener la corona.

Con su boda, la vida cambió para la infanta, no estaba recluida en un castillo, marchaba con su esposo a diferentes residencias, según las necesidades de gobierno de sus territorios. Sólo cuando los conflictos de la tutoría del rey Alfonso XI le llevaban a la corte, la joven esposa se quedaba en algunos de los castillos con residencias mejor acomodadas, sobre todo en Garcimuñoz, junto a su inseparable Saurina.

Castillo de Garcimuñoz (es el nombre completo) se encuentra entre las cuencas del Guadiana y del Júcar, sus gentes se dedicaban a cultivar trigo, cebada, y había ganado, sobre todo lanar. Tiene montes de encina a este y oeste, donde abundaba la caza, y esta era una de las razones por las que Juan Manuel prefería residir aquí. El castillo se construyó aprovechando algunas paredes y el material de un antiguo alcázar árabe. Mandó poner suelos de cal, cerámica o cantos rodados, según para qué fueran a servir las estancias.  

 

Castillo de Garcimuñoz, que construyó Juan Pacheco, s. XV, valido del rey Enrique IV, sobre el anterior, que era propiedad del noble Juan Manuel, s. XIII-XIV, y donde habitaba con su familia más habitualmente. De Gerardo Valero - Fotografía propia, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3497871

En las excavaciones arqueológicas realizadas, (1) se han hallado: un juego de alquerque, que era parecido al de las Tres en Raya; en las cocinas existía un horno; y en el distribuidor del edificio había grabado un laberinto en el yeso de un muro, tal vez se hizo por deseo del noble, como símbolo del poder del gran señor que vivía allí, y también del camino de peregrinación en esta vida hacia la ciudad celestial, a imagen de los que ya existían en ilustraciones de códices y en grandes catedrales góticas. En los muros había canalizaciones de fabricación árabe para el agua, y que fueron utilizadas por Juan Manuel. Es posible que una de las fuentes que abastecía al pueblo, también llegara al castillo por una galería subterránea.


Constanza Manuel, hija de Constanza de Aragón y Juan Manuel, Garcimuñoz 1316


Constanza Manuel fue la primera hija del matrimonio, y nació en 1316 en el castillo de Garcimuñoz. Dado quienes eran sus padres, el noble Juan Manuel, señor de la villa, y la infanta Constanza de Aragón, la recién nacida tenía una ascendencia familiar de las más altas de Castilla, por lo que su vida, educación y matrimonio podían ser como los de una infanta aspirante a reinar, el mejor futuro posible para una dama del siglo XIV.

Su madre tenía entonces dieciséis años y estaba muy delicada de salud. Hacía un año había estado gravemente enferma. Empezó a encontrarse mal en julio de 1314, aunque en agosto escribió a su padre diciéndole que estaba bien. Pero a principios de 1315 el rey Jaime, muy preocupado, escribe a Juan Manuel diciendo que su físico le ha comunicado que la halló en una aldea de Alarcón en muy mal estado por varias dolencias, y especialmente por la tuberculosis, que estaba en peligro de muerte, y le aconsejaba consultar con sus médicos. Estos le recomendaron que fuese llevada a “la tierra de la marina”, la hermosa ciudad de Valencia, donde nació y fue criada. El rey dice a su yerno que Constanza vaya a vivir con su cuñada Leonor y su hermana Violante. Añade que allí tendrá atención de los médicos y de “otras cosas medicinales las quales se troban mellor aca que alla”. (2) 

Estaba seguro de que en el palacio del Real de Valencia su hija mejoraría por los cuidados médicos que podía recibir, el clima benigno de la zona y la entrañable compañía de su familia. Jaime, que había tenido durante un tiempo como médico a Arnau de Vilanova, el mejor de la época en todos los reinos circundantes, no se fiaba de los físicos judíos que tenía Juan Manuel. Pero este, que era duro en sus decisiones familiares, no accedió a su petición. Y la infanta debió de mejorar, porque no mucho después se quedó embarazada. 

 

 

Tejido del ajuar funerario del infante Alfonso, 1286-1291, hijo de los reyes María de Molina y Sancho IV de Castilla, Museo de Valladolid.

                                                              https://marcam.hypotheses.org/1274


Tuvo a la pequeña Constanza Manuel en las estancias del castillo de Garcimuñoz. Fue atendida por una partera, y varias mujeres dirigidas por Saurina de Beziers, la noble dama originaria de Languedoc, posiblemente pariente lejana de la vizcondesa de Carcasonne de mediados del siglo XIII, y de su mismo nombre. Estaba en la corte aragonesa, y el rey Jaime se la había asignado como aya, y la acompañó y cuidó con esmero toda su vida.

Como era costumbre, fue bautizada muy pronto y se le puso el nombre de la infanta, que también era el de su bisabuela Constanza de Sicilia. Creció al lado de su madre que se sentía muy feliz de su presencia, mientras su padre maquinaba y hacía política en la corte, y cuando estaba con ellas, él viajaba a menudo para controlar y ejercer desde más cerca su señorío, dado el tamaño de sus territorios. Tras el rey, era uno de los más elevados personajes nobles de Castilla. Tenía una biblioteca con libros que Alfonso X le había dado a su hermano Manuel, padre de Juan Manuel. Era culto, refinado, leía y escribía, e intelectualmente estaba claramente por encima de los infantes y ricoshombres de Castilla que, aunque grandes señores, eran sobre todo hombres de armas y, en tiempos de paz, aficionados a la caza y, en algunos casos, todo lo más, fundadores y mecenas de monasterios y conventos donde aspiraban a ser enterrados en su día. 

 

Castillo de Peñafiel, Valladolid, donde había nacido Juan Manuel y habitaba en ciertas ocasiones.

                                         De Ecografista - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, 

                        https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=148068763


Mientras tanto, Castilla se empobrecía y sufría las consecuencias de la violencia de los nobles y de los infantes, que arrasaban campos y cosechas y robaban el ganado y los bienes de los territorios de los tutores contrarios. Al mismo tiempo, el clima había cambiado, se producían lluvias torrenciales, duras sequías y fríos invernales heladores, con pérdida de las cosechas. Hubo etapas de hambruna generalizada y llegaron oleadas de peste que encontraron a una población pobre y debilitada, lo que provocó una gran mortandad.

Los intentos de acuerdos por parte de María de Molina, la reina madre, para llevar una tutoría compartida y en paz, no fructificaban. Juan Manuel, junto a Juan Núñez de Lara II y el infante Juan de Castilla, entorpecían todas las fórmulas en las que no prevalecieran claramente sus intereses y se aliaban con unos u otros según les conviniera. El infante Pedro se enfrentó a Juan Manuel después de las Cortes de 1313 en Palencia, porque había cambiado de bando y se pasó al lado del infante Juan.

En el castillo de Peñafiel, la infanta conocía sus idas y venidas y la complicada situación en la que estaba metido. El noble era tío segundo del infante Pedro, es decir les unían lazos de sangre, pero además eran cuñados. Sus esposas, las hermanas Constanza y María, tenían buena relación y sentían gran inquietud ante la postura de los dos hombres. Ellas veían a la familia por encima de las disensiones, y estaban más acostumbradas a solucionar los problemas mediante acuerdos y pactos. 


Interior de la catedral de Toledo, s. XIII-XV. De Fmanzanal - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1601980

Constanza se mantenía alejada de la corte y de las maquinaciones que se producían en ella, de las que su marido era un protagonista habitual, pero vivió con gran tristeza las contiendas y altercados con su familia, sobre todo las dos graves ofensas que hizo a su hermano Juan, arzobispo de Toledo, y trató por todos los medios de que hubiera paz entre ellos, para lo que acudía a su padre. El rey Jaime, con su autoridad moral sobre Juan Manuel, le escribirá en numerosas ocasiones poniendo en claro los problemas y requiriendo que cambie de conducta y entienda las razones del arzobispo, que tenía que desempeñar su cargo con ecuanimidad.

María vivía más de cerca todo lo que pasaba en el ambiente cortesano, desagradable y cargado de conspiraciones y recelos. Ser hija de Jaime II producía suspicacias, y su boda no había facilitado la mejora de las relaciones castellano-aragonesas que se buscaba con este matrimonio. La reina madre, María de Molina, tenía con ella una relación distante, porque no se fiaba de lo que comunicara a su padre. Su prevención hacia el monarca vecino se basaba en su experiencia directa: este con la excusa de la falta de dispensa papal, había devuelto a la hija de María de Molina y Sancho IV, la infanta Isabel, su primera esposa aún menor, que se había criado en la corte aragonesa; después, había intervenido en la política castellana demasiado a menudo. Su política había sido de entrometerse y, al mismo tiempo, tratar de expandir sus fronteras a costa de Castilla. Así que, en parte, no era extraño que no confiara en la hija del monarca, pero la reina tampoco había sido capaz de favorecer una relación familiar más cálida al margen de las cuestiones políticas.


Notas


(1) Muñoz, M. Los castillos de Castillo de Garcimuñoz https://www.castillogarcimunoz.es

(2) Giménez Soler, A. Don Juan Manuel, biografía y estudio crítico, doc. CCCXVII, Zaragoza 1932.



La muerte de los infantes Pedro y Juan de Castilla

Vega de Granada, junio 1319

Blanca de Castilla, hija de María de Aragón y Pedro de Castilla, Alcocer 1319


En septiembre de 1314 Jaime II escribe a Juan Manuel porque este y el infante Pedro están desavenidos. En los enfrentamientos de estos años entre los dos cuñados, Juan Manuel no dejaba de provocar disensiones y pleitos en la tutoría, y Pedro había incumplido algunos compromisos con él. También había litigios por ciertos lugares. En un periodo de casi cuatro años el rey Jaime se comunica a menudo con sus yernos para solucionar la disputa. (1) Será el 15 de febrero de 1318, cuando se producen las vistas amistosas entre el infante Pedro y Juan Manuel en Ocaña acompañados de sus esposas, las dos hermanas, que estaban muy contentas de verse y de que los dos se hubieran avenido. (2)

No mucho después se abría un periodo de sospechas y dudas sobre la conducta de Jaime II con respecto a la boda de la infanta Leonor y el heredero aragonés. Los peores temores se confirmaron, pero en esta ocasión, el rey no era responsable del próximo fracaso del matrimonio. Guillelma Desprats, de la que no conozco más datos, escribe a Jaime contándole el efecto que ha tenido la carta del rey (en la que explicaba la extraña conducta de su hijo) en la corte castellana. La reina y el infante Pedro desconfían de la intenciones del monarca, de tal manera que no creerán nada que se les diga hasta que no esté hecho el matrimonio. También le cuenta que Pedro junto con su esposa, la infanta María, van a marchar a tierras de Aguilar y Santander, que eran propiedad del infante, para luego irse a la frontera a luchar contra los moros, tarea que había asumido desde la muerte de Fernando IV. (3)

Jaime II había encontrado un hábito de los frailes Predicadores en los aposentos del príncipe Jaime, y al hablar con él, este le había dicho que quería entrar en religión. (4) Aparentemente, el rey había conseguido quitarle de la cabeza aquellos planes, que podían desbaratar totalmente los objetivos de la Corona. La realidad fue que el primogénito se alejó de la corte, no cumplía con las obligaciones de su estatus, ni respondía a las cartas de su padre ni a los caballeros que le enviaba, y cuando el rey estuvo muy enfermo y en peligro de muerte, el joven no fue a verle ni se preocupó de él.  

 

Capilla de la Virgen del Pilar en la catedral de Sevilla, junto a la Puerta del Lagarto. https://www.heraldo.es/noticias/aragon/zaragoza/2023/10/09/virgen-pilar-sevilla-relacion-1682888.html

Durante esos años el infante Pedro había continuado campañas contra Granada, y siempre con gran éxito, lo que le había dado gran prestigio en todo el reino. En 1317 había hecho una entrada acompañado por las órdenes militares devastando buena parte de sus campos y tomó el castillo de Bélmez. Antes de iniciarse la expedición, durante su estancia en Sevilla en los primeros días de la primavera, había recibido a representantes de la Cofradía de Nuestra Señora del Pilar de la ciudad, que había sido fundada por los aragoneses que participaron en su conquista junto a Fernando III, y con la que los reyes castellanos tenían una profunda relación desde entonces. Su madre la reina María de Molina y él mismo eran cofrades. La imagen de la virgen tenía una capilla en la iglesia de Santa María, a la que acudían numerosos peregrinos (entonces llamados romeros) y a menudo era gente humilde a quienes los de la hermandad querían auxiliar, y necesitaban terrenos para construir un hospital.

Pedro, además de magnífico guerrero, era un hombre decidido y eficaz, por lo que sólo necesitó comprobar qué terrenos podía darles para este fin. Estaba acompañado por su esposa, la infanta María de Aragón, a la que él había hecho cofrade y que apoyó el proyecto con gran entusiasmo, porque en Zaragoza había una profunda devoción a la virgen, y recibir y ayudar a los hombres de origen aragonés en aquel empeño, era para ella un orgullo. El 30 de marzo de 1317, el infante mandó redactar un privilegio en nombre de su sobrino el rey Alfonso XI, por el que donaba a la Cofradía un solar junto al alcázar viejo para que se construyera el hospital. (5)

En el verano de 1319 hizo una nueva marcha hacia la frontera, y lo hizo junto a su tío el infante Juan de Castilla, por el recelo y la envidia que provocaba en este, la buena fama de su sobrino por aquellas acciones, y porque quería cobrar parte de las Tercias y Décimas que el papa había dado para combatir a los sarracenos. Fue una gran desgracia. El 25 de junio murieron ambos y las tropas castellanas tuvieron gran cantidad de bajas.  

 

En Sierra Elvira, al noroeste de Granada, cerca de Pinos Puente, se dio la batalla de los castellanos capitaneados por los infantes Pedro y Juan de Castilla frente al ejército nazarí, donde fallecieron ambos y numerosos castellanos. De Julionavas - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=17234032

La infanta María le había acompañado y esperaba a su esposo en Córdoba cuando recibió la terrible noticia. Un mensajero de los vasallos de Pedro se lo contó, llevaban su cadáver sobre un mulo hacia Castilla, María, que estaba en avanzado estado de gestación, sufrió un durísimo impacto con su muerte. No la dejaron ir con ellos, iban a marchas forzadas para enterrarle lo antes posible por el calor, y tenían que llegar al monasterio de las Huelgas. 

Es fácil imaginar el doloroso regreso más lento de María con su gente a través de las resecas tierras castellanas. Sabía perfectamente lo que le esperaba en la corte, soledad, desamparo y vacío. Sólo su hermana, la infanta Constanza y Juan Manuel podrían ser un apoyo para ella, ahora viuda. Tuvo a su hija en Alcocer en el mes de agosto, y le puso de nombre Blanca, como su madre Blanca de Anjou. Pedro había redactado testamento en Sevilla en 1317, consciente del peligro que corría en sus campañas en la frontera, y había dejado especificado lo que dejaba a su esposa. Como entonces no estaba embarazada, no se refería a su hija que heredaría su gran patrimonio. 

 

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, s. XV, Alcocer, Guadalajara. De AdriPozuelo - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0 es, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=35408462

La muerte de Pedro fue también una negra noticia para María de Molina, su hijo era el mayor apoyo en el gobierno del reino, él se ocupaba de hacer justicia en ciertas zonas desoladas por hidalgos y caballeros, que aprovechaban la situación de continuas peleas de la tutoría, y se enfrentaba con decisión a los otros tutores, cuando era necesario. Ya sólo le quedaban en Castilla el infante Felipe; en Aragón, a la espera de su dudosa boda, su nieta, la infanta Leonor; y muy lejos, en Bretaña, la hija primogénita, Isabel.

Se desconoce la fecha del nacimiento, pero para el 14 de julio de 1319 la infanta Constanza tenía otra hija, pues escribe desde Montalbanejo a su hermano el infante Alfons: “De Don Johan et de mi et destos vuestros sobrinos vos fago saber que somos sanos et con salud...” (6) se trataría de Beatriz porque la infanta Constanza tuvo tres hijos más que Constanza, una niña y dos niños, Manuel, que nacerá en 1321, y otro niño que murió a los pocos días de nacer. Su fallecimiento fue un motivo de gran dolor para la infanta, para quien la familia y sus hijos eran lo más importante de su vida.

Jaime II tenía prisa por casar a su heredero para cumplir el compromiso con Castilla y porque, tal vez, así su hijo dejaría de lado la pretensión de entrar en un convento, aunque un poco antes le había advertido que no sería rey ni consumaría el matrimonio. Así que en cuanto Leonor cumplió los doce años, preparó la boda. Su ama Violante de Grecia la peinó con dos trenzas y le colocó una guirnalda de flores que sujetaba un velo muy ligero, vestía una hopalanda de seda ricamente bordada. El infante tenía aspecto enfadado, llevaba una jaqueta larga negra de terciopelo de la que asomaba una camisa con bordados carmesíes y unas calzas rojas.  


Detalle del pórtico románico de la iglesia de la Asunción de Gandesa, s. XIII, donde posiblemente se celebró la boda entre los infantes Leonor de Castilla y Jaime de Aragón. https://www.monestirs.cat/monst/terra/cta07coma.htm

Se llevó a cabo en Gandesa en octubre de aquel año, ante el arzobispo de Tarragona en la iglesia románica de la Madre de Dios de la Asunción, y fue un suceso bochornoso para los que estaban presentes. El rey había hecho venir a las Cortes que se habían celebrado en Tortosa, así que la asistencia era muy numerosa. Al acabar la ceremonia, el infante discutió con su padre y le dijo que renunciaba a sus derechos a la corona, y a continuación partió a caballo. La reina María de Lusignan estaba asombrada y afligida del comportamiento de su hijastro. Fue una afrenta, la novia, una adolescente de doce años, quedó en una posición muy incómoda y dolida, aunque ya conocía el carácter de Jaime, y había visto su conducta con el rey en los últimos tiempos. Tal vez no era consciente de que estaba librándose de un esposo de conducta errática y de personalidad retorcida.

Pasados cuatro días, el rey Jaime escribió de su propia mano una carta muy sincera a la reina madre María de Molina, explicando ampliamente lo que había sucedido y mostrándole su desesperación ante la actitud de su hijo. También envió un embajador a Castilla con una serie de instrucciones, y entre ellas explica que en los asuntos de la infanta hará tanto o más que si fuera su hija, y lo que sea necesario por el bien de su honor, porque él se siente tan dañado como ella por lo que ha hecho su hijo. (7) El infante Jaime renunció oficialmente a la corona en una ceremonia celebrada en Tarragona, aquel mismo año en diciembre. Alfons, el segundo hijo del rey, pasaba así a ser el heredero del trono. Ya estaba casado desde 1314 con Teresa de Entenza, condesa de Urgel, y tenía tres hijos. La infanta Leonor permaneció en la casa real unos meses más, el rey Jaime la apreciaba y quería como a una hija. Y cuando se fue a Castilla, le mantuvo la asignación económica de la dote que tenía en Aragón.  

 

El rey Jaime II de la Corona de Aragón preside un consejo, iluminación del códice Usatges i Constitucions de Catalunya, s. XIV. Biblioteca Nacional de Francia.

De anonym - vers 1315-1325 - Usatici et Constitutiones Cataloniae (BNF, Latin 4670 A), CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=53326599


Extrañamente un poco después de la boda, el infante trató de verla, pero el rey lo impidió y puso todos los medios para que no se encontraran dentro de una casa, es evidente que no se fiaba de su hijo, “(…) que havemos de catar la dita infanta en su honra e su buena fama tanto quanto será en nuestro poder. Et podria seer grant mengua e grant menoscabo de la dita infanta et de su fazienda si assi no se fazia...” (8)

María, la viuda del infante Pedro, había recibido la visita de dos monjas del monasterio de Santa María de Sigena, que su padre había solicitado a la entonces priora, con la idea de que la acompañaran, y que estuvieran en su cámara para que le sirvieran de consuelo. Sabía de la soledad y abandono de la joven en la corte de Castilla, donde el vacío se había hecho mayor, ahora al morir el infante ya nadie contaba con ella. Tenía problemas económicos, pues Garci Lasso de la Vega I, mayordomo, tutor y administrador de las rentas de las importantes propiedades heredadas por su hija, dilataba los pagos.

A los dos meses de llegar junto a ella, las monjas del convento de Sigena se marcharon. María permaneció en Castilla unos meses más hasta el año siguiente, porque su situación se hacía insostenible. La infanta Constanza, que era su único apoyo, trataba de que se quedara, pensaba que podía salir adelante estando con ella y su esposo Juan Manuel.


Notas


(1) Giménez Soler, A., Don Juan Manuel, biografía y estudio crítico, doc. CCCXIV. Zaragoza, 1932.

(2) Ibidem, doc. CCCXXXVIII.

(3) Ibidem, doc. CCCXL.

(4) Crónica del rey d’Aragó En Pere lo ceremoniós ó del punyalet, edición y prólogo, Josep Coroleu, p. 22, Barcelona, 1885.

(5) Montes Romero-Camacho, I., La documentación de Alfonso XI conservada en el Archivo de la catedral de Sevilla, doc. 8. En la España Medieval, n.º 3, 1982.

(6) Giménez Soler, A., Op. cit., doc. CCCXVI.

(7) Ibidem, p. 482.

(8) Ibidem.


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